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sábado, 2 de diciembre de 2017

¿A qué sabe el amor?






  María tenía trece años cuando se dejó embrujar por primera vez con la magia de un soneto. Dejó escapar un largo suspiro y preguntó:

   −¿A qué sabe el amor, abuela? 

   Sofía permaneció unos segundos pensativa y dejó rodar por la camilla la madeja de lana turquesa que estaba desenredando.

   −El amor no tiene un sabor sino muchos, ratoncita.

   −¿Muchos? ¿Cómo es eso posible?

   Una carcajada de Sofía llenó de campanillas el silencio de la noche.

   −Es un enorme pastel de varios pisos. Si hundes la cucharilla en una de sus capas, te deleitarás con el sabor a limón y en otra, el azúcar te cosquilleará la punta de la lengua.

   María se relamió traviesa.

   −¿A qué sabía tu amor por el abuelo?

  −¡Mmmm! ¡Delicioso! Lo vi por primera vez paseando en bicicleta por la playa. Su mirada se tropezó con la mía y se llevó para siempre mi corazón. Después de aquella tarde, cada vez que lo veía, sentía escalofríos como si me hubiese tentado con una guindilla. El primer beso me lo robó a la salida del colegio: un beso chispeante como las burbujas del champán. Después de meses de noviazgo efervescente, degusté la dulzura de los años juntos. Pero, ¡ay, ratoncita!, se puede aborrecer el chocolate más delicioso. Los sinsabores de la vida, los desencuentros, los malentendidos, los orgullos heridos… ¡Ay! −suspiró mientras María arrugaba la nariz−. La acidez de esos momentos abre grietas en el alma que escuecen y te anegan en llanto. Pero los besos de nata de un bebé te vuelven golosa de nuevo y las caricias de la reconciliación te abren el apetito. En la vejez, el paladar se sosiega, se huye de los sabores intensos, te deleitas con un caldo caliente compartido en las frías tardes de invierno. Hasta que una helada, se lleva los últimos frutos de la pasión y te deja en su lugar el aroma de la amargura. 

  Una lágrima encontró un camino entre las arrugas. María la rodeo con sus brazos y dejó un leve beso en su mejilla. Sofía sonrió.

   −Ahora me he vuelto glotona de los bomboncitos de tus besos.





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Ana Madrigal Muñoz




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