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sábado, 18 de febrero de 2017

La bruja Filandona

"Escena de noche" de Pedro Pablo Rubens


Ricardito era el único de la familia y del colegio que creía en las brujas.
Contaba, a quien le quisiera escuchar, que casi todas las noches se sentaba en el borde de su cama la bruja Filandona. En realidad, tenía el aspecto de su tía-abuela Esperanza, su voz y hasta su aroma a incienso rancio, pero Ricardito sabía que no era ella, porque a lo largo del día nunca hablaba, ni sonreía, ni le prestaba la más mínima atención.
La primera vez, Filandona le explicó que venía de tierras de León. Allí se reunían los abuelos a contar historias y cuentos por la noche, casi siempre de terror, junto al fuego. Pero a ella, por miedo a sus brujerías, nunca la dejaron participar, obligándola a hilar alejada del grupo. Es por ello que buscó un alma infantil que quisiera escucharla, y decidió poseer el cuerpo de su tía , y pasar las noches junto a él ayudándole a dormir. Misión fracasada, porque el niño solo quería escuchar Garbancito. Una y otra vez. El único que le emocionaba. Ella, harta, amenazaba tras el cuento: “Niño, si no duermes, vendrá el hombre del saco. Al pequeño todo esto le parecían pamplinas. Pretextos para no darle el capricho.
Hasta que una tarde llamaron a la puerta, y escondido tras los pantalones de su hermano mayor, escuchó una voz grave, vio unos zapatos raídos y… ¡Un gran saco! Filandona tenía razón, el hombre del saco había intentado entrar. El miedo le produjo temblor de piernas, tartamudeo continuo, y una decisión firme de, a partir de ese momento, dejar narrar a Filandona todo lo que quisiera. Con tal de evitar las terroríficas visitas…
No hubo ocasión . Esa noche durmió en otra cama. Su padre lo llevó al cuarto del hermano durante varios días. Que la tía estaba muy malita, le dijeron. Filandona no volvió. Jamás pudo confirmarle que al fin creía en los hombres del saco y en los ogros traga-niños. Alguna vez sospechó si no sería Esperanza la que iba a susurrarle a la luz de la vela. Pero lo desechó enseguida. Ella no tenía poderes, ni hablaba nunca con él. De hecho, ni se dignó despedirse.
Manoli Asenjo.

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