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martes, 12 de diciembre de 2017

El camino que va a la ermita


Santuario de Las Ermitas (Orense)

La niña se ha detenido al borde del camino. El padre se agacha para verle los pies, maltrechos y desollados.
―Se me ha metido otro pincho, papá.
―Ponte los zapatos, hija, que ya estamos cerca―pide el hombre.
―¡No puedo! He de hacer caso a la madrina…
―¿Qué sabrá la madrina? Dios no quiere que sufras…
―¡Pero si me los pongo mamá no se curará! ¡Mira cuánta gente va bajando a la ermita de rodillas!
El padre asiente. Una lágrima muere en sus ojos antes de mojar su cara. Sabe que es inútil que insista. La madrina le ha metido a la pequeña, entre ceja y ceja, la idea del sacrificio. Y todos en casa apoyándola, echándole en cara a él que la niña no cumpla el ofrecimiento. Mira las heridas de sus pies con el corazón hecho añicos.
Cada diez pasos se detiene. Los ha contado. Ahora son seis. Menos mal que ya se divisa la ermita. Cuando llegan es de noche y la niña tampoco quiere ponerse los zapatos.
―Las piedras de la iglesia me alivian, padre.
El hombre ruega, ruega porque se cure su esposa y no se enferme ahora ella.
Pasan la noche en un establo.
―Ponte ya los zapatos, hija.
La niña obedece, más que nada para que su padre se duerma. Una vez que puede oír su respiración tranquila se descalza. Abre la puerta del establo y alarga sus pequeños pies hacia la intemperie:
¡Qué fresca y agradable es la lluvia sobre las heridas!

MVF©

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