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jueves, 22 de septiembre de 2022

Mar Horno: 'Me gusta llevar la realidad hacia lo imposible'


Mar Horno

Siguiendo con los encuentros literarios y con la intención de visibilizar a autoras del distinto panorama actual (no solo del mundo editorial, sino de páginas web de escritura creativa, programas radiofónicos, revistas, redes, foros y demás mundo digital) recibimos esta semana en el blog nada menos que a Mar Horno, que acaba de ganar el IV premio de microrrelatos IASA, uno de los más prestigiosos que se convocan en España sobre el género, con su texto 'Geometría familiar'.

Hola, Mar.  Ante todo trasmitirte nuestro agradecimiento por dedicarnos unos minutos de tu tiempo al pasarte por nuestro blog. Háblanos de tu pasión por las letras y de tus inicios en la escritura.

           Es un placer estar en este blog, Nosotras, que escribimos. Muchas gracias por vuestra invitación.

Siempre digo que soy más lectora que escritora. No entiendo la vida sin los libros y la lectura. No ha pasado un solo día de mi vida en el que no haya leído. Entiendo la literatura como pura evasión y divertimento, y después, conocimiento.

Mi pasión por escuchar historias se remonta a mi niñez. Mi abuela me contaba muchos cuentos de tradición oral y otras historias que ella se inventaba, incluso poesías. La mayoría de temática religiosa, historias de terror y también de amor. Ella era analfabeta pero contaba unos cuentos maravillosos.

En mi casa no había libros. Yo soy hija de la biblioteca pública. Allí me inicié primero con los cómics, Tintín, Astérix y Obélix, Mortadelo y Filemón, luego las colecciones de Los Cinco, Los Hollister, Los Gemelos. La aventura, el misterio, el terror, siempre han sido mis géneros favoritos.

Mi primer libro me lo compré con mis propios ahorros cuando tenía diez años. Era un libro de Cuentos de los hermanos Grimm. Todavía lo guardo como un tesoro. Y desde estonces no he dejado de comprar libros, mi casa está llena de ellos.

Las lecturas de mi adolescencia son las que más me han influido, supongo que porque cuando somos jóvenes todo lo  vives con más pasión y las emociones están por estrenar. El cuento gótico de finales del XIX y principios del XX era una de mis pasiones y lo sigue siendo hoy en día. La literatura fantástica de la mano de Tolkien. La poesía de la Generación del 27. El realismo mágico de Gabriel García Mázquez. La novela policíaca de la mano de Agatha Christies y Conan Doyle.

Sin embargo, aunque durante mi niñez y mi adolescencia había escrito relatos e incluso había ganado algún premio, nunca me había planteado escribir en serio. No sentía esa necesidad. Los escribía un poco para mí misma, como diversión.

Hasta que en 2011 me topé con el microrrelato.

Leí por casualidad un microrrelato en Internet y quedé abducida. No podía creerme que un texto tan corto pudiera decir tanto y de forma tan bella. Fue un vendaval que me llevó por delante.

Me impresionó tanto este género que me planteé escribirlo microrrelato de forma seria. Así que, de la noche a la mañana, con 40 años, dos niñas aún pequeñas y sin apenas tiempo libre, me lancé a esta pasión que aún hoy conservo.

Me matriculé en  un curso de escritura creativa con Clara Obligado, me abrí un blog llamado Maremotos con ayuda de un tutorial de Youtube y me lancé a escribir y a presentarme a todos los concurso de microrrelato que se convocaban. Para mi sorpresa, empecé a ganar algunos de ellos casi inmediatamente y la editorial madrileña Talentura me propuso publicar.

Publiqué mi primer libro de microrrelatos en 2012, “Precipicios habitados”, que quedó ese año entre los cinco finalista de los Premios de Narrativa de Alcalá.

En 2022 he publicado el segundo, “Náufragos el Océano Índigo” con la editorial Bululú. He tenido la alegría de que a principios de septiembre ha sido elegido entre los diez libro finalistas en el Premio Setenil al mejor libro de relato publicado en 2022. Estoy muy contenta y orgullosa.

He tenido la suerte de encontrar mi propia voz, un estilo personal, una manera de contar las cosas que me han distinguido quizás de otros microrrelatistas. El surrealismo. Me gusta llevar la realidad hacia lo imposible. Los hechos que me inspiran son las cosas que me rodean pero me gusta contarlas de forma distinta, a través de la ficción y la fantasía. Utilizar el doble sentido de las palabras, jugar con el sentido literal y el figurado y manejar a mi antojo el surrealismo. A mí todo me vale para zarandear al lector, para sacarlo de su zona de confort y de lo cotidiano. Para sorprenderlo.

Me gusta escribir porque me divierte y me hace feliz. Me olvido de todo mientras escribo. Es una terapia, una tabla de salvación en esta vida de locos que llevamos todos. Y me gusta escribir microrrelato porque es un reto. Encontrar una buena historia, contarla en  cien o doscientas palabras y darle un buen final, me apasiona.

