viernes, 31 de marzo de 2017

Solo quiero que me dejen sola








   He venido a este rincón del jardín y estoy de cara al muro de cemento que me separa del huerto huyendo de papá, de mamá, de Jaime. No sé por qué no me dejan tranquila. ¿Acaso les molesto yo a ellos? Me atosigan con besos y abrazos. Se acercan tanto a mí que sus caras se convierten en globos gigantes. Respiro muy de prisa. Sudo. Me asusto. Me ahogo. Grito. Me acurruco en una esquina y me balanceo hasta que se me pasa el miedo.


   Ellos no entienden nada. No entienden que me guste jugar sola. Guardarme en los bolsillos piedrecitas del camino; ponerlas una al lado de otra en la alfombra del salón y formar una estrella. Pero ellos no entienden nada. No entienden que, cuando mi hermano Jaime desbarata de una patada mi dibujo, todo se vuelve negro. Respiro muy de prisa. Sudo. Me asusto. Me ahogo. Grito. Me acurruco en una esquina y me balanceo hasta que se me pasa el miedo.

   Mis padres se empeñan en llevarme a sitios extraños. Señores y señoras con batas blancas me miran por arriba, por abajo. Me dicen: “Haz esto, haz lo otro, date la vuelta, levántate, siéntate, vuelve a levantarte”. Me hacen mil preguntas. Me quedo muda. No los entiendo. Escriben sin parar, fruncen el ceño, discuten en voz alta. Vuela en el aire una palabra extraña: “Asperger, Asperger”. Papá se enfada. Mamá llora. Respiro muy de prisa. Sudo. Me asusto. Me ahogo. Grito. Me acurruco en una esquina y me balanceo hasta que se me pasa el miedo. 

  He venido a este rincón del jardín y estoy de cara al muro de cemento que me separa del huerto huyendo de papá, de mamá, de Jaime. Ya no estoy asustada. Estoy sola, tranquila, feliz. Un petirrojo llega volando. Se posa en mis trenzas y me susurra al oído palabras que solo yo puedo oír.







© Ana Madrigal Muñoz

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martes, 28 de marzo de 2017

Como los gorriones



Truls Espedal "Robin".

A Pedro le cae bien, incluso le parece guapa, pero no puede decírselo a nadie, porque si lo supieran también se reirían de él. Solo lo sabe su madre, quién le alienta y tranquiliza; “si es eso lo que quieres, hazlo. Que no te importe lo que piensen los demás”.
Esta mañana mientras se lavaba los dientes frente al espejo, se ha observado y se ha sentido mayor. No tanto como sus padres, pero sí como su primo Elio, al que ya le dejan ir solo al cine. Con la boca llena de espuma blanca ha verbalizado su deseo.
En el tiempo de recreo, después del comedor, Pedro huye de nuevo del bullicio del patio; sabe donde encontrarla. Está sentada frente a la verja que linda con el parque, porque a Sara le gusta observar el ir y venir de los gorriones entre las ramas de las jacarandas. Se asusta cuando el niño se sienta a su lado. Empieza a balancear su cuerpo hacia atrás y hacia adelante, sin mirarle en ningún momento, hasta que se calma y se siente segura de nuevo.
Pasan un buen rato mirando a los pájaros, en silencio. Es entretenido verlos, hay uno posado en una rama, acicalándose el plumaje, de repente llega otro y se posa a su lado manteniendo una distancia prudente. Poco a poco se va aproximando, dando saltitos milimétricos; al tercer movimiento el que estaba distraído con sus plumas se percata del acercamiento y sale volando. Pedro aparta la vista de los gorriones cuando Sara se levanta; la ve caminando a paso rápido hacia el punto rojo donde forman la fila, le gusta ser la primera… Él sabe que le llevará tiempo, que tiene que acercarse a ella con cuidado.
Autora: Ana Pascual Pérez.

Pájaros en la cabeza.

Imagen n°10
Título: "Robin" de Truls Espedal.
Título  del relato: Pájaros en la cabeza.

¡Qué pesados son los mayores! Me  pregunto  qué   tendrán  en sus cabezas... 
Se pasan todo el día pendientes de las obligaciones, incluso me han mandado un montón de ellas  con la excusa de que tengo que llegar a ser una persona de provecho: que si debo hacer mi cama, que si una señorita que se precie debe cepillarse el pelo, que si debo mantener mi ropa limpia, que si mi habitación debe de estar ordenada, etc.
Creo que los mayores no comprenden lo complicado que es ser niño, ¿de verdad lo fueron? No sé yo...  El  único que me entiende es abuelo Robin, ¡seguro que él sí fue un niño! Pero el pobre es tan viejo que no creo que lo recuerde. Abuelo siempre le dice a mis padres: ¡Dejad a la chiquilla que se divierta, tiene edad de ello!
Y es que no comprenden, por ejemplo, que no puedo estar perdiendo el tiempo en cepillarme el pelo; para ganar la batalla  al enemigo necesito llevar mis trenzas, así  es como mejor se lucha. ¿Y cómo  creerán  que puedo mantener mi ropa limpia si tengo que estar enfrentándome a terribles dragones y rescatando a príncipes y caballeros en apuros? ¡Eso es imposible!
Lo de la habitación  ordenada es el remate de los tomates. Que  me expliquen cómo se  puede construir un fuerte que te proteja de los tiranos, los hechiceros y de los días de tempestad y tener la habitación  ordenada. ¡No se puede, de verdad!  Con la de horas y cosas  que se necesita  para construir un fuerte perfecto que no se destruya con el más  mínimo  temblor de la batalla.
En fin, pienso que los mayores nunca serán  personas de provecho con esas ideas,  ¡si hasta hacen la cama todas las mañanas para deshacerlas otra vez por la noche!  La verdad... yo no los tendría  en mi batallón.
© Orgav
Todos los derechos reservados.

