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miércoles, 13 de diciembre de 2017

LA VISITA (ESCRIBIENDO CON LOS CINCO SENTIDOS: TACTO FRÍO).



Era una mujer muy cariñosa, de las que te envuelven en abrazos interminables y besos que empapaban nuestras mejillas, tiernas y sonrosadas. Todos queríamos huir de esa señora gorda, que, además de estrujarnos con vehemencia, nos soltaba largas peroratas, totalmente incoherentes para nuestros inocentes oídos.
Ella venía todos los domingos en el coche de línea. En cuanto ponía el pie en la acera, soltaba gritos y risas, por doquier. Se abalanzaba literalmente sobre nuestra madre y, acto seguido, hacía lo mismo con papá. Ellos estaban acostumbrados y se limitaban a sonreír, amables. Luego nos tocaba a mis hermanos y a mí. Como éramos muy obedientes, soportábamos estoicamente sus arrechuchos, pero, en cuanto sus manos tocaban nuestra cara ahogábamos un grito de incomodidad, al notarlas, siempre, heladas. Daba igual si era verano o invierno, si momentos antes había sostenido una olla humeante de callos, para ayudar a servir la comida… nada. Lo que tenía de fogosa, lo tenía de témpano en esas extremidades. Nosotros, niños curiosos, deseábamos descubrir la razón de tanta frialdad en la tía Adelaida. Supusimos que dormía todas las noches con las manos metidas en hielo, para que no se le arrugasen. Hasta nos creímos lo que decían los mayores: “manos frías, amores todos los días” y empezamos a imaginar a la tía como si fuese una prostituta, a la que tanto “amor”, le provocase ese tacto frío. Nunca alcanzamos a comprobar nuestras sospechas, ya que no tardó en fallecer la buena señora.
Mis hermanos y yo hemos crecido. Pero, en nuestras reuniones, siempre sale a relucir la tía Adelaida y sus manos frías, de la que echamos tanto de menos sus abrazos, sus besos, y sus caricias heladas de indiferencia y plenas de ternura y calor.
María José Viz (13/12/2017)
(Foto tomada de Internet)

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