Yo soy una escritora que dependo de la inspiración. No soy una escritora de mapa sino de brújula. Casi nunca se me ocurre una historia cerrada sino retazos de algo que puede ser bueno. Hasta mí llega una frase hecha, una conversación, una canción o una situación que me inspira el comienzo de un microrrelato, pero luego, la historia es la que me tiene que decir al oído por donde quiere ir. Si la historia se calla, no logro terminar el micro. Tengo muchos microrrelatos en un cajón porque no los llego a terminar.

Yo creo que mi única virtud como escritora es tener una imaginación inusual. Se me ocurren muchas historias que pueden parecer extrañas pero que para mí son normales porque desde que era pequeña he tenido mucha imaginación.

 Por ejemplo: subo al dormitorio de mi madre a buscar algo que me ha pedido de su cómoda. Encuentro allí las sábanas de su ajuar, limpias y perfumadas pero nunca estrenadas, y pienso, ¡qué vida más desperdicia la de estas sábanas! Se han pasado la vida en un cajón cuando su misión es arropar cuerpos dormidos o cuerpos que se aman. Pues así, todo.

            También busco la inspiración leyendo a los microrrelatistas que me gustan. Leer a los buenos siempre te da ideas. Pero casi siempre es la musa la que me busca y me cuenta un cuento al oído. A veces se queda dormida, pero otras, logra narrar la historia completa. Y entonces, se produce el milagro.


DESARMABLES

Emilia lo desarmó. Fue mirarlo, sonreírle y sus brazos, orejas, piernas, corazón, todo al suelo. A ella no le debió disgustar porque se agachó con elegancia y recogió hacendosa cada miembro. Luego, por la noche, lo armó con paciencia e hicieron el amor con cuidado para no perder ninguna pieza en las desaforadas embestidas. Tenía cierta pericia porque ya le había ocurrido varias veces. Los hombres son tan desarmables, decía. Pero a veces las articulaciones cogen holgura y ya no hay remedio, algunos de ellos se vienen abajo definitivamente. De tanto amar y desamar, de tanto armarse y desarmarse.

CIELOS

Fueron tantos muertos durante la pandemia, tantos, que hubo que organizar los cielos. Los mayores al cielo de los perros, que ya no hay sitio en el de los hombres. Sin duda, allí serán felices los suicidas octogenarios que desafiaron un sinfín de veces a la muerte, los sabios más por viejos que por diablos, los artríticos lentos como tortugas, los curtidos lobos de mar, los valientes de causas perdidas, las madres de antiguos niños muertos, los audaces sin pelos en la lengua o los tardíos deportistas extremos. No recibirán ni un ladrido reprobatorio y solo se les exigirá una conducta medianamente canina, como amarse a mordiscos, redimirse a lametones o revolcarse en el consuelo. Habrá ciertas normas, eso sí. No podrán perseguir gatos. Pero, como decía mi abuela, ningún paraíso es perfecto.

PERDER EL NORTE

El marido de Bárbara siempre llevaba una brújula en el bolsillo. La sacaba con frecuencia y se quedaba tranquilo cuando veía la manecilla señalando el norte. Le gustaba sentir ese magnetismo invisible que le indicaba la dirección de la cordura. Un día lavó sus pantalones sin mirar lo que había dentro y la aguja imantada se volvió loca con las vueltas. Él no pensó que se hubiera estropeado y tampoco se dio cuenta de que en vez de ir al trabajo, fue a pasear al parque; en vez de ir a la compra, entró a comer en un restaurante y en vez de volver a casa, se fugó con su secretaria. Bárbara lloró desconsolada. No tanto por el abandono de su esposo como por la lavadora. También se había averiado. Ahora, las blusas y vestidos limpios se desprendían con elegancia de su cuerpo para volar hacia el sur siguiendo a las bandadas de patos. Incluso, un ganso se enamoró de una de sus preciosas faldas de flores. No le quedó más remedio que sobreponerse. Tuvo que acostumbrarse a ir desnuda.

 