La niña de las trenzas en rama


Robin de Truls Espedal

Roberta recogía pájaros solitarios lo mismo que mucha gente recoge gatos callejeros o cachorros de perro que nadie quiere. Desde niña se entendía mejor con los gorriones y con las palomas que con los niños de su edad o incluso con las personas mayores. La única que parecía comprender su amor por los seres alados era Aurora, su abuela. Solo ante ella, Roberta se sentía libre de actuar sin vergüenza ni culpa, sin esa extraña sensación de que la dieran por loca cada vez que atraía a estas pequeñas criaturas.
El mejor momento era siempre el paseo por el bosque cuando iban las dos juntas. Aurora contaba que entonces, Roberta estiraba sus largas trenzas y siempre aparecía algún gorrión dispuesto a posarse en ellas. Durante mucho tiempo me negué a creer estas cosas, convencida de que solo eran cuentos de una abuela que adoraba a su única nieta. Cuando entré en su casa como asistenta, me pareció que Roberta era una joven como cualquier otra, que sentía pasión por los animales y cursaba el último curso de veterinaria en la ciudad vecina.
No volví a pensar en el tema hasta después de la muerte de Aurora, cuando su hija me mandó recoger su habitación y hallé, en uno de los cajones del armario, una extraña fotografía. En la imagen podía verse a una niña de espaldas, con las dos trenzas elevadas en horizontal y, sobre una de ellas, posando con la misma naturalidad que si estuviera en la rama de un árbol, un pequeño petirrojo.

                                                             © MVF

miércoles, 22 de marzo de 2017

Tiempo, el mejor de los legados

Imagen n° 9
Título de la obra: "Habitación  de hotel".
Pintor: Edward Hopper.

Tiempo, el mejor de los legados.

Ellos se quedaron velando su cuerpo. Yo le dí  un ósculo y me despedí. Sabía  que,  allá  donde estuviese, ella lo entendería, nunca me gustaron esas cosas.

Llegué a la habitación  del hotel y me topé con sus maletas,  la residencia las había enviado.  Casi sin querer, empecé a abrilas; estaban llenas de ropa y viejas fotografías. Todo  olía  a ella, a notas de flores silvestres y a primareva... ¡Qué difícil se hacía!  Entre sus pertenencias, encontré una carta para mí y me embargó la melancolía. Me senté en la cama y comencé a leer:

" Querida Isabel, mi princesa...

Si lees esta carta es porque ya no estoy en vuestras vidas,  pero quiero que sepáis lo mucho que os he querido, que os quiero y que os querré. Siempre he deseado lo mejor para todos vosotros y que vuestras vidas estuviesen completas y felices. Por favor, díselo  así  a tus hermanos.

Quiero que sepas que, lo poco que tengo, lo he dejado repartido entre vosotros, a cada uno según  su necesidad. He decidido dejarle a tu hermana la casa, dado que nada le sale bien, estoy segura de que esto será  un aliciente en su vida. El poco dinero que hay en el banco se lo he dejado a tu hermano Javier para ayudarle a hacer realidad su sueño, su negocio.
Por cierto, en la última cena de navidad, tus hermanos, que te adoran, me han contado que todo te va muy bien, que has conseguido ese puesto tan importante que siempre quisiste y por el que has sacrificado muchos años de tu vida. Me han dicho que tienes una casa grandiosa ¡Un palacio! Seguro que es muy bonita, siempre tuviste muy buen gusto.  He visto, por la foto que me mandaste en navidad, que tu familia es preciosa  ¡Y que mis dos nietos estan muy guapos!  Una pena el no haberlos podido achuchar... nunca llegué  a ir a ese colegio interno donde están  estudiando.

Mi niña, he pensado que estas cosas  son minucias  para ti,  por ello he decidido dejarte  mi mejor legado, mi ley de vida: 
Debes disfrutar más de la vida y de tu tiempo  junto a la familia porque si la compartes con el amor y el cariño de los tuyos, la vida es maravillosa. Piensa que con muy poco también  se puede ser muy feliz, así  como yo  lo fui. Y recuerda que lo más valioso que puede tener una persona es tiempo para estar con sus seres queridos, porque la vida, cuando menos te lo esperas, se termina.

Te quiero mi niña, nunca lo olvides.

PD.: recuerda guardar un poco de tu tiempo para estar con tus hermanos, ellos te necesitan."

Aquellas  palabras de mi madre, siempre serán eco en mi conciencia... con su voz meliflua, digna de un ser  seráfico.

© Orgav  (Verónica Orozco García)
Texto registrado.
Todos los derechos reservados.

Habitación de hotel








   ¿Qué hago tan lejos de casa? Estaba tan aturdida que no sabía lo que hacía. Ahora contemplo las maletas que hice en mi huida y me parecen las de una extraña. No tengo escapatoria. El destino me ha seguido hasta aquí y se ha sentado junto a mí para que no olvide lo que me tiene reservado. 

