Lucía García |
Hola, Lucía. Muchas gracias por aceptar la invitación y compartir con nosotras esta charla sobre libros y letras. Háblanos un poco de ti y de tus inicios literarios; lecturas que te
influyeron, edad en la que comenzaste a escribir…
Creo que los libros siempre han
estado en mi vida de una forma u otra. Mi abuelo paterno era amante de la
lectura y todavía recuerdo cuando se sentaba en la silla del comedor o de la
terraza a leer libros enormes. Comencé a leer y a escribir a los ocho años.
Empecé por Memorias de Idhun, una
trilogía de novelas de fantasía juvenil que consiguió que se despertasen mis
ganas de escribir y crear historias. Poco a poco me adentré en el mundo de las
trilogías y sagas juveniles cómo
Crepúsculo, Los juegos del Hambre o
incluso Divergente. Mis primeros
relatos eran una mezcla de estos libros pero cambiando alguna que otra cosa.
Era la típica niña que utilizaba sus cuadernos de clase para escribir en las
horas muertas y en los recreos. A los dieciséis años comencé con el Taller de
escritura para jóvenes en la escuela de Clara Obligado. Fue ahí dónde conocí a
Carmen Peire, presidenta de AMEIS. Ella fue la persona que me enseñó no solo a
mejorar mi escritura sino también a saber borrar, que es algo también muy
importante. Intento leer y escribir todo
tipo de géneros, aunque hay uno en el que me siento muy cómoda. Empecé la
carrera pensando que la ciencia ficción trata de alienígenas que se meten en
cuerpos de seres humanos, naves que están en constante lucha por el espacio
exterior y villanos súper malvados que tienen rayos para acabar con toda la
humanidad. No puedo decir si he salido de la carrera universitaria con algún
conocimiento sobre teoría de la literatura Lo que sí puedo decir con total
sinceridad que las clases de Fernando Ángel Moreno han conseguido que expanda
mi realidad hasta el infinito y más allá. Soy de las que piensa que la ciencia
ficción no habla del futuro ni hace predicciones, realiza una reflexión sobre
el presente. Descubrir la ciencia ficción y enamorarme de Star Wars ha sido uno de los regalos que me ha dado la carrera.
Cómo surge tu proceso creativo, en qué te inspiras, rituales que sigues.
Realmente no sé si tengo un proceso
creativo cómo tal. Es cierto que desde que comencé a escribir el proyecto en el
que estoy, intento llevar unos horarios pero con la rutina que tengo, los
estudios y el podcast de «La Caverna de Lu»
me resulta complicado. Cuando tengo una idea intento apuntarla en
cualquier papel o en las notas del teléfono. Normalmente escribo mis relatos
inspirándome en las pequeñas cosas: una charla, una canción que he escuchado,
un sueño, un viaje en metro, una frase… No sé si le pasará al resto de
escritores pero los nombres propios también hay veces que me inspiran una
historia. Primero tengo el borrador, es decir, el documento dónde no hago
modificaciones para nada ni corrijo. Ese borrador no lo toco por lo menos unos días antes de retocar algo.
Hay veces que lo leo en el taller para recibir opiniones de otras personas. Los
comentarios de la gente del taller siempre me ayudan a pulir ciertas cosas en
las que quizá yo no hubiese caído.
Después hago las correcciones que
requiera el relato. Si está inspirado en una canción, escucho la canción e
intento sacarle el jugo necesario. También las clases de la carrera han
inspirado varios de mis textos. Cuando analizo textos de otros autores, ya sean
antiguos o contemporáneos siempre me fijo en las cosas que hay que hacer y en
las cosas que me chocan. No solo hay que
aprender de lo bueno, también hay que leer
esas novelas que a simple vista parecen no aportar nada. Vamos, lo que se llama
“baja literatura”, aunque no es un término con el que esté de acuerdo.
Aportes de la escritura en tu vida o, en última instancia, qué es lo que te lleva a escribir.
La
escritura me aporta felicidad, es mi modo de huir de la realidad en los
momentos más complicados. Para mí, es la forma que tengo de crear una realidad
alternativa en la que sentirme cómoda después de un día duro. También me
permite meterme en la piel de otra persona, sentir lo que siente. Disfruto
creando historias para mantener viva a mi niña interior. Es cierto que algunos
textos que he escrito me han hecho sentirme incómoda pero pienso que retratan
una realidad de la que también hay que hablar. Para mí la escritura me permite
entender lo que es más abstracto. Todo el mundo sabe lo que es el amor, la paz,
la justicia y otros conceptos pero casi nadie encuentra una definición que sea
unánime para todo el mundo.