PERCHAS

Sabes que me encantan y siempre te quejas de que la casa está llena de perchas. Perchas incongruentes, excéntricas, desconjuntadas, que he ido comprando, incluso adoptando, a lo largo de mi vida. Como aquella que encontré tirada en un callejón, olvidada después de años de ofrecer su utilidad callada, su ayuda desprendida. No tuve más remedio que traérmela a casa. O aquella del rastro que nadie quería porque estaba astillada y le faltaba un colgador, como si ser viejo y amputado fuese un pecado. Diríase que las colecciono de forma enfermiza, aunque tengo que decirte que no, que las necesito. No puedo explicártelo, pero al abrir la puerta, cuando vengo sofocada de la calle después de un día de perros, con las manos ocupadas, incluso la boca, necesito verla allí, en el recibidor, con sus ganchos generosos y ofrecidos sin pudor para que cuelgue bolsos, impermeable mojado, cansancio, hastío, problemas. Y entrar en casa desprendida de todo lo que es una carga, un peso… Eso, no tiene precio. Son para mí perchas oasis. Perchas consuelo. Perchas salvavidas. Todas. Las del armario del dormitorio, para que no se arruguen mis vestidos, tus camisas, aquella corbata horrible de la boda e ir con prisa porque llego tarde a la oficina o a la cena y encontrarlo todo allí, ordenado. La metálica del baño, donde siempre espera el albornoz suave y solícito para limpiar mis ojos de espuma y envolver mi cuerpo que tirita. La de detrás de la puerta de la habitación de invitados, que recibe ansiosa las batas de mis amigos, recién compradas para el viaje anhelado de reencuentro. El perchero trasnochado del pasillo que sostuvo fiel el sombrero de mi abuelo, donde lo colgaba todas las noches junto a su dura vida de fieltro gastado. Las perchitas de colores de la cocina, alegres de sostener sin esfuerzo a las livianas servilletas, serviciales siempre a las manos que huelen a nuez moscada, perejil y canciones tarareadas. Y, sobre todo, la percha que hoy me sirve para decirte, que, desde hace un tiempo y sin pretenderlo, estoy colgada de otro hombre.

 

SEMBLANZA LITERARIA

Mar Horno (Torredonjimeno, Jaén, 1970), se licenció en Documentación por la Universidad de Granada y actualmente trabaja como documentalista audiovisual en Canal Sur, la Radio Televisión Pública de Andalucía.

 Se adentró en el mundo del microrrelato en 2011, género en el que ha destacado con multitud de premios como La Microbiblioteca, Relatos de viajes de La Ser, Fundación Germán Sánchez Ruipérez, Trabajar en Documentación de la Universidad de Salamanca, Purorrelato de Casa de África, Premio Molino Bonaco, Premio de microrrelato Baños de la Encina, Abecedario Solidario de la Universidad de Jaén, Premio de Relato Corto Villa de Sabiote, Premio de microrrelato del Ayuntamiento de Quesada, Premio de Microrrelato Antonio Garrido, Premio EMT Madrid o Premio 10 años de ENTC. Además fue finalista anual dos temporadas seguidas en Relatos en Cadena de La Ser. El último de sus premios ha sido la IV edición del Premio Iasa de Microrrelato.

 Sus textos aparecen en importantes antologías del género como Los pescadores de perlas, De Antología la logia del microrrelato o Un tiempo breve. También en medios digitales como Amanece Metrópolis o Liebre por gato de Infolibre, así como en prestigiosas revistas como Quimera o Revista Litoral.

 Publicó en 2012 su primer libro de microrrelatos, “Precipicios habitados”, con la Editorial Talentura, que quedó entre los cinco finalistas de los Premios de Narrativa “Ciudad de Alcalá” del Ayuntamiento de Alcalá de Henares (Madrid).

En febrero de 2022 publicó su segundo libro, “Náufragos del Océano Índigo” con la editorial Bululú, que acaba de ser seleccionado como finalista del Premio Setenil al mejor libro de relato publicado en España.

 

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Más sobre la autora: 

MAREMOTOS (Blog, pinchar aquí para ver)

Naúfragos del océano Índigo (libro)

martes, 13 de septiembre de 2022

Montserrat Espinar Ruiz: Escribo para equilibrar la incertidumbre de un futuro


Montserrat Espinar Ruiz

Nos visita en el blog una de las grandes autoras del género del cuento, Montserrat Espinar Ruiz, escritora valenciana, premiada en innumerables certámenes sobre el género. Preguntamos a Montse sobre su proceso creativo, tratando de indagar en la respuesta a esa necesidad intrínseca de escribir y plasmar historias sobre el papel. 

''Escribo para lustrar mi niñez, para matizar el presente, para equilibrar la incertidumbre de un futuro. Porque en la escritura todo es ese instante que siempre se escapa. Escribo porque soy letras y así perfilo mi identidad, escribo por si alguien, algún día, quiere deletrearme.

 No sigo ningún sofisticado patrón. Más bien me derramo. Cuando todo está vertido, acomodo.

Desde niña descubrí la escritura como una terapia, como un discreto confidente en quien depositar el desorden interno. La lectura fue algo más tardía, cuando nació la curiosidad, pasada la adolescencia.

 Me inspira todo lo que entra por mis sentidos. Soy muy observadora. Un gesto, una palabra, un olor, un tic son capaces de activar el deseo de escribir. De repente algo me conmueve, me estira y necesito acercarlo a mí para borrar el misterio que lo tiñe. 

Vivo la escritura como una pulsión, como una necesidad de resucitar historias de mujeres que la inclemencia del tiempo pretende silenciar''.