   De nada sirve buscar distracción en el libro que alguien dejó olvidado en la mesilla. Las palabras bailan una danza macabra ante mis ojos y no logro atraparlas, comprenderlas. Una y otra vez regresan a mi memoria las frases de la mujer que esta mañana dictó mi sentencia. Duras, implacables, con toda su crudeza. ¿Cómo pudo pronunciarlas con tanta frialdad? ¿Será que la costumbre la ha convertido en un ser sin alma?

   Fuera el cielo está vertiendo las lágrimas que mis ojos se niegan a derramar. Debo volver a casa. Mas temo derrumbarme con los abrazos y los besos de mi marido. He de hablar con él, contárselo todo. Pero sé que no soportaré su mirada llena de compasión. Intentará quitarle importancia. Bajará la voz para colmarme el oído de dulces palabras y querrá hacerme creer que lo superaremos si permanecemos juntos. Y yo me aferraré a la ternura de sus caricias. Creeré todo lo que me diga aunque sepa que miente.

   Pero no. No puede ser verdad. Hace unas horas era una mujer con un brillante futuro. Una mujer feliz. Una mujer que creía que bastaba el amor de su marido para ser dichosa. Ahora sé que no es suficiente. 

    Esta mañana salí de casa sin miedo. El sol de abril anunciaba miles de bendiciones. Me esperaba una revisión ginecológica, pero no tenía miedo. Solo era una más, una de tantas. O eso creía.

   Estoy en la habitación de un hotel cualquiera demorando el momento de regresar a casa y contárselo. A mi alrededor revolotean aciagos presagios. Mientras tanto busco en vano las palabras con las que le diré a mi marido que nos queda muy poco para estar juntos. 




Imagen 9: Habitación de hotel, de Edward Hopper


©Ana Madrigal Muñoz
Todos los derechos reservados












lunes, 20 de marzo de 2017

ESTE CIRCO NO ESTÁ EN VENTA


"Habitación de hotel" de Edward Hopper.




Desde que recibí la carta la habré leído unas quince veces, y sigo sin creer lo que dice el abogado. Si estoy aquí es por Gustavo, que insistió: "vete a ver de qué se trata, siempre se puede vender o traspasar como cualquier negocio”.
Yo nunca he heredado nada, bueno si, unos pendientes de mi abuela materna y las alianzas de mis padres. Pero esto, esto debe ser un error, porque yo a este señor no le conozco de nada. Y además, qué podría hacer yo con un circo. Si a mis hijas les asustan los payasos, y Gustavo es alérgico al pelo de los animales.
Yo tampoco me veo montada en un elefante, o peor aún, acostada sobre la arena para que sortee mi cuerpo con sus enormes patas. Luego está el olor a tigre, el oso que bebe cerveza, que me da mucha pena… Tampoco me veo haciendo malabares (soy muy torpe) ni trucos de magia. Y mucho menos lanzando cuchillos al pobre Gustavo (que no tiene muchos reflejos) o escupiendo fuego… lo que no me importaría sería aprender a utilizar el trapecio. Todavía estoy en buena forma, Gustavo siempre me lo dice.
Me compraría un maillot de color blanco, de esos que llevan cristalitos de swarovski. Utilizaría dos trapecios; volaría de uno a otro, haciendo piruetas en el aire. Al principio con red de seguridad, pero con el tiempo sin ella, para darle más emoción. Para sentir corretear la adrenalina por todo mi cuerpo. Sería la estrella, la gran atracción, junto con el domador de tigres, que no sería Gustavo, porque odia a los animales. Y este hombre fornido (el domador) me observaría desde la pista boquiabierto. Yo volaría de un trapecio a otro, seguida por un cañón de luz que haría brillar los swarovskis, y por un instante parecería una estrella fugaz.


Autora: Ana Pascual Pérez.



Próximo destino

Habitación de hotel de Edward Hopper


Hace calor. Aún no he dejado de ser Eilen. Miro la guía de viajes y los diferentes horarios. Próximo destino: Chambéry. Estación de Challes-les-Eaux. Catorce horas desde Madrid y transbordo a mitad de camino. Podría coger el avión hasta el aeropuerto de Lyon, pero necesito ese tiempo. No tengo prisa. Me gusta el tren, aprovecharé para embeberme de información sobre el lugar. También para despojarme del recuerdo de Glasshouse, de la sumisa voz de Eilen y su triste peinado... Hace calor. Espero verme bien con el pelo claro. Después de una semana aquí aún me siento sin fuerzas. Lo peor es siempre este momento, en el que me despido de mi misma. Mañana olerá a nuevo y todo volverá a comenzar: Eilen, Alice, Verónica, Janet, María… todas ellas habitan en mi piel, transpiran por mi cuerpo y asoman a través de mis ojos. Hace calor. He de prepararme para esta cita a ciegas. Otro lugar. Otros rostros. Hasta que, al fin, llegue el día en que decida quedarme y ser solo una. Ahora me llamo Denise. Algún día me llamaré Aurora…
                                                                              
                       
                                                                                     ©Manoli VF


viernes, 17 de marzo de 2017

miércoles, 15 de marzo de 2017

Remendando almas

Texto basado en la imagen n°8
Título: Mujer en el tocador.
Autor: Gustave Caillebotte.


Remendando almas.

Tía   Marga era una mujer bonhomia, no hacía  preguntas y  siempre estaba ahí para ayudar. Una vez más, me abrió  las puertas de su casa; era  como entrar en otra época donde reinaba la sobriedad y el silencio.

Llegué  sin maletas, con el corazón desgarrado  y una ristra de lágrimas cosidas a  las mejillas.

-Quédate el tiempo que necesites -me dijo en un tono maternal frustrado.

