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lunes, 28 de agosto de 2017

Hay manos que acarician






  Hay manos que acarician, hay manos que envuelven. Hay manos suaves. Hay manos que consuelan. Hay manos cuyo leve roce basta para ahuyentar la desdicha. Hay manos que se llevan el dolor del abandono. Hay manos que acaban con el desaliento. Hay manos que devuelven la esperanza. Hay manos que sanan, manos que apagan la fiebre. Hay manos que se confunden con los lirios; manos de dedos alargados que se pasean por las teclas de un piano y nos regalan con un Nocturno de Chopin. Hay manos que hablan, manos que escuchan. Hay manos que gritan, manos que interrogan, que ríen, que gimen, que lloran; manos que encierran una frase entre signos de admiración; manos que llenan silencios, manos que acallan la voz. Hay manos sensuales que seducen con su danza y manos que cierran el paso al amor. Hay manos que acercan y manos que alejan. Hay manos ásperas acostumbradas a trabajar la tierra, que arrancan las malas hierbas, que hacen crecer la vida. 

  Hay manos y manos. Hay manos y tus manos. Tus manos: manos que me enamoran, manos que me matan.

  Manos blancas son tus manos. Manos que despiertan mis sentidos. Manos que saben a canela. Manos que traen la fragancia del tomillo y, con ella, cientos de promesas. Manos que me riegan de ternura y hacen nacer una rosa carmesí.

  Manos blancas son tus manos. Manos que me mienten. Manos que me golpean. Manos que me hieren. Manos que me golpean. Manos que me duelen. Manos que me golpean. Manos que me piden perdón. Manos que me golpean. Manos que alientan mi miedo. Manos que me golpean.

  Manos blancas no son tus manos. Manos manchadas de sangre. Manos manchadas con mi sangre. Manos que matan nuestro amor. Manos que hacen crecer mi odio. 

  Hay manos y manos. Hay manos y tus manos. Tus manos: manos que me enamoran, manos que me matan.




Imagen: Support. Lorenzo Quinn

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