(Montserrat Espinar Ruiz)

      Amores imperfectos 

(XIX Paraules d´Adriana 1º Premio Año 2020/03)

Matilde mira sobre el lecho con la muerte engastada en su retina. El murmullo es leve, pero ella lo siente como un zumbido venenoso. El paso de la mañana se ensaña con las ventanas y las paredes de la casa; la alta temperatura lame la vivienda. El calor le corre por las sienes, por el cuello, entre los pechos. Un galope desapacible. Más gente, el dormitorio se estremece abarrotado. Una losa de lamentos se desploma acabando con el aliento de todos. Alguien calma la furia espantando con un trapo las moscas que intentan acercarse al catre. Desaliento. Las cortinas escenifican un baile desesperado. El fuego del aire las obliga a cabriolar de forma inoportuna. Matilde no puede llorar, ni siquiera parpadea, tan solo observa, como un toro de miura, la despedida de una mujer asesinada por su propio padre.

 

22 de septiembre de 1946

Querida madre

No sé qué atrevimiento me conduce de forma imprudente a escribirle esta carta. Ya sabe mis respetos y mi admiración por usted. Desde niña me crió en el amor y la comprensión, en la ayuda y la condescendencia y ahora, ésta que le escribe es su hija, el resultado, quizá, de una madre tan singular como usted.

El sufrimiento me corroe ante la certeza de su amargura ante mi desaparición. Sepa que no tuve otra. Y le escribo precisamente a usted y no a padre ni a la tía Luisa, porque las dos conocemos nuestra complicidad, las dos guardamos, como joya única, aquellas conversaciones inacabables mientras paseábamos en bicicleta con pantalones y a escondidas de padre y del mundo, tanto me escuchó y tanto le conté…

Ahora que recuerdo nuestras travesuras por el monte, me río sola evocando los momentos que buscábamos para cortar y coser ropas cómodas y poder así disfrutar del ejercicio. Qué alivio y qué libertad abandonar las sayas y enfundarse en la ligereza de los camales de algodón. Esos momentos y tantos otros los añoro con toda mi alma.

Volviendo a lo que nos ocupa, madre. Ya conocía usted a Beatriz desde muchos años atrás. No sé si le conté que yo la descubrí cuando, de cría, regentaba la tienda de las legumbres. Una mañana entré a comprar. Tras el mostrador no había nadie, ni un alma. Esperé. Al rato hice sonar una campanilla que encontré prendida de la puerta, a modo de reclamo. Nada. Miré donde la vista me alcanzaba, hacia la trastienda. Tan solo la tenue melodía de una composición clásica llegó a mí para desquitarme de la vergüenza y lanzarme a curiosear. Caminé sigilosa. Algo me invitaba a averiguar de dónde provenía esa cadencia grácilmente perturbadora. En la penumbra la encontré, cuerpo de perfil descansando sobre una pierna extendida hacia atrás, manos formando armónicas figuras, cuello de cisne. Una escena angelical, madre, un querer que se me coló sin compasión.  Y no me diga que son extravagancias mías, no, se lo pido por favor, que fueron muchos años los que enraizaron este amor que me dibujó como persona y mujer.

En aquel momento la belleza del encuentro me enmudeció. No podía dejar de contemplar la hermosura de sus movimientos, la sensualidad de sus brazos al aire, el aroma dulzón que desprendía su cuerpo. Fue su padre el que apareció y de una manotada lanzó el transistor al suelo. Silencio absoluto y tirantez. Beatriz se percató de mi presencia, me miró ofreciendo sus disculpas mientras se colocaba el delantal, visiblemente avergonzada.

Muchas tardes la visité. Ella se excitaba haciéndome entender su pasión por el ballet: el nombre de alguno de los pasos, la evolución de su aprendizaje y su admiración por Galina Ulánova. Ya le conté, una vez en esos paseos nuestros por el monte, y como supe, la interpretación en Leningrado de Romeo y Julieta. Ay, madre, ella consiguió llenarme de esa admiración que sentía por los grandes del ballet, por esa ilusión suya de convertirse en bailarina y llenar los teatros de las más importantes ciudades. Como ve, y desgraciadamente, pura fantasía.

Una tarde la esperé al cerrar la tienda. Caía la noche y la acompañé a su casa. Llevaba tanto tiempo soñando con aquellos labios que, en un impulso, estiré de ella y en la oscuridad de un zaguán la besé. Disculpe, nos besamos, porque Beatriz me correspondió con la miel de su boca, derramándose para mí, aquietando discretamente esa sed mía insaciable. No se puede imaginar qué felicidad. Degusté la gloria, la finura del amor que me completaba. Nada que ver con los besos y las caricias ásperas de Fernando, en absoluto, madre. Que aunque bien sé que no es de su agrado y aun sin comprender los motivos, le digo que el pobre ha tenido más paciencia que un santo conmigo, y se ha conformado con la miseria que yo le pude ofrecer. Nada que ver, madre. Créame.