Tía Marga tenía  experiencia en recomponer  almas. Toda su vida la dedicaba al oficio de dar cobijo espiritual. Decía que no hacía falta lujos, solo  tiempo, una habitación cálida,  una buena sopa y unos baños para meditar.

Mientras los días se descolgaban del calendario de la cocina, las lágrimas se fueron descosiendo. En el exterior, la vida moderna seguía  su ritmo. Allí  dentro, era como si el tiempo se hubiese parado hace ya unas décadas. Nuestras vidas se cruzaban por la casa en un impoluto silencio, no hacía falta  hablar, con la mirada nos entendíamos.

Tia Marga conocía las fases del duelo, sabía cómo actuar, de hecho, cuando llegó el final, ella lo supo antes que yo. 
Aquella mañana, para mí una cualquiera, abrí  los ojos y allí  estaba ella, sentada a un lado de la cama esperando mi despertar:


-Buenos días, hija; ¿cómo estás?

No sé  qué fue, si el ambiente de  aquel lugar, el cariño intrínseco  o la magia de aquellas palabras, pero de pronto sentí  que  la vida volvía  a mí, que mi corazón  volvía  a latir  y que ya no dolía. 

Me levanté, me puse aquella  ropa  con historia y, frente al tocador, me miré  al espejo y decidí  que mi vida continuaba, eso sí, con una nueva melodía...


© Orgav  (Verónica Orozco García)
Todos los derechos reservados.


lunes, 13 de marzo de 2017

El encargo

Mujer en el tocador (Gustave Caillebotte)


Ya estaba hecho y, ahora que había sucedido, lo olvidaría. Como se olvida un dolor de muelas o el ardor de estómago de una mala cena. Se lavó deprisa y se vistió procurando concentrarse en el instante siguiente. Sin mirarse al espejo, para no ver indicios en su rostro de lo que sentía, se abrochó la falda y recogió el dinero. Nunca había tenido en sus manos tantos billetes y, sorprendida de la frialdad y aspereza de su tacto, no pudo resistirse  al impulso de olerlos. No olían a tinta ni a papel, sino a la soledad de aquel cuarto. A la necesidad y al dolor.

Recogió todos los restos y la ropa sucia en un hatillo para enterrarlo en el huerto de la parte de atrás de la casa. No quería llevarse con ella el olor de aquellas cuarenta y ocho horas de trabajo y sufrimiento. Salió despacio, tras comprobar que la respiración de la joven era serena. Lástima que al despertarse no pudiese contemplar, ni por un breve momento, el bello fruto de sus entrañas; el mismo que a otra madre, sin sangre ni dolor, se le daría.


                                                                                   © Manoli VF

sábado, 11 de marzo de 2017

Noche encantada



    Asomó la cabeza y sonrió. El portero se había quedado dormido. Primero sacó el brazo derecho, luego el izquierdo. Un salto y ya estaba en el suelo. Al girar, se llevó por delante la papelera. Por un momento, se detuvo a escuchar. Los ronquidos retumbaban por toda la sala. Se descalzó y, con paso sigiloso, se dirigió a la salida.

   Ya en la calle, la deslumbraron las luces de la ciudad. Con los ojos muy abiertos, contempló los coches que pasaban a toda velocidad. Retrocedió, avanzó unos pasos, se detuvo. Se envolvió bien con el manto, apretó los dientes y empezó a caminar por la avenida. Al llegar junto a la fuente, su mirada quedó prendida en un muchacho que hacía malabares con siete pelotas de colores. El joven le hizo una descarada reverencia. Ella, azorada, corrió hacia el otro lado de la calle y en su huida a punto estuvo de ser atropellada. 

   Permaneció dudosa ante el cartel luminoso de una discoteca. Los jóvenes pasaban ante ella riendo y hablando en voz alta. Se mordió el labio inferior como si no se decidiera a entrar. Un grupo de muchachas la empujaron hacia dentro. El terror se pintó en su cara al ver a la gente que bailaba en la pista. Las luces de colores y la música estridente parecían aturdirla. Hizo ademán de volverse sobre sus pasos pero la detuvieron los primeros acordes de una dulce melodía. Cerró los párpados, extendió las manos y se dejó mecer por ella. La música tocaba sus dedos y recorría su figura hasta llegar al corazón. De pronto, se hizo el silencio. Abrió los ojos. Cientos de rostros la contemplaban admirados. Asustada, salió corriendo a la calle.

   Amanecía cuando llegó al museo.

   —¡Espera! —exclamó alguien a sus espaldas y, al volverse, la cegó el flash de una cámara. 

   Al día siguiente todo el mundo hablaba de lo mismo: La joven de la Perla de Veermer mostraba una expresión pícara que nadie había apreciado hasta entonces.

© Ana Madrigal Muñoz
Todos los derechos reservados




Imagen: Re-interpretación del fotógrafo Francisco Arteaga de la obra de Johannes Vermeer "La joven de la perla" (Modelo: Emma Fernández Manrique)

viernes, 10 de marzo de 2017

DENUNCIA VENECIANA

Sobre el cuadro "Morning in Venice" de Richard S. Johnson





 ¿Y dice usted, signor poliziotto, que quiere saber quién y cómo es él? ¿Que en qué lugar se enamoró de mí, y a qué dedica el tiempo libre? 

