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lunes, 5 de octubre de 2020

Lola Sanabria: Escribo para liberar los pájaros de mi cabeza

 

Lola Sanabria


Recibimos en el blog a una autora prolífica y que ha cosechado importantes menciones y éxitos en el campo de la microliteratura y el relato. Estamos hablando de Lola Sanabria que amablemente nos cuenta cómo fueron sus inicios en las letras y cómo la vocación y la libertad de crear ha ido creciendo y evolucionando en su obra.

Dejamos que Lola tome la palabra:

 

La atracción por la escritura viene de lejos, cuando aún era niña, pero se fue hilvanando ya mayor. Comencé con un par de novelas que, más tarde, acabarían en la basura.

Una de ellas la envié a un concurso de una editorial, de cuyo nombre ni me acuerdo. Me llamó el editor y me dijo que hiciera algunos cambios en mi texto, acortarlo, y me ofreció un contrato y escribir para él, supuse que novelitas a su gusto. Lo rechacé. No me veía, ni me veo, escribiendo como un trabajo, bajo presión, de tal a tal hora. Un aburrimiento y una obligación.

Para mí escribir es un espacio de libertad. Expresar lo que siento, lo que me enrabia, aquello que me duele o me produce alegría. Poder matar al vecino del quinto sin consecuencias penales. Foster Wallace decía que con una hora diaria tenía suficiente para escribir. Yo soy más anárquica. No digo que no me someta a una disciplina, pero desde luego ni diaria, ni de horarios, ni de tiempos.

Comencé a participar en el concurso de microrrelatos:  La Ventana de Millás de la Cadena Ser. Y desde entonces escribo con mayor regularidad. Generalmente sobre una idea que me surge a raíz de algún hecho, o un reto. La suelo llevar desarrollada antes de sentarme a escribirla. Pero también me he puesto delante del papel en blanco y he comenzado una historia sin saber por dónde va a seguir y en qué acabará. Esto es más fatigoso, pero cuando encuentro el cauce, me produce satisfacción. Suelo escribir con música.

 

BREVE CURRICULUM PERSONAL:

 El día que cumplí quince años me regalaron una golondrina con un ala rota. Algunos dicen que está enterrada bajo el cemento del patio, pero yo creo que se quedó a vivir dentro de mí para siempre. Después llegarían más y se cumpliría lo que me decía mi madre: «Hija, tienes muchos pájaros en la cabeza».

Nací en un pueblo de Córdoba, en una casa grande llena de gente. El sur, rodeada de personas y con pájaros en la cabeza. Estaba cantado que acabaría inventando historias.

 Premios:

Ha ganado, entre otros:

Primer premio de relatos «Todos somos diferentes» en su edición del 2007.

Finalista de los premios NH Mario Vargas Llosa 2012.

Segundo premio del 58 Concurso de Cuentos Gabriel Miró.

Accésit del XVIII Premio Internacional Julio Cortázar de Relato Breve.

Primer Premio de Relato Policiaco de la Semana Negra de Gijón (2012 y 2013).

Finalista del concurso de historias de #Heroínas convocado por Zenda libros y patrocinado por Iberdrola.

Publicaciones:

Partículas en suspensión ( Talentura 2013).  Revistas Confluencia de la Universidad del Norte de Colorado y Litoral, De antología, la logia del microrrelato (Talentura), y otras.


EL PODER DE LAS PALABRAS

Sabíamos que el peligro acechaba en comidas y cenas. Todos conocíamos cuáles eran las palabras prohibidas y qué consecuencias traería pronunciarlas. La nuestra era una familia normal. Con nuestros más y nuestros menos, ninguno faltaba alrededor de la mesa. Comíamos en silencio, masticando cada bocado con una paciencia infinita. Concentrados en la tarea de pinchar y cortar, la cabeza gacha, mirando al plato. No dejábamos ni una miga, ni un recorte, nada. Se despertaba en nosotros una voracidad extrema. Nos habíamos propuesto no hablar para evitar deslices y tentaciones. Porque el hambre venía acompañada de otros apetitos atroces.

Fue un descuido de mamá, seguro. O tal vez es que estaba harta de todo. Quién sabe. Pero que no pesara y midiera bien aquellos filetes desató la tragedia. Y con el te odio repetido como puñales, dejamos un número incontable de cuchilladas en el pecho que tan bien nos había alimentado cuando éramos bebés.

EN MIS MANOS

A pesar de la cara machacada por los golpes y la sangre borboteando como un geiser de la herida de la cabeza, lo reconocí al instante. Estaba siendo una noche agotadora tras lo ocurrido durante aquel concierto; todos estábamos exhaustos. Así las cosas, el protocolo era mero papel mojado a esa hora lindante con el amanecer, cuando la riada humana se había cortado dándonos una tregua. Miré hacia el pasillo: parecía la piel muerta de una culebra. Ni un alma. Algunos estarían recostados en cualquier rincón, otros moverían el palito de plástico blanco dentro de un brebaje negro que simulaba café. En el cielo se aclaraba poco a poco la línea cortada de los edificios. Escuché los ronquidos de la agonía. Lo dejé morir. Luego empujé la camilla por Urgencias. Crimen fue lo que hizo aquel desalmado con mi niña.

DESCARTE

María gira la llave, empuja la hoja de madera y se detiene unos segundos. Le gusta el silencio. Pisos vacíos, muertes recientes. Entra y cierra con un pie. Retumba el portazo. Pinza en el pelo y guantes de goma. Comienza por el cuarto de baño. El fallecido dejó medio rollo de papel higiénico marca el Elefante. Lo saca de la espiga y lo guarda en su bolsa. No están los tiempos para hacer ascos a nada. Limpia bien los sanitarios con lejía. La lejía desinfecta. Aunque el óxido de la bañera se quedará para siempre. Sigue por la cocina. Encuentra un desatascador de goma cuarteada debajo de la pila de cerámica desportillada. Se lo lleva. Le sigue el salón sin muebles, con media cortina raída. La. descuelga, le sacude el polvo y la dobla. Se la queda. Servirá para algo. Por último, la habitación del difunto. En el suelo hay un lápiz carcomido por dientes voraces. Lo echa en el bolsillo de su bata. Pasa el aspirador. Comienza a fregar el suelo. La detiene un ruido de gato arañando que procede del armario. Abre. Una niña depauperada le echa los brazos. La llama mamá. Ella hace cálculos. Costaría mucho mantenerla. La devuelve al fondo del armario. Cierra. Termina de fregar. Sale.

                                                                                                     

                                                                                                      Lola Sanabria García

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