Recibimos en el blog a Eva García, escritora madrileña afincada en A Coruña. Conocida sobre todo en el ámbito del relato breve y el microrrelato. Eva participa asiduamente en concursos y páginas del género como el clásico ENTC, Relatos En Cadena (Cadena SER) y revistas de difusión. Damos la palabra a Eva, que recuerda para este espacio como surgió su temprana vocación por la lectura y la escritura.
Cuando aprendí a escribir, empecé a escribir. Siempre fui una niña tímida y tranquila, al menos en apariencia. Por dentro era otra cosa. Mi cabeza vibraba llena de bandas sonoras y películas a todo color en la que vivía, bailaba, cantaba, odiaba, amaba o lograba todo lo que jamás exteriorizaba. Huía a ese mundo interno para soportar realidades grises y su único rastro eran las confidencias a mis diarios, mis cuentos y poesías. Porque desde que aprendí a leer y a escribir, pude ver que entre las páginas de los libros existían espacios donde evadirse y que yo misma tenía la herramienta para crear y plasmar los que bullían en mi cerebro.
Conservo mis primeros cuentos y poemas infantiles de cuando tenía cinco o seis años. En el colegio elegían mis redacciones, cuentos o poemas para concursos escolares o eventos. Fui lectora indiscriminada de cualquier texto que cayera en mis manos, disfrutaba y saboreaba las palabras y frases como si fueran caramelos, me encantaba aprender vocabulario nuevo. Leía a escondidas, de noche bajo las sábanas o a plena luz del día. Los Cinco, los Hollister, Puck, el Reader´s digest, la Enciclopedia de la vida salvaje, tebeos, revistas de viajes, Las mil y una noches, Los cuentos de la Alhambra, las aventuras de Emilio Salgari, trilogías fantásticas... Cuando descubrí a García Márquez se me abrió una ventana mágica. Cien años de Soledad se convirtió en mi libro favorito.
Dejé de escribir cuando la vida me robó el tiempo para hacerlo y ocupó mi mente con cuestiones prácticas, pero nunca dejé de imaginar. Retomé la escritura al descubrir el microrrelato allá por 2010. Me fascinó su accesibilidad para poder encajarlo con mis obligaciones. Mi primera participación en un pequeño certamen de relatos sobre micología (otra de mis aficiones) fue tan satisfactoria que empecé a participar en Relatos en Cadena de la SER, el blog de Esta Noche te Cuento, Las Microjustas y otros concursos que me tentaran.
No puedo presumir de ninguna liturgia que configure mi proceso creativo. Soy bastante anárquica. A veces se me ocurre un título y decido escribir un cuento que lo justifique. Las condiciones propuestas (el tema, frases de inicio o de final, uso de determinadas palabras…) suelen ser muy estimulantes y me encienden la chispa de inmediato. No lo son tanto las imágenes o las canciones por ejemplo. En ocasiones observo o vivo una situación y decido transmitirla en un relato. En otras sigo utilizando una práctica que usaba en la adolescencia: recopilo palabras especialmente sabrosas, coloridas, bonitas, diferentes, y con esos caramelos construyo una historia. No siempre conozco el final de lo que empiezo a contar. De hecho, suelo empezar a escribir y dejar que mi inspiración continúe libre. A veces me lleva a terrenos insospechados difícilmente previsibles con antelación. Suelo parir la historia del tirón y he aprendido a regañadientes a dejarla reposar para pulirla, pero no demasiado, porque, si no, acabo destrozándola. Cuando redondeo un relato con un final o un título apropiado para mi estética particular, siento un cosquilleo, una euforia íntima muy grata.
Escribo por muchas razones: para comunicarme, para olvidar, para obtener la satisfacción de crear una pequeña escultura con palabras, porque hablo bajito, para defender ideas, para desahogarme, para explorar mis propios límites y para descubrirme a mí misma en los ojos de los lectores. Nunca dejan de sorprenderme las distintas lecturas de ese trocito mío por parte de los demás. Verme desde fuera, en la mirada y la comprensión ajena, me ayuda a conocerme mejor.
Biografía literaria:
Eva García. Nació en Madrid y vive desde hace
treinta años en Arzúa (A Coruña). Licenciada en Veterinaria y amante de las
ciencias, nunca se resignó a abandonar las letras, Dicen las malas lenguas que
los bichos siempre terminan colándose en sus historias. Desde hace catorce años
escribe principalmente relato corto y microrrelato y mantiene un blog de
escritura Gotas de luz pálida Participa desde 2015 en la sección de Microrrelatos de la revista cultural Amanece Metrópolis. Recientemente ha publicado un libro para concienciar a los más jóvenes sobre la
necesidad de cuidar el mar El despertar de Uiko
Varias veces finalista y ganadora en diversos
concursos (Dónde lees tú, Cuenta 140, Wonderland, Microjustas, La pobreza en
cien palabras …) varias veces finalista mensual y dos veces anual en el
concurso Relatos en Cadena de la Escuela de Escritores, ganadora en el concurso Esta noche te Cuento,
comparte publicación digital y en papel en diversas antologías de relato corto
: Micomicrorrelatos, Microrrelatos del
azar, Microrrelatos indignados, Un Carcaj de Microrrelatos, El legado de Gabo,
Un tiempo breve, Despojos del REC, En algún lugar de La Mancha, La Isla
(Relatos de viaje Moleskin 2016), Papenfuss, Los locos del Microrrelato, MAFnuscritos,
Cincuentos, Microvuelos, Aletreos, En7Colores, Emocionario, Claroscuros,
Entcerrados, Entcaminados…
Impasse
Ya recogerían la mesa mañana, cuando el hombre que dormía sobre ella hubiera terminado de soñar con aquellas libélulas amarillas empeñadas en llenar de luz los rincones vacíos de la casa ya desmantelada.