Pues él es rubio, barbilampiño de ojos azules; o pelirrojo, con gafotas culo de vaso; también puede ser moreno de ojos negros de sotobarba poblada , luciendo caftán y turbante o fez. A mí me gusta con su melena castaña y fino bigote. Es como lo conocí. Y no se enamoró de mí, yo sí. Me cazó en una tarde de viento en el Puerto de Barcelona; tiempo libre tiene poco, lo emplea en engatusar a todo ser humano que se cruce en su camino y le convenga. Se llama José Armando Perales, Jordi Casals, Ivan Kafka , Scott Sullivan o Abdul Roukamieh, según el documento que toque.

Sea cual sea su nombre, es un ladrón que me ha robado todo: el alma, el pasaporte, la maleta, los zapatos, el reloj de oro, el móvil y los billetes de avión. 

Me prometió un gran viaje con aventura inolvidable a esta Ciudad de los Canales, y lo cumplió. Me ha dejado aquí, descalza, mirando el paisaje sin saber qué hacer. Por eso le he llamado, Mr. Poliziotto, y espero que lo encuentren, dada la gran profusión de datos y detalles claros que le he expuesto para ello.

Pero si no es así, ya me encargaré yo y cuando lo encuentre, me las pagará. Lo pagará muy caro. Gracias, señor.

Manoli Asenjo


jueves, 9 de marzo de 2017

Una sorpresa inesperada




La joven de la perla: Johannes Vermeer. Re- interpretación fotográfica: Francisco Arteaga. Modelo: Emma Fernández Fabelo.



El viaje había sido una auténtica pesadilla; el avión, aparte de salir dos horas después de la hora prevista, no dejó de moverse durante todo el vuelo a causa de las fuertes turbulencias.

Deseaba llegar al hotel, darse una buena ducha, cenar algo ligero y acostarse; lo que le esperaba a la mañana siguiente era muy importante y tenía que estar completamente despejada y descansada.

El Sr. Vermeer  la había llamado dos días antes. No conocía a nadie con ese apellido, pero cuando aquella voz tan agradable se presentó y le preguntó si era la Srta. Estefanía Martín, y ella asintió, lo que escuchó después la dejó completamente petrificada en la silla de su despacho. Tenía que presentarse en aquella ciudad alemana lo antes posible; la conversación duró unos minutos y colgó sin creerse lo que había oído. Aún hoy, y ya arreglada para ir al encuentro de aquél desconocido, dudó un poco y pensó en darse la vuelta y volver a España.



Él la esperaba en su bonito despacho de grandes ventanales y modernas alfombras. Ella entró algo tímida y se dieron la mano; se sentaron ante una enorme mesa de despacho y él sacó de una bella cajita de madera, una pequeña bolsita de terciopelo azul y se la entregó.

" Te pertenece. Tú eres la heredera "

Le habló del famoso cuadro de su antepasado, de la modelo, de las perlas...

" La modelo era una joven española que estuvo al servicio del pintor" le dijo. Hemos buscado a su familia en su país y la única persona, después de mucha investigación es usted. Mi antepasado regaló esos pendientes de perlas por su trabajo de posar para él y por sus años, desde muy joven, cuidando de su casa. Son suyos y de nadie más.

En el viaje de vuelta iba leyendo la historia, al tiempo que se acariciaba uno de los pendientes. Una hermosa y reluciente perla.


                                                                ©María Manrique Fabelo


                                                          




miércoles, 8 de marzo de 2017

Por una amiga, lo que sea.

¡Voy a matar a Carla, la mato!
-Solo será  un rato- me dijo- no vas a tener ningún  problema; sigue las indicaciones y listo, cuando termines tendrás  un buen dinero en tu cartera...

Llevo quince minutos sentada en la misma posición y ya estoy agotada. He estado media hora en caracterización y vestuario para parecerme a "La joven de la Perla" del pintor Johannes Vermeer. La ropa no es muy pesada pero da mucho calor; lo peor es la postura, estoy sentada de lado pero con la cabeza girada mirando al frente, me va a dar una tortícolis en el cuello y aun faltan veinticinco minutos de exposición  ante toda la clase de bellas artes. Esto es un suplicio, de verdad, estoy rezando para que pase el tiempo más rápido, noto varias sensaciones a la vez en mi cuerpo: calambres, dolores musculares, incluso algún  pequeño tic en uno de los ojos solo de pensar que no llevo ni la mitad del tiempo.

Carla está  acostumbrada pero yo... Me pregunto qué  pensará  mientras está en plena sesión. No he caído en preguntarle, me hubiera venido bien algún  consejo al respecto  porque lo que es mi cabeza, no para, y lo peor es que me muevo sin darme cuenta.

¡Ay, madre mía! ¡Y ahora tengo ganas de hacer pis! ¡Ay Dios! ¡Cómo  me he dejado liar...! Ojalá  pasen pronto los minutos que quedan...

De verdad, cuando vea a Carla se va a enterar... aunque estoy segura de que se va a morir de risa.

- Señorita, por favor, deje de moverse de una vez.

  © Orgav
Todos los derechos reservados.

 
Imágenes:
"La joven de la Perla" de Johannes Vermeer
"Reinterpretación de La joven de la Perla" por el fotógrafo Francisco Arteaga
(modelo: Emma Fernández Manrique)

martes, 7 de marzo de 2017

El trueque



La Joven De La Perla (J. Vermeer) y Reinterpretación de la obra por el fotógrafo Francisco Arteaga (Modelo: Emma Fernández Manrique)

Cuando me pidió posar para él no me imaginé lo que pasaría. Me dijo que podía quedarme con todos los complementos con los que me retratase. ¿Cómo diablos iba a saber yo que me buscaría líos? Pagaba bien. Por cada posado ganaba lo mismo que trabajando todo el mes. Una se cansa de ser sirvienta. Jugar a ser la protagonista de un cuadro no está nada mal. Si las cosas se salieron de madre fue solo por mi afán de protagonismo, lo juro.