Pienso
que la literatura es precisamente el arte encargado de llegar a los conceptos
que no pueden ser descritos de forma matemática. La literatura es el arte que
mantiene al niño interior. Sinceramente es una pena que se quite del plan
educativo a ciertas edades por no producir un conocimiento útil. Creo que al
ser humano en un momento determinado de sus estudios se le arrebata la
capacidad de imaginar y es muy triste.
¿Qué
me incita a escribir? La necesidad de construir una realidad apartada de la
vida cotidiana. Es mi forma de rebelarme contra el mundo adulto manteniendo la
imaginación y las ganas de seguir creando cosas. La literatura me permite
decidir qué miles de vidas quiero vivir, en qué aventuras me voy a embarcar y
qué mundos voy a visitar.
Otra
de las cosas que aporta la escritura a mi vida es la gente bonita que he
conocido. Cuando empecé no me imaginaba tener a gente con la que poder debatir
sobre libros y poder disfrutar de lo que escribimos. Puede parecer un acto
solitario pero la literatura une personas y eso es muy gratificante.
Biografía literaria
Lucía García (2000) es estudiante del Máster de Estudios
Literarios y graduada en Literatura General y Comparada en la Universidad
Complutense de Madrid. Comenzó a interesarse por la literatura cuando tenía
ocho años y desde los dieciséis asiste a talleres de escritura creativa. En
2016 realizó prácticas en las librerías de Con Tarima y Sin Tarima con el
proyecto de 4º+Empresa de la Comunidad de Madrid. Es miembro de la Asociación
de Mujeres Escritoras e Ilustradoras (AMEIS) desde su creación. Sus relatos han
aparecido en tres libros colectivos: Esas que también soy yo (2019,
Ménades Editorial), Las cerezas también sangran (2020, Ediciones Evohé)
y Si cerca hubiese un mar (2023, Las lolas editorial). Tiene un blog
llamado La Caverna de Lu y un podcast del mismo nombre donde habla de
literatura.
Textos
Órbita Existencial[1]
Puedo ver esa bóveda celeste desde el ojo de buey de la nave.
Cuando era pequeña me asomaba a la
ventana imaginando qué había, más allá de aquellos cuerpos
brillantes que iluminaban la noche. Estoy en la nave. Frente a mí hay un cuadro
de versátiles tonalidades. Da vértigo ver todas aquellas luces diminutas pertenecientes
a cada ciudad del planeta.
«Un pequeño paso para la mujer, un gran paso para la humanidad.»
Medito en silencio y dejo que la inmensidad galáctica me arrope.
Él
He visto un pintalabios rojo cereza.
Tenía uno igual.
Me encantaba llevarlo con
el vestido gris.
Me lo compraré para pintarme los labios en la calle.
Hace mucho tiempo que no me siento guapa…
Cuando me miro al espejo no me gusta lo que veo.
Al menos lo tengo a él.
Siempre me dice que es porque me ama.
Es tierno… aunque a veces pierde el control, como anoche.
Sé que se arrepiente.
¿Cómo no perdonarlo?
A veces el amor duele.
Salitre
A
mi madre le gustaba mucho el verano. Siempre decía que el tiempo se alargaba
cuando estaba de vacaciones, por ello aprovechaba a abastecerse de tesoros en
las librerías al finalizar la primavera. Se sentaba en su silla de playa color morada,
la arena cubría sus pies todavía blancos lechosos. Nos adentrábamos en el agua
mientras las olas mecían nuestros talones, el tiempo se paraba mientras
saltábamos riendo. Leía y recuerdo la tranquilidad que tenía pasando las
páginas, reteniendo los detalles.
Poco
a poco, los recuerdos fueron disipándose de su mente a pesar de que seguí
arrastrando su silla por el paseo marítimo de aquella playa, contándole
historias y anécdotas que habíamos vivido con el fin de refrescarla más que
aquella agua del Atlántico. Nos reíamos con las gaviotas y todo parecía volver
a la normalidad, aunque solo fuese en ese instante.
Aquel
verano las manecillas volvieron a girar en aquella playa cuando ella se fue. Yo
estoy en esa silla, mi hija me observa con semblante tranquilo. Sin duda mi
madre tenía razón al decirme: «—Saborea cada instante, no todos los veranos son
eternos». Dejo que el salitre me embriague, masticando aquella frase.
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