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jueves, 23 de noviembre de 2017

UTOPÍA

Esperanza se sentó en un taburete de la barra del recinto, ya casi desocupado de amigos y compañeros. Después de treinta años de trabajo recibía este cálido y "merecido" homenaje. Cruzó las piernas girando con indolencia en el sillón, su copa en la mano  y, sin saber por qué, un torrente de llanto brotó de sus ojos, chorreó por sus mejillas y provocó en su boca ese sabor salado propio de las lágrimas. Descubría miles de sentimientos encontrados, pero no lograba vislumbrar la raíz de su profunda melancolía, hasta que el regusto salado la transportó a su niñez: esos veranos eternos y ardientes, la siesta que siempre odió y ella, sentada en el umbral del patio, leyendo sin tregua, pelando y comiendo pipas saladas de una bolsa infinita, hasta que le escocían los labios. Por suerte, siempre volvía septiembre y el colegio. Una vez respondió en clase a un cuestionario:
 _"¿Qué quieres ser de mayor?
_"Escritora de libros (novelas)". Así, entre paréntesis.
            ¿En qué momento de la vida deserta uno de sus sueños? El tiempo no se detiene, la subsistencia impuso su ley, hoy podía considerarse una mujer "realizada, feliz esposa, madre de familia,"... pero esa nostalgia la atormentaba, como  los versos que aprendió de Garcilaso:
"Aquel que fue la causa de tal daño
A fuerza de llorar crecer hacía,
el árbol que con lágrimas regaba.
¡Oh miserable estado, oh mal tamaño,
que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón porque lloraba!".
Si  la utopía tuviera un sabor, éste sería sin duda el salado.

© MJTriguero 2017

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