Si hubiese guardado los ropajes y los pendientes, ella no se habría enterado. Tenía más ropa y joyas de las que podía ponerse y memorizar. Pero no se me ocurrió otra cosa que salir así vestida a la calle. ¡Dios, lo único que pretendía era parecer una señora siquiera por unas pocas horas de mi vida! Pero me topé con ella en el mismo portal ¡Maldita mi suerte! Ni me escuchó ni se anduvo con miramientos:

―¡Desde hoy mismo no pisas más esta casa! ―Gritó con su voz de cacatúa.

Y aquí estoy, señor revisor. No tengo pasaporte ni salvoconducto, porque no me dejó recoger nada, pero puedo empeñar mis pendientes… Entiéndame, necesito cambiar de aires…
                                    
                                                                                     ©Manoli VF

Almas gemelas


La autómata de Edward Hopper

Entró en aquella cafetería porque fue la primera que vio. Podía haber sido otra cualquiera, pero fue esa. Se acercó a la barra frotándose las manos; hacía frío fuera y deseaba con urgencia un café caliente.
Mientras se lo preparaban se fijó en aquella chica del fondo. Le llamó la atención su mirada fija en la taza, su media sonrisa y, sobre todo, tuvo la sensación de que se encontraba muy sola. Igual que él.
Empezó a tomar su café sin dejar de mirarla, pensando qué pasaría si se acercara a hablar con ella. "Quién sabe, puede que necesite hablar con alguien." Bajó un pie del taburete e hizo ademán de acercarse, pero alguien abrió la puerta, entró y se acercó a ella. 

Él pagó su café y salió. La miró de reojo cuándo pasó a su lado y creyó ver una pequeña lágrima rodando por su mejilla. El sabor amargo del café le subió a su boca y juró que mañana lo intentaría. Podía ser. ¿Por qué no?


 
                                                                                       ©María Manrique Fabelo

La luz de los recuerdos



Escena de noche de Peter Paul Rubens

La abuela la llevaba de la mano. Así la recordaba ella; una abuela algo más joven que la que ahora veía. 
Se le acumulaban los recuerdos esa noche, tan frescos y tan hermosos, que le dolían. Sí, porque ya no podría vivirlos como antes.
Recordaba sus paseos con la anciana mientras le hablaba de la naturaleza, de las propiedades medicinales de las hierbas que iban encontrando por el camino, de las estrellas, del sol, que era la luz que nos alumbraba a todos.
Pero ahora, los ojos de la abuela no percibían la luz. Ella era ahora la luz de sus ojos. Era sus manos, las manos que con tanto amor habían cultivado un pequeño jardín de rosas, solo para ella.
Cada noche, la niña encendía una vela y se la acercaba para que notara su calor; para que supiera que no estaba a oscuras. Se le acumulaban los recuerdos en esas noches frías, en que la anciana la arropaba y le contaba cuentos.
A la débil luz de una vela, ella le leía y su abuela ponía toda su atención en escucharla. Le contaba historias y cuentos inventados por ella y eso les hacía feliz a las dos. Se reían, se abrazaban y se despedían hasta la mañana siguiente. La vela se apagaba y en el humo desaparecían recuerdos llenos de amor.
                                                                                       
                                                                                              ©María Manrique Fabelo.

El último verano


  
Cuadro: Paseo a orillas del mar de Joaquín Sorolla


Carmen se vestía ante el enorme espejo heredado de su tía-abuela Asunción. Justo a su lado, de un baúl con la tapa abierta, la joven iba sacando toda clase de prendas: enaguas, cintas de todos los colores, faldas largas con algún volante; maravillosas blusas de encajes, sombreros de invierno y pamelas de verano. Se agachaba rebuscando dentro, hasta encontrar algo que le combinara con las ropas que se iba probando. " Me hubiese gustado vivir en aquellos años "-decía- mientras miraba su imagen reflejada en el espejo. 

Encima de la cama esperaba otro vestido; su amiga Leonor estaba a punto de llegar. Se la imaginó vestida de blanco y con la bonita pamela que había reservado para ella.
Terminó de arreglarse y le gustó lo que veía. Una preciosa damita de antaño, rubia y delicada, igual que la del cuadro que presidía el salón. Su antepasada.
Impaciente, se asomó a la terraza a contemplar el mar. La tarde estaba soleada y el mar azul y en calma. De vez en cuándo, el suave murmullo de sus olas plácidas desparramaban su blanca espuma en la rubia arena.

Vio llegar a Leonor y salió corriendo a recibirla. Al principio, su amiga no la reconoció hasta que no estuvo a su altura; Carmen reía dando vueltas a su alrededor con la sombrilla y ella la miraba y reía a medida que le preguntaba de dónde había sacado aquella ropa tan bonita. La cogió de la mano y tiró de ella para que corriera. Subieron los escalones del porche hasta la habitación, mientras le decía que le tenía preparada una sorpresa.

El verano se presenta prometedor. El último que pasarían en aquel  encantador lugar.

La casa de la playa desaparecería porque iban a construir un balneario, por eso prometieron vivirlo como lo hicieron de niñas: corriendo, recogiendo caracolas, bañándose... Y pasear en las tardes con el aire fresco rozándoles el rostro, deshaciendo cintas y levantando faldas.
                               