(Finalista mensual 2018 de Relatos En Cadena)
Acecho y derribo
Más allá de la curva del mundo hay un hombre marrón robando miel a las
abejas que anidan en un castaño centenario. Inmutable, fuma un cigarro apestoso
mientras rebaña hasta la última gota dorada. Decenas de gatos verdes vigilamos
sus movimientos sin decir ni miau. Estamos acostumbrados a ver lagartos hurgar
en las entrañas de los exhaustos y culebras que chupan la sangre a los
inocentes.
Después, con un velo en la mirada, se dirige como un autómata a un árbol
cubierto de caracoles para recolectarlos en un saco. Su alma huele a amor
podrido, a ego absoluto, a ambición insaciable. Esperamos pacientes que cometa
un error para abalanzarnos sobre su rostro y sacarle los ojos. Lo hemos hecho
otras veces, pero hay que tener cautela. Este tipo de bestias prepotentes suele
cubrirse bien las espaldas.
Entonces, una niña blanca, como de nata, aparece cantando por el camino.
Al hombre se le ilumina la cara: por fin un gesto de debilidad. Tensamos
nuestras patas, afilamos las uñas.
Sin pensarlo demasiado le ofrece miel, le enseña los caracoles. Cuando
abre su saco gris llega el momento. Un coro de maullidos le acorrala
ensordeciendo su credibilidad, juzgando sus intenciones.
Ya es nuestro.
(Finalista anual 2023 Esta Noche Te Cuento)
Embates de mar
Aterrizas de golpe en esa playa, donde las dunas de cristal resultan
temibles y ajenas, porque el océano de la vida ha decidido vararte en ella. Y
te acurrucas en el hueco mortal de su arena para lamer la sal de tus heridas
sin saber lo que te depara un futuro, de repente, tan corto y desteñido como el
bostezo de un jilguero.
Te miran, te rodean, te consuelan, te apoyan, te compadecen. Te evitan.
Te culpan.
Te aconsejan.
Son sospechosas las babas del Nautilus
que te rozó en una ensenada, los nudos de la soga con la que saltabas, la miel
tóxica de flores meditabundas, el color anaranjado de los caramelos, la costra
mineral que formó el viento al agitar tu cabello. Lo son tus arrugas tostadas o
esa espiral de dudosa espuma que hacía vibrar tu existencia. Lo es el licor que
descorchaste a deshora.
Y te brindan pociones mágicas, amuletos hechiceros, colores y aromas que
pulen el karma, tiritas para el dolor desconocido, antídotos para todos los
venenos, frutas exóticas, esencias místicas, sinfonías extrañas que recomponen
por dentro.
Y a tu confusión suman tantos caminos sin
retorno, tantas promesas etéreas, tantas teorías gelatinosas, tanta estupidez,
que te preguntas si ellos han estado alguna vez en esa playa, si lo estarán, si
realmente harían todo eso que proclaman dando la espalda a la certeza de la
ciencia si lo estuvieran.
Abandonas sin remedio lo
equívoco, te sacudes las brumas a las que tentaba aferrarse y absorbes toda la
luz que las rendijas de tu nueva cáscara permiten. Te entregas al destino de
rodillas, cruzando el cielo con la tierra, plegando las alas. Y miras, con
otros ojos, a los que, en silencio y con
respeto, te arropan apostando sinceramente por tu renacer.
(Relato publicado en la Revista cultural
Amanece Metrópolis)
Anatomía de un calamar
Daniela prefiere las sardinas asadas, con sus tripas intactas.
Últimamente le apetecen mucho. Pero él ha traído chipirones. Los quiere
rellenos.
Trata de evadir la mente mientras los limpia,
aunque no puede evitar el temblor de manos al vislumbrar en esos ojos fijos e
insensibles la mirada de su padre. Los tentáculos llenos de ventosas parecen
sus dedos viscosos, atrapándola, explorando ásperos cada resquicio. Imagina su
nariz ganchuda al arrancar los voraces picos de loro. Y esa gelatina blanca que
se adhiere a sus dedos la lleva al borde de la náusea.
La arcada incontenible llega cuando, del
interior de uno de ellos, sale un pescadito medio devorado, se escurre sobre el
montón de entrañas y desaparece para siempre por el desagüe del fregadero.
Recuerda otro desagüe, el sabor amargo del bebedizo de ruda y artemisia
mezclado con lágrimas, dos pececillos ensangrentados perdidos por las cañerías.
Recuerda querer morirse, recuerda querer matarle.
Suenan pasos. Traga saliva. Apura la labor con
la receta que usaba su madre, como él exige. Meter ese relleno en los cuerpos
es antinatural. Se estremece. Acaricia su vientre. Llora. La cadena del tobillo
frustra, una vez más, su intento de alcanzar el veneno de las cucarachas.
(Ganador anual en Esta Noche Te Cuento 2021)