El cuerpo de Beatriz era un tapiz de seda, de fragancias florales, de sueños y pasiones entre mis manos. Sé que es de difícil comprensión, que seguramente usted esperaba de su hija una mujer convencional con la ilusión de sus hijos y su casa. Yo también lo pienso en ocasiones, me refiero a esa desilusión que le pueda venir al leer tan claras mis palabras, y que hubiera continuado con esas ansias mías por la escritura y las historias en el papel; pero estas cosas no se eligen y a veces pienso que tanto me mimó, tanto me cuidó, tan finas y buenas palabras me regaló que fue usted la que me enseñó a enamorarme de la delicadeza y la gracilidad de la mujer.

Hace unos meses, Beatriz me pidió que dejara de acudir a la tienda. Una solemnidad le comió el rostro. No dijo nada más, me dio la espalda y continuó con el trabajo. Quedé desorientada y busqué una justificación. Fue cuando sorprendí a su padre escuchando en la trastienda. Nos miramos. Salió apresurado hacia mí y de un empujón me lanzó a la calle. Estuve semanas sin saber nada de ella, madre. Y la tristeza me devoraba como una mala enfermedad. Ni al bibliotecario era capaz de ayudar en las mañanas, ni en casa, ni a padre con los arreglos de relojes, imposible. Tal era mi vacío que no sacaba fuerzas para emprender ninguna actividad.

Pero el amor es poderoso, madre, el que cultivamos nosotras desde casi la niñez. Buscó el momento, creyó sortear al padre y vino a refugiarse entre mis brazos. Llegó como un animalillo herido. Cabizbaja, temerosa, y al escrutar su cuerpo con mis dedos comprobé la furia de su padre sobre sus carnes. ¡Qué horror, madre!, ¿qué bestia puede llevar a desarrollo semejante maldad? Le pedí que no regresara a su casa, pensé en esconderla, en escaparnos juntas incluso, pero Beatriz estaba presa del pánico, no era capaz de razonar ninguna propuesta, nada, se despidió con una abrazo que todavía me recoge, un abrazo interminable que me acariciará para siempre.

Ya no volví a verla. Porque lo que yacía en aquel lecho desgraciado ya no era ella. Corrió la mentira de la tragedia. Corrió como una plaga que pretendió mi muerte también. Un mal golpe trabajando en la tienda, eso dijeron, una caída reponiendo las baldas de las legumbres, una fatalidad sobrevenida. ¡Mentirosos!

La mañana de la vela acudí a su casa sin miedo alguno. ¿Miedo a qué, madre? Descubrí al asesino llorando a su víctima, intentando esconder bajo la camisa los arañazos que le ocasionó la lucha con Beatriz. Ella amaba la vida, amaba el baile, me amaba a mí.

Tengo la sensación que el mundo sabe la verdad y calla. Sí, madre, calla porque para todos es más vergüenza nuestro amor imperfecto que este crimen contra Beatriz.

Y si se pregunta cuándo regresaré, sepa que nunca. No soy capaz de poder topar con el energúmeno que me arrancó la vida, no quiero afrentarla a usted, ni a padre, ni a la tía Luisa ante los vecinos, ante nadie. Sigan con sus vidas sabiendo que los quiero y que nadie mejor que usted para haberme dado la vida y su sabiduría.

La quiere,

Matilde

 

29 de noviembre de 1946

Adorada sobrina

En esta soledad que me traga, tu carta ha sido un regocijo discreto. Todos hemos llorado tu ausencia. Pensábamos en tu dolor a cada instante, en tu paradero, en una posible locura tras la muerte de Beatriz. Debes entender, por lo tanto, mi alegría al saberte viva. Viva, sobrina, viva en un cementerio de borrones homicidas en que se ha convertido mi mundo.

¿Sabes?, las explicaciones de tu carta no me han sorprendido. Tu madre y yo te criamos queriendo en ti la valentía que a nosotras nos faltó. Reímos cada gesto, cada gracia y temimos, al ver reflejado en tu espejo, lo que nosotras nos empeñamos en ocultar. Y ahora, a mis años, y tras lo acontecido puedo decir que de poco ha servido. Por tu padre, que es mi hermano, por evitar su sufrimiento, ¿qué puedo añadir de mi admiración hacia un hombre honesto como él?; pero ya es tiempo de desprenderme del negro velo de la mentira, de esta astilla que nos ha ido llagando sin piedad.

El amor es libre, sobrina, libre en el corazón, en la piel, en los deseos, pero preso de la sociedad que nos ajusticia día tras día. Así lo hablábamos tu madre y yo cuando decidimos ser conscientes de nuestro sentimiento, de la ternura que nos sorprendió a las dos.

Las vivencias me han convertido en una mujer callada, incluso hosca en el trato, quizás terminé harta de toparme con necios a cada momento.