                                                                                      
                                                                                        © María Manrique Fabelo

Ojalá, una máquina para viajar en el tiempo


Las vecinas de la calle Veintisiete todavía comentan aquella historia, de la que tan solo conservan unos cuantos chismorreos. Parece que discuten mas que narren un hecho, y es que todas quieren aportar su versión a un recuerdo que ya les cuesta trabajo evocar por el paso del tiempo. A veces dudo, si fue cierta o inventada, pues cada vez que la cuentan omiten o añaden detalles nuevos. Todas quieren hablar a la vez y a mí me toca hacer de moderadora. Mi abuela, que hoy es la anfitriona, espera paciente su turno.

Me enternece escucharla y ver cómo le brillan los ojos cuando cuenta su versión de la historia de amor entre la modista y el gondolero. Parece que el resto de mujeres no recuerdan así la historia, y regresan todavía más entregadas al eterno debate. Por un instante, mi abuela y yo nos quedamos absortas, liadas con nuestros pensamientos: “Ojalá pudiera revivir aquellos momentos”; “me encantaría conocer la verdadera historia”. Las dos ensimismadas, con la mirada fija en el viejo sombrero de paja que hay colgado en el perchero.
Autora: Ana Pascual Pérez.

"Morning in Venice" de Richard S. Johnson

domingo, 5 de marzo de 2017

En auto-caravana hasta La Haya


IMAGEN 7

Imagen: Re-interpretación del fotógrafo Francisco Arteaga de la obra de Johannes Vermeer "La joven de la perla" (Modelo: Emma Fernández Manrique)

EN AUTO-CARAVANA HASTA LA HAYA

Hace una semana que salimos desde Tenerife hacia Holanda, acabamos de llegar a La Haya. Las chicas duermen en el césped, tomando el sol, y nosotros limpiamos los objetivos de las cámaras, ponemos las baterías en carga y comprobamos que las tarjetas de memoria sean las adecuadas. Me encanta ver dormir a Emma, está preciosa tan relajada mientras el sol brilla en su pelo alborotado. Sin pensarlo le hago unas docenas de fotos para unir a las diez mil que llevo hechas en este viaje, la primera se la hice a la madre de Emma cuando nos vio aparecer con la auto-caravana a buscar a su hija, si hubiese ido en la moto, como hago habitualmente, quizás no se habría sorprendido tanto, pero son demasiados kilómetros para el frágil cuerpo de mi chica y quiero que me dure toda la vida y un poco más.
Esta tarde ha sido el mejor momento de nuestras vidas como fotógrafos, teníamos permiso para realizar una serie de fotos artísticas en La Real Pinacoteca Mauritshuis, nos ha sorprendido el majestuoso edificio, sus paredes recubiertas de seda, sus lámparas de araña y las maravillosas obras allí expuestas, yo he elegido trabajar junto al cuadro de Vermeer, La Joven de la Perla, llevo una copia exacta del vestuario que lleva la chica del cuadro y, con Emma como modelo, he hecho una serie de fotos como si de dos hermanas gemelas se tratase, aunque la sonrisa de mi chica es más bella y la mirada más profunda, tanto como la de su madre. Al recoger los focos, trípodes y cámaras le he pedido que se case conmigo ante la imagen de esa joven, y he disparado la cámara justo en el momento en el que se le ha escapado una lágrima y ha esbozado una bella sonrisa que la joven del cuadro no es capaz de imitar.



Obra registrada. Todos los derechos reservados.

Celebrando mi divorcio

Imagen 6. 

"Mañana en Venecia". Autor: Richard S. Jonhson.

CELEBRANDO MÍ DIVORCIO.

Tardaré años en pagar este crucero pero necesitaba poner distancia entre mi vida anterior y la que acabo de comenzar, no fue decisión mía, pero en el fondo sé que me ha hecho un gran favor aunque aún no lo entienda y se me llenen los ojos de lágrimas inesperadas en el momento menos oportuno.

En las largas horas de travesía he ido recuperando la persona que era, ya no voy teñida de morena y con el pelo perfectamente planchado, ni uso tacones de aguja y vestidos ajustados con grandes escotes. Llevo el pelo recogido, casi desaliñado, he comprado faldas amplias de telas vaporosas y camisetas suaves que acarician mi pecho sin sujetador. 
La llegada a Venecia en el crucero ha sido un regalo para todos mis sentidos, vi pasar ante mis ojos palacios, canales, el bullicio de los vaporetos, góndolas y las lanchas que navegan por el gran canal.
Paseando por Venecia me he descalzado y he bajado al canal para meter los pies en el agua, no sé dónde estoy pero ahora sé quién soy y cómo quiero que sea mi vida a partir de éste momento, nunca más bajo las órdenes de nadie. Soy yo, la que lleva el pelo alborotado, el vestido vaporoso y los pies descalzos, soy la que disfruta de los rayos de sol en la cara mientras escucho a un gondolero cantar "O Sole Mío" y respiro profundamente el aroma de las flores cercanas. 
Un hombre, dice que se llama Richard, me ha pedido permiso para hacerme unas fotos, es pintor y quiere inmortalizar este momento de bella paz que le estoy transmitiendo... ¡Si él supiera!

Autora: Amaya Puente de Muñozguren
Obra registrada. Todos los derechos reservados.



