Fotografía obtenida de la Red. |
Observo como el tic-tac del reloj deja huellas imborrables, mientras el herrero pule su instrumento bruñendo las aristas que cortan los instantes como gélidas piedras. Entonces, sólo entonces, esa lógica perpetua destruye la sorpresa e impide que suba un nuevo pasajero al tren de la vida sin maletas a bordo y notando en la espalda el escalofrío de lo desconocido.
Una imagen me sorprende y permito que fluya dejándome caer en un abismo donde acaban por unirse los cuerpos tersos, como figuras de papiroflexia hechas con papel charol que irradian sonrisas de felicidad, mientras mis labios de terciopelo rojo buscan en la oscuridad los tuyos en esta apacible tregua.
De pronto, el llanto de un bebé interrumpe la sesión y es el momento justo de abrir los ojos, Adrián me reclama y no puedo perderme esa nueva oportunidad de memorizar la dulzura de sus gestos, cuando le miro embobada cogiéndole de los mofletes, tan sedosos y blandos, como el mullido abrazo del césped bajo mi espalda. Le observo con cuidado como se acurruca en mi regazo, parece un muñeco de felpa. Su delicadeza y ternura infinita me estremecen, cada vez que le miro y le susurro al oído lo que le quiero.
Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados
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