Laura Reinón López |
Hoy, 23 de Noviembre, día Internacional de La Palabra, nos visita en el blog una escritora de cuento y microrrelato, Laura Reinón López, que, como buena cuentista, nos deleita al hacernos partícipes del nacimiento de su pasión por las letras y acercarnos a su proceso creativo. Le damos la palabra:
Siempre he sido una persona bastante introvertida, de hecho, podría definirme como una observadora introvertida con la cabeza llena de letras (y de pájaros). Cuando era niña leía todo lo que caía en mis manos, lo que me ayudó a crear un mundo propio donde poder acurrucarme. Y fue en ese mundo propio, acompañada por fantasmas que a día de hoy se resisten a abandonarme, cuando entendí que la escritura era una puerta, una entrada a mis profundidades, aquella que me permitía sacar del silencio todas las palabras que se quedaban atascadas en mi garganta. Comencé a escribir en libretas y hojas sueltas (incluso en una pared de mi cuarto, de la que el pintor borró cualquier vestigio), primero diarios y, muy pronto, relatos y cuentos que acababan estrujados en la papelera de mi habitación infantil. Una de las lecturas que me más me emocionó -y conmocionó- cuando apenas tendría doce o trece años fue Pedro Páramo, de Juan Rulfo. Sentí como si, de repente, hubiese entendido el mundo, el mío.
A medida que he ido creciendo, la escritura ha sido el único camino por el que no me he sentido perdida o, mejor dicho, por el que irremediablemente necesito perderme. Siempre he escrito de forma autodidacta, desordenada (escribir en las paredes de casa lo era), hasta que hace unos años decidí estructurar un poco ese caos y aterricé en la Escuela de Escritura del Ateneu Barcelonès. En aquel nido literario mis pájaros se toparon con el cuento, un género que les ayudó a perder el miedo, a dejarse llevar… Los relatos que escribí durante ese período forman parte de un libro de cuentos muy personal que aguardan (con mucha paciencia) a que abra el cajón donde dormitan y les permita, quién sabe, levantar el vuelo. De hecho, uno de ellos ha sido publicado en la última antología Iceberg, del Ateneu, lo que me ha hecho muy feliz.
Todos mis relatos contienen una parte de mí, de mis vivencias. Existe un claro dolor emocional que se vacía en la escritura, se vierte en mis cuentos, pero no se recrea, sino que intento arroparlo con ternura, incluso con un roce de humor, para poder –a través de mis personajes- reconciliarme con la vida y conmigo misma. Quizás por este motivo, mi proceso creativo surge de la observación, de la mía propia y de la de los demás. Soy muy intuitiva en este sentido y cualquier señal, cuanto más cotidiana mejor, me sirve como disparador para crear una historia. Me gusta llevar una libretita siempre conmigo para anotar ideas, aunque cuando me pongo a escribir me dejo sorprender porque escribir no depende de una misma, sino que simplemente pasa.
En mi día a día (o más bien noche) escribo retazos de cuentos, microrrelatos en una cuenta de Instagram un poco abandonada, en papeles sueltos (he dejado las paredes), y participo en algunos blogs de microrrelatos. Mi cabeza alberga desde hace tiempo el proyecto de un diario personal con toques de ficción, una historia que me habla para sacudirme del silencio. Y creo que por eso escribo, por la belleza de contar aquello que todavía no he podido o sabido decir.
ALGUNOS MICROS
«Lunáticos»
Al
separarse, lo dividieron todo. Partieron el colchón en dos mitades, la mesa,
los vasos y los platos. Decidieron que las mangas derechas de todos los jerséis
y la miga del pan serían para ella; las mangas izquierdas y la corteza, para
él. Ella escogió cuarto menguante; él, cuarto creciente. Ahora sus mitades
duermen en cajones separados, aunque las noches de luna llena aúllan con la
esperanza de juntarse de nuevo.