Un juez en el estudio del pintor


Relato sobre imágenes de dos pinturas de Joaquín Sorolla. “Otra Margarita”
Imagen 4

UN JUEZ EN EL ESTUDIO DEL PINTOR.
-Buenos días, don Joaquín.
-Buenos días señor Juez.
-Llámeme Ángel, en su estudio las formalidades entre buenos amigos sobran. Me alegro de que se esté recuperando favorablemente del envenenamiento que le provocó su mujer, casi termina con su vida, querido amigo. ¿A qué viene la urgencia de su llamada?
-Sí, por suerte voy mejorando del terrible error que, sin querer, cometió mi querida esposa al elegir el tarro del azafrán y confundirlo con el de veneno para ratas.
-Me gustaría tenerlo tan claro como usted lo tiene, querido amigo. Veo que ha pintado la escena del juicio, extraña mezcla la de estos dos lienzos juntos, siendo la misma mujer no parece serlo.
-Es el relato de mi vida junto a mi amada "florecilla", la alegría de nuestra vida junto al mar, bajo la luz mediterránea, salpicada de olor a algas y sal. Toda la vida anteponiendo mi labor de pintor de la luz, mientras mi amada quedaba sola en casa, cuando volvía siempre encontraba su sonrisa y el calor de su cuerpo pero mis ausencias la llenaron de celos y dudas. Sí, soy hombre y, como pintor he sucumbido a insinuaciones y desnudeces de mis modelos que fueron a más; nunca me negué a otros encantos, usted lo sabe, mi "florecilla" se fue mustiando y llenando de dolor y celos hasta que tomó una mala decisión, pero no la culpo, motivos le di más que suficientes, solo quiero recuperar los días felices, que perdone mis errores y perdonar el suyo, señor Juez, amigo Ángel, tenga compasión de mí, si la sentencia perderé mi luz y mi alegría...
-Tendré en cuenta sus palabras a la hora de dictar sentencia, querido amigo, y ya que estoy aquí... ¿Qué le parece si aprovechamos la visita y empieza a tomar unos bocetos para ese retrato que hace tanto que me tiene prometido?

Autora: Amaya Puente de Muñozguren.

Obra registrada, todos los derechos reservados.

A- Bisabuela y setas, B- Primera visita al museo

Imagen 3 (Primera opción)
Escena de noche: Autor, Peter Paul Rubens.

BISABUELA Y SETAS

Como mi abuelo está enfermo y la abuela le tiene que cuidar me han traído a casa de la bisabuela, en el pueblo. La bisabuela se llama Marutxi, cada vez que la veo es más pequeña y la ropa le queda más grande, pero sigue oliendo a romero y a galletas, tiene la piel tostada por el sol, fina, casi transparente, llena de arrugas y venitas azules, sus caricias son suaves como de alas de mariposa y su voz es bajita y temblona como ella.
Su casa no es muy grande y se enfría a medida que te alejas de la chimenea, pero en su cama la magia de las botellas llenas de agua caliente nos dan calor en los pies y en la espalda mientras me duermo acurrucado a su lado.
Marutxi vive sola con sus recuerdos y un gran perro mastín al que llama Tarzán, los dos deben tener la misma edad porque andan y miran igual.
El año pasado murió el bisabuelo pero ella sigue hablándole como si estuviera en la habitación de al lado.
Marutxi me enseña cosas que nadie más sabe en mi colegio, me enseña cómo encender mi vela con su vela, como coger los huevos de las gallinas sin despertarlas y como encontrar setas a los pies de los árboles del bosque, me enseña a cogerlas y a colocarlas en la cesta. Los árboles, por la mañana, huelen a tierra mojada y dejan pasar los primeros rayos del sol para que les calienten las raíces; Marutxi me mira y señala con la vara de avellano hacia un lugar cercano, enseguida las veo asomar y voy a por ellas. Volvemos a casa despacio con las cestas llenas y, mientras me lavo las manos huelo a setas fritas y oigo el crepitar de los huevos en la sartén.

Autora: Amaya Puente de Muñozguren
Obra registrada, todos los derechos reservados.

Imagen 3, (Segunda opción)
Escena de noche, Autor: Peter Paul Rubens.

PRIMERA VISITA AL MUSEO
Hoy nos vamos de excursión al museo, dice la "profe" que es un sitio lleno de imágenes que se han parado en el tiempo, "Imágenes que pintó un artista", no sé muy bien qué quiere decir con eso pero como me gusta tanto pintar quiero verlo. Nuestra profesora lleva un paraguas amarillo, cerrado, y dice que no debemos alejarnos de él. lo llevará en alto para que lo veamos. Luisita, mi novia, me agarra de la mano, (como sólo tiene siete años la tengo que cuidar); nos reímos al ver las figuras de señores y señoras desnudos en la entrada del Museo, ella se pone colorada, yo también.
Llegamos frente a un cuadro que representa a una mujer anciana y un niño, la "profe" nos explica algunas cosas sobre el autor y los materiales que utilizó. Yo, de repente, me quedo solo ante el cuadro, no veo ni oigo a nadie; nos hemos quedado solos los tres, les entiendo, huelo los aromas de polvo y campo de sus ropas, noto la distinta temperatura de sus pieles, siento la luz y el calor que viene de la vela que nos alumbra, acerco mis dedos y noto la llama que me quema la palma de la mano.
En algún lugar lejano alguien grita mi nombre, cierro la mano y con el calor de la vela en ella busco el paraguas amarillo de mi "profe".

Autora: Amaya Puente de Muñozguren.

Todos los derechos reservados. Obra registrada