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sábado, 2 de junio de 2018

Cita en Casablanca





Enrique y yo Llevábamos tanto tiempo distanciados que los dos habíamos perdido la cuenta de lo que hacía el otro. Convivíamos bajo el mismo techo, pero sin tropezarnos. Cada uno en su mundo y en su habitación. No recuerdo ni en qué momento decidí apuntarme a una página de contactos. Me pasaban factura las noches en vela y la rutina diaria. Por el chat comencé a hablar con un chico bastante simpático. No quisimos intercambiar fotos porque a cierta edad es fácil caer en juicios que no hacen justicia a la realidad. En nuestros perfiles la imagen podía ajustarse a la de cualquiera; él con sudadera, bigote y gafas de sol y yo con el pelo tapándome medio rostro. Nos fuimos conociendo “por dentro”, despacito, como quien no quiere la cosa durante un año. Transcurrido ese tiempo, decidimos abrir la puerta al mundo real y vernos cara a cara.
Quedamos en un bar poco céntrico. Uno de esos refugios para enamorados llamado Casablanca. Pese a que los dos rondábamos la cuarentena, seguíamos conservando el romanticismo. Él llevaría un sombrero a lo Humphrey Bogart y yo un traje chaqueta emulando a Ingrid Bergman.
En cuánto entré lo divisé sentado al fondo del local. Con el sombrero inclinado, mientras leía el periódico, no podía verle el rostro. Llegué hasta él y, al oír mis tacones, alzó la vista para mirarme.

Soy Quique me dijo Enrique, a punto de partirse la caja.

―¡Joder, chico, cuánto hace que no te veía tan guapo! ―respondí desternillándome.

  
¡Para que luego digan que la tecnología nos aísla! Enrique y yo, por llevar la contraria, gracias al chat del ordenador volvemos a estar enamorados.

Texto: Manuela Vicente Fdez ©
Tema: Cita a ciegas




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