«Doble o nada»
El suyo fue un duelo doble. El primero, el del amor; el
segundo, el de la despedida. Este fue el que le hirió de muerte.
«Excusas»
Necesitaba
sentir el latido de aquel corazón junto al suyo. El abrazo fue la excusa.
«Familia»
El abuelo
protesta porque nunca encuentra el bastón y la abuela no calla hasta que suena
el tocadiscos. Papá aparece cuando le da la gana. A mí me gusta cuando nos
sentamos todos juntos en el sofá y mamá se acerca y me pregunta flojito al oído
dónde he guardado sus gafas. En casa todos los fantasmas están vivos.
«Sola»
Por más que
intentaba avanzar, solo daba vueltas en círculo. De repente, un tsunami de
piedrecillas la puso cabeza abajo. No cabía duda, continuaba atrapada en el
interior del reloj de arena.
«Frío»
Nos dijimos “para siempre”, pero,
en realidad, fueron 354 días, 5 horas, 17 minutos, 3 segundos y 287 películas.
Nunca tuve frío. Hasta esa noche.
«Flores»
Llegó a
casa con el pelo alborotado, como si un pájaro se lo hubiera despeinado con su
aleteo. Dejó los zapatos en la entrada y, descalzo, fue a la cocina. Sacó las
flores del carro y se las acercó a la nariz. Un perfume dulzón borró la nube de
lluvia mustia que se respiraba en la estancia. Sacudió en el fregadero la taza
de café y pequeñas gotas de color marrón blanquecino salpicaron su chaqueta.
Abrió el grifo y puso las flores en la taza. La sonrisa que dibujaba su boca
renqueaba igual que los pasos que le separaban del comedor. Durante un suspiro
infinito permaneció allí, encorvado en un rincón, mientras contemplaba la silla
vacía con las flores en la mano. Notó cómo sus dedos flaqueaban y un escalofrío
sacudió su espalda del manto de eternidad azul que la cubría. El agua saltaba
de la taza y él no podía hacer nada para evitar la fuga. Sintió un frio húmedo
en los pies y, por primera vez en todo el día, se dio cuenta de que no se había
puesto calcetines.
«Raíces»
Nunca me han gustado los relojes ni
los calendarios. Supongo que el paso del tiempo me pone nerviosa, me inquieta.
Y no por esos surcos que cuentan historias en la piel, sino por todo aquello
que nunca podré hacer. Pero las cosas han cambiado desde que me compré esta
planta. Al principio todo parecía normal. Un poco de agua cada dos o tres días,
luz y cariño. Hasta que pasó algo que nunca habría imaginado: comenzó́ a
crecer un hombre. Sí, sí, un hombre de los de toda la vida. Hoy ha pegado un
estirón y ya puedo verle el ombligo, incluso me hace aspavientos cada vez que
quiere comer. Y aunque todavía no habla, lo que más me preocupa es si,
finalmente, echará raíces.
«Palíndromo»
Cuando
aquella extraña le puso el pañal, deseó con todas sus fuerzas volver a ser un
bebé.
«Suerte»
Lo único
que pudo salvar del incendio fue un trébol de cuatro hojas. Ella se quemó
dentro.
«Mamá»
Me he
acostumbrado a tirar miguitas de pan por todos los caminos de mi vida. Por si
vuelves.
BIO
Soy Laura. Nací una mañana soleada de agosto, aunque prefiero la lluvia. Las letras siempre me han acompañado, escribo desde pequeña, solía hacerlo solo para mí, aunque la necesidad de expresar me llevó a estudiar Periodismo. Hace unos años quise ordenar mi caos y realicé el itinerario de Cuento en la Escuela de Escritura del Ateneu Barcelonès. De allí salió un libro de relatos que espero poder ver en mi estantería algún día. Me hace especial ilusión que uno de mis cuentos aparezca en la última antología Iceberg, del Ateneu. Publico en algunas páginas y blogs de literatura y en mi cuenta de Instagram pocas.palabras.bastan
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