Quisiera aclararte, también, que a tu madre nunca le desagradó Fernando, sin embargo, en su ceguera natural de madre, lo responsabilizaba de los posibles malos encuentros que te pudiera ofrecer. Como ella con tu padre, sobrina, tantos años, un fingimiento que no procesaba con alegría. Le dolía el aire que te pudiera soplar, su Matilde, su niña, su trozo de vida. Y al descubrir en ti la llaga de su astilla, sufrió como nadie se puede imaginar.

Pero la vida es caprichosa, sobrina, muy caprichosa.  Porque ahora viene la explicación de ser yo la que responde a tu carta. La noche de tu ausencia tu madre andaba desesperada. Había dado bandazos por las calles, mañana y tarde, por todos los rincones posibles: su único propósito dar contigo. Ni siquiera atendió a tu padre, a nadie. Como digo, esa noche, se vistió los pantalones de algodón, agarró la bicicleta y se perdió en el monte. A ojos de tu padre, de los vecinos, libre de vergüenzas. Aquí nos dejó, sobrina, solos, muy solos, dolorosamente solos. La encontramos a los tres días, despeñada por el barranco de los Sauces.

Ahora no queda nada. Tu padre no remonta, cada día lo contemplo más consumido, casi desaparecido. No concibe la vida sin su mujer y sin su hija, no la concibe porque ya no hay vida sin vosotras. Y yo aquí resisto sin querer resistir. Sentada en la butaca de tu madre, contemplando nada tras la ventana del salón, dejando pasar esta suerte que se empeña en mantenerme en este maldito teatro que me despidió hace sesenta y cinco días. Así es, sobrina, sesenta y cinco largos días de pérfida tristeza. Ya cerré los ojos al público, el telón bajó clausurando mi actuación y yo, sobrina, no voy pronunciar ni una palabra más porque ya las dije todas con esta boca de mujer, que, como tan bien escribiste en la carta, amó, tal vez de forma imperfecta, pero amó con todas sus ganas.

Te quiere

La tía Luisa

 

Email: montsespi@gmail

Instagram: www.instagram.com/montserratespinarruiz

www.tintaenlasgrietas.wordpress.com

Canal de Youtube (Montserrat Espinar Ruiz), donde semanalmente subo contenido literario.

 


Obras publicadas:

Ellas, Editorial La equilibrista, 2020

Los bigotes del gato, Tandaia editorial, 2020


Algunos de los más de cuarenta premios ganados en los últimos seis años:

·        Entierro —XXXIV Concurso de Relatos del BIM, La Rambla, Córdoba, 1º Premio Año 2022/8

Una flor sobre la piel —XIV Certamen Literario Alfambra, 1º Premio Año 2022/8

El capitán barba blanca —XV Certamen Literario Rodrigo Manrique 2º Premio Siles, Jaén Año 2022/7

Mujer de terciopelo y nácar —V Certamen Literario por la igualdad de género, Matria. 1º Premio Denia, Año 2022/6

Ni una palabra —XXXIV Certamen de Relato Corto Biblioteca Pública Municipal de Pilas, Sevilla, 1º Premio Año 2022/02

Date la vuelta —Premio Antares de Relato Corto, Campo de Criptana, Ciudad Real, 2 Premio Año 2021/12

Los ángeles sí tienen sexo —V Concurso de Relato Corto Athenea. Armilla, Granada 1º Premio Año 2021/10

¡Corre, Remedios, corre! —XLVII Certamen Literario Riópar. 2º Premio Año 2021/08

Pequeña española en tierra desconocida— XIV Concurso EuropeDirect, Cáceres, reivindicando Europa. 3º Premio Año 2021/05

Encuentro en el Café Gradier ―XXVII Edición Certamen Literario Burgo de Ebro, 2º Premio Año 2020/11

Amores imperfectos—XIX Paraules d´Adriana, 1º Premio Año 2020/03

La carta —XII Certamen de Cuentos Junto al Fogaril Huesca 2º Premio Año 2019/11

La arboleda junto al río —XXXVII Certamen Literario “Castillo de San Fernando” Bolaños de Calatrava (Ciudad Real) 1º Premio Año 2019/09

El baile —XII Certamen Literario “Fundación Villa de Pedraza” Segovia 1º Premio Año 2018/10


Desde tan lejos —XI Cartas de Amor “Ciudad de Torrelavega” Cantabria 1º Premio Año 2018/5


Nayra —XXIII Ciudad de Cantillana, Sevilla. Poesía. 1º Premio Año 2018/5


Encierro —XV Certamen Villa de Cárcar. Navarra 2º Premio Año 2017/5


Asesinato —XXXII Concurso de Cuentos “Villa de Mazarrón”-Antonio Segado del Olmo. Mazarrón. Murcia 1º Premio Año 2016/7


El casamiento —X Certamen Literario Dulce Chacón. Santa Cruz de Moya. Cuenca 1º Premio Año 2016/6


Secretos —XXI Edición Concurso de Relato Corto “Juan Martín Sauras” 1º Premio Año 2016/5


¿A quién le importa? —VI Premio de Relato Corto “Villa de Mascaraque” Toledo 2º Premio Año 2016/5

Felicidad —IX Certamen Literario “Fundación Villa de Pedraza” Segovia 1º Premio Año 2015/10

Hortensia —XIV Certamen de Narrativa Breve “Mujeres Mayores, Grandes Mujeres” Valencia Finalista  Año2015/9

Emigrantes del recuerdo —Certamen Literario Casa de la dona. Mislata, 1º Premio Año 2015/4

La semilla de la palabra —Certamen Literario Sebastiana Palacios. Jaén, 1º Premio, Año 2015/3

  



sábado, 3 de septiembre de 2022

Dominique Vernay: Escribo para disipar dudas y miedos.

