En esta ocasión os acercamos a la obra de una colaboradora del blog, Beatriz Molina Lorca (Granada, 1975) que se define como "aprendiz eterna" del arte de escribir. Ella lo siente como una pasión que traspasa a los micrófonos a través de sus lecturas en vivo. Finalista en dos certámenes de microrrelatos, tiene publicados algunos textos, en "Esa cosquilla molesta" de la Escuela de Escritores de Madrid y en "Ficción Súbita" de La Ciudad Invisible.
La carta es el formato donde me siento más cómoda. La redacción en primera persona me ayuda a exteriorizar una voz íntima que tira de mí como el hilo de una araña... Quiero compartir dos de mis cartas favoritas.
La carta que nunca llegué a enviar
Estimada Catalina:
Tengo a bien escribirle por
considerar propicio el momento, que no la época, ya que me consta que en pleno
siglo diecinueve todavía no contamos con la libertad, que sí el libertinaje, de
expresar abiertamente ciertas conductas libidinosas.
Siempre he admirado la gracia y
elegancia con la que luce sus joyas y abalorios. El broche en tridente que
apunta hacia sus más oscuros recovecos, me indica un camino que ardo en deseos
de recorrer. Cinco años. Cinco años he esperado para escribirle esta carta y
transmitirle mi ferviente devoción y anhelo por paladear sus generosas carnes.
Durante todo este tiempo me reconcomía una duda contradictoria entre el férreo
compromiso con mi congregación y el inflamado apetito que alimento hacia usted.
Cuántas noches en la soledad de
mi anodino y sobrio aposento, he soñado con acariciar la pelusilla que se
sugiere sobre su labio inferior o besuquear su rostro sonrosado, desde la rotunda
uniceja -techo de sus ojillos vivaces-, hasta la sugerente papada coronada por
un leve hoyuelo en la barbilla.
He tenido que soportar largas
horas de penitencia, con el trastorno provocado por cada una de sus visitas,
ataviada con ese vestido de terciopelo negro… ¡Ay, Dios Todopoderoso! Menudo
mal trago. Menos mal que sus recogidos en moño escondían una frondosa cabellera
azabache: una de mis más absolutas debilidades ocultas. Sin embargo, al dejar
al descubierto sus robustos brazos y los graciosos pliegues de su piel sobre el
escote de encaje, me resultaba imposible no sucumbir a miradas lascivas y
descaradas, pese a mi cometido en esta institución.
Por eso he preferido este medio
para trasladarle mi ardor por usted y me pongo a su disposición para que
reclame mi presencia en su castillo lo antes posible y así poder embriagarnos
con nuestras respectivas fragancias extracorpóreas. Suspiro. Suspiro porque no
me hallo, porque ya no sé cómo salir de esta cárcel divina sin bajar
directamente al infierno.
Por Dios se lo pido. Por ese
mismo Dios al que prometí fidelidad eterna… Sáqueme de aquí antes de que la
madre superiora se dé cuenta de mi desasosiego extremo.
Siempre suyo mi corazón:
Sor Enriqueta
Carta a vosotros, masculino plural.
Estimados pupilos:
Se dirige a vosotros una servidora para transmitiros mi más sincera y absoluta repulsa hacia la forma que tenéis de aparecer en mi vida. Empiezo por ti, el Rolls Royce de la manada; el más imponente, con su rotundo embalaje propio de una especie dominante. Te instalas con vanidad y me haces creer que ha aumentado mi aparente atractivo.
¿Y tú? Ése que aparece de improviso. Casi sin que se note...Y que te adhieres a mí como una pequeña lapa. Eres al que solo quiero como amigo...¡Qué digo! ¡Ni como amigo!
¡Eh! ¡Oye! ¿Y tú? ¿Y tú qué? ¿Piensas que te libras porque escondes tu maldad bajo un manto de misterio? Como rodeado de una calígine propia del espacio que ocupas.
Y el resto... ¿Os creéis que por haber llegado más tarde os vais a librar de mi crítica? Pues no.
Más pequeños o más grandes, con envoltorios distinguidos u ocultos entre flecos de hippie, sois todos iguales: indolentes, cobardes, egoístas, hipócritas sin escrúpulos.
Entráis en mi vida sin pedir permiso, interferís mi paz interior, tambaleáis los cimientos de mi existencia. ¿Os creéis con derecho a esta engreída usurpación del espacio vital?
Mi único objetivo con esta misiva es advertiros que no pararé hasta erradicar vuestra maldita existencia. Porque yo no soy la única que sufre esta invasión de energúmenos carentes de espíritu.
A vosotros, quistes y pólipos que deformáis mis pechos y útero, os reto a desaparecer.
Con toda mi acritud:
La mujer más valiente del mundo