Robin (Truls Espedal) |
¡Qué bien que hayas venido,
petirrojo! pensé que no volvería a ver a ninguno de mis amigos. ¿Han regresado
ya las golondrinas? ¿Han nacido los polluelos de los jilgueros y de los verderones?
Cuidado con el cuco, ya sabéis que pone sus huevos en otro nido para
aprovecharse de los padres. Dame noticias, por favor. Yo estoy bien, solo
echaba de menos hablar con alguien. Aquí, entre estas cuatro paredes los
minutos se hacen horas, el tiempo resulta una eternidad. ¿Que cuándo saldré de
aquí? No lo sé, ni siquiera sé si saldré algún día. Ya sabes cómo se enfadó mamá
cuando se organizó el alboroto con los gorriones y los estorninos que se
congregaron más y más en el Centro Comercial la tarde que se me ocurrió
desmigajar las magdalenas para alimentar a uno que se coló por el tejado de
plástico. "¡No, si esto ya me lo temía yo, que me pondrías en ridículo cualquier
día!", decía mamá sumida en un mar de llanto, mientras la gente corría despavorida
y los empleados trataban de espantar a los pájaros, vociferando y agitando las
manos con frenesí. "Basta de darme disgustos. Te llevaré a un internado, que
es donde deberías estar desde hace tiempo". ¿Qué culpa tengo yo de
recordar el idioma de las aves? Se ve que en el tránsito de una vida a otra conservé
mi lenguaje anterior. Comprendo a los pájaros desde que nací, sin embargo con
los humanos, aunque entiendo su lenguaje, soy incapaz de comunicarme. Dicen que
tengo algún problema en mi cabeza, TEA o ASD en inglés, o algo así... Pobre
mamá. Lamento no haber sido la hija que siempre quiso tener.
María José Triguero Miranda