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sábado, 11 de marzo de 2017

Noche encantada



    Asomó la cabeza y sonrió. El portero se había quedado dormido. Primero sacó el brazo derecho, luego el izquierdo. Un salto y ya estaba en el suelo. Al girar, se llevó por delante la papelera. Por un momento, se detuvo a escuchar. Los ronquidos retumbaban por toda la sala. Se descalzó y, con paso sigiloso, se dirigió a la salida.

   Ya en la calle, la deslumbraron las luces de la ciudad. Con los ojos muy abiertos, contempló los coches que pasaban a toda velocidad. Retrocedió, avanzó unos pasos, se detuvo. Se envolvió bien con el manto, apretó los dientes y empezó a caminar por la avenida. Al llegar junto a la fuente, su mirada quedó prendida en un muchacho que hacía malabares con siete pelotas de colores. El joven le hizo una descarada reverencia. Ella, azorada, corrió hacia el otro lado de la calle y en su huida a punto estuvo de ser atropellada. 

   Permaneció dudosa ante el cartel luminoso de una discoteca. Los jóvenes pasaban ante ella riendo y hablando en voz alta. Se mordió el labio inferior como si no se decidiera a entrar. Un grupo de muchachas la empujaron hacia dentro. El terror se pintó en su cara al ver a la gente que bailaba en la pista. Las luces de colores y la música estridente parecían aturdirla. Hizo ademán de volverse sobre sus pasos pero la detuvieron los primeros acordes de una dulce melodía. Cerró los párpados, extendió las manos y se dejó mecer por ella. La música tocaba sus dedos y recorría su figura hasta llegar al corazón. De pronto, se hizo el silencio. Abrió los ojos. Cientos de rostros la contemplaban admirados. Asustada, salió corriendo a la calle.

   Amanecía cuando llegó al museo.

   —¡Espera! —exclamó alguien a sus espaldas y, al volverse, la cegó el flash de una cámara. 

   Al día siguiente todo el mundo hablaba de lo mismo: La joven de la Perla de Veermer mostraba una expresión pícara que nadie había apreciado hasta entonces.

© Ana Madrigal Muñoz
Todos los derechos reservados




Imagen: Re-interpretación del fotógrafo Francisco Arteaga de la obra de Johannes Vermeer "La joven de la perla" (Modelo: Emma Fernández Manrique)

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