    

Dominique Vernay


Retomamos la actividad del blog con la visita de la escritora Dominique Vernay, que repasa en su memoria sus comienzos literarios y nos comparte algunos de sus textos.        

      Por lo que me contaron, fui bastante precoz a la hora de hablar. Para el resto de las cosas me tomé mi tiempo, y me lo sigo tomando; entre otras, escribo y leo despacio, muy despacio. O sea que para mí la comunicación es esencial, pero siempre tuve miedo a que las palabras se las llevase el viento. Así que desde muy joven dejaba notitas a mi madre para recordarle que la quería, para insistir en que no se olvidase de cerrar la puerta con llave antes de irse a la cama...  Así fueron mis inicios en la escritura, a los siete años. Obviamente, relatos cortos.   

     Más tarde, al tener que marcharme de casa, lejos, fueron centenares las cartas que escribiría a familiares y amigos. Y cuando escribir cartas dejo de ser lo normal, empecé a interesarme por los blogs literarios y los talleres de escritura, y a presentarme a algunos certámenes literarios. Un buen día, la suerte quiso que ganase uno, de ahí mi empoderamiento particular («quizás la suerte no sea la única razón y no escribas tan mal, Dominique», me dije).    

    Mis horas de lectura y de escritura son momentos felices y llenos de paz, tanto es así que me cuesta estar más de dos días sin sentarme delante del ordenador o sin coger un libro. Escribo para disipar dudas y miedos. Es posible que se haya vuelto una necesidad, una manera de poder relativizar todo lo que me ocurre y ocurre a mi alrededor. Así que, si hablamos de mi proceso creativo, creo que se puede decir que intento plasmar en mis escritos todo aquello que me asombra o me inquieta (y son muchas cosas), sin olvidar ponerle, en la medida de lo posible, algunos toques de humor.   

   No tengo manías de escritora. No necesito nada especial para sentarme a escribir, ni siquiera silencio, solo una idea de esas de andar por casa. Lo que sí es fundamental para mí, y supongo que para la mayoría de la gente que escribe, es leer y observar, además de poner una buena parte de mí en todo lo que escribo. Creo que, de una manera u otra, estoy en cada uno de mis personajes, ya sean egoístas, raros, antipáticos... Nada de filtros.

 

Razones

         A Leo le gustan los desayunos de la abuela. Pide lo primero que se le antoja y ella se lo da. Su nevera es mágica, piensa Leo. La de sus padres es aburrida. Siempre igual: un vaso de leche con cereales.

         Mientras saborea un frixuelo relleno con chocolate observa a la abuela. Está cortando a cachitos un resto de pan del día anterior; si lo tirase a la basura tendría que besarlo antes.

         —¿Por qué le tendrías que dar un besito antes?

         —Porque siempre lo vi hacer a mi madre. La costumbre. 

         El pan está muy duro y, para cortarlo, arruga la cara como Leo cuando hace caca. Lo sabe porque en casa de la abuela hay un espejo justo enfrente del inodoro; inodoro, así lo llama ella porque dice que así se dijo siempre.  

         —¿Por qué hay un espejo enfrente del váter?

         —Porque no había otro sitio donde ponerlo. 

         —Mira, Leo —le dice ahora— los gorriones ya están pidiendo el desayuno. Mira como revolotean. Saben que es la hora. Mira, mira, ¡qué hambrones!... a veces llegan a chocar contra el cristal de lo nerviosos que se ponen.

         —Se van a hacer daño. ¿Por qué no se lo das ya?

         —Porque me gusta verlos pedir, piar de impaciencia. Una vez les das, ¡adiós muy buenas!

         Eso último lo ha dicho muy bajito y se ha puesto triste. (Leo lo sabe porque la pena siempre tira de los mofletes de la gente hacia abajo.) Luego, la abuela suspira y abre la ventana para dejar las migas en el alfeizar.

 

Vendo

Vendo familia completa de estilo clásico, con padre-mueble bar de dos metros de ancho con reposa televisor grande, madre de centro y abuelita esquinera, dos tías tapizadas a juego, hermana mayor estilo araña y hermano informático con pantalla.

Todo en muy buen estado. Precio a convenir. Urge.

 

Un amanecer de alcachofa

         Estamos desayunando.

         —Mira, si no se te ocurre qué escribir, te doy, como los de Relatos en Cadena, una primera frase y luego sigues.

         —Ya, pero a ver qué perla se te ocurre.

         —Amaneció lloviendo —me propones al segundo.

         —Ufff, vaya frase, seguro que del esfuerzo te quedaste roto.

         —Vale, listilla, pues nada, que te las apañes tú sola; yo no te pregunto nunca si tengo que pintar un árbol, una flor o una alcachofa.

         —Ya que lo dices, podrías intentar pintar una alcachofa, pero una alcachofa alcachofa, una reconocible con sus hojitas, su tallo..., porque últimamente no se puede decir que lo que pintas me llegue.

         —¿Y a dónde se supone que te tiene que llegar lo que pinto?

         —Pues... no sé cómo explicártelo, pero me tiene que entrar por...

         —¿Sí?, ¿y por dónde te tendría que entrar la supuesta alcachofa que me propones pintar?

         Y nos reímos antes de meternos en nuestras leoneras particulares, él con una alcachofa a cuestas y yo con un amanecer lluvioso. 

Sorpresa

         Después de muchos años de vida en común uno cree saberlo todo del otro, así que querer sorprenderlo es complicado. Sin embargo, hace poco me di cuenta de que nunca me reía a carcajadas. Llorar de la risa, sí, pero reírme a carcajadas, jamás de los jamases. Así que aproveché que estábamos viendo, él y yo, una serie medianamente cómica para llenar el salón de una sonora y larga carcajada (había estado ensayándola a solas sin gran resultado). Y me salió algo mitad relincho mitad cacareo (que me produjo dentera), pero él, ni se inmutó, lo mismo que si llevase 54 años emitiendo a diario aquel horripilante sonido.

         Lo miré extrañada, tanto, que me preguntó qué me pasaba.

         —No, nada, solo que acabo de reírme a carcajadas por primera vez en la vida y ni te has enterado.

         —¿Y?

         —Que podría hacer un triple salto mortal en medio del salón, y tú tan pancho, sin despegar los ojos de la pantalla.

         —¿Y qué tiene que ver un triple salto mortal con una carcajada? ¡Ay!, tú y tus cavilaciones. Nunca dejarás de sorprenderme.

Viajes Punto y Aparte

         —¿Qué tal las vacaciones?... ¿A dónde fuisteis?

         —Aún no lo sé, la agencia nos da las fotos mañana, ya te diré.

         Silencio perplejo al otro lado del teléfono; ¿diálogo de besugos?, ¿cruce de líneas?, ¿estrés postvacacional?

         —No sé de qué te extrañas, maja, ya te dije que la agencia que habíamos contratado era fantástica, aunque, eso sí, muy cara. Pero lo pagas a gusto porque no tienes que ocuparte de nada. Fíjate lo que te digo, de nada, ni siquiera tienes que salir de casa. Pero creo que lo pasamos muy bien y que en las fotos se nos ve muy contentos. ¿Y vosotros qué tal?

 

Biografía: 

Dominique Vernay Juillet (nacida el 1953 en Chazelles-sur-Lyon, Francia)

Estudios de español en la universidad de Saint-Étienne (Francia).

Profesora de Educación Básica en Francia.

Una vez en España va pasando del genero epistolar (indispensable para mantenerse en contacto con su familia en Francia) al relato.

 Relatos premiados:

—«Viajes punto y aparte»: relato publicado en El País Semanal del 31-08-2008.

—Tercer premio relatos de mujeres 2010 de Castellón de la Plana: «La encantadora de serpiente», publicado por Publicaciones del Ayuntamiento de Castellón.

—«La tabla de multiplicar» y «El invitado»: textos ganadores para El Asombrario (Escuela de Escritores) en 2016

—«La caja»: texto ganador en el certamen organizado en 2016 por Amnistía Internacional Madrid

Libros publicados, obra de teatro y exposiciones

—«No te quites la costra que te quedará marca»: 77 relatos (2013).

—«¿Y ahora qué, Emma?»: novela publicada por Ediciones Unaria, Castellón (noviembre 2015).

—«Trast(H)adas»: obra de teatro representada en el Centro Cultural El Valey (27 junio 2017).

—Exposición Itinerante de Microrrelatos (Generación Blogger): con punto de partida en Castellón (10 octubre 2017).

—«Cómplices»: Exposición de microrrelatos en colaboración con la pintora María Calvo en el CMI El Coto de Gijón (5 octubre 2018).

—«Los viajes de Candela y de Irina»: cuento infantil puesto en escena por la Compañía Olga Cuervo y representada en bable en la Factoría Cultural de Avilés el 5 de marzo 2019, y en castellano en el teatro El Valey de Piedras Blancas el 5 de octubre del 2019.


Más sobre la autora:

http://dominiquevernay.blogia.com/

 


https://www.amazon.es/quites-costra-que-quedará-marca-ebook/dp/B00B02HRFI