"El Ángel se asomó al balcón de la Casa del Relo"j. Tudela
ARCHIVO/DIEGO CARASUSAN
Escribiendo con los cinco sentidos:
Tacto sedoso.
Titulo: Sin cita previa.
Fue en lo primero que me fijé. Su melena morena, brillante, captó mi atención. Me maravilló ver cómo se ondeaba a cada paso que daba y cómo bailaba en el aire cuando comenzó a correr.
La primera vez que lo acaricié y sentí cómo se deslizaba entre mis dedos, me emocioné ¡era tan sedoso! Como buen peluquero, sé disfrutar de esas cosas.
Llevamos tres días juntos y lo estoy pasando muy bien, aunque el mejor día fue ayer.
Al principio no le hacía mucha gracia y huía de mí pero después de muchas súplicas guerreadas, dejó de quejarse, dejó de chillar y de moverse. Al final del día pude disfrutar al 100% de su cabello, me relajó tanto que incluso me quedé dormido jugueteando con él. Y a ella también le ha gustado, yo sé que le ha gustado.
Hoy se lo he notado apelmazado, apagado, ya no resbala en mis manos. Se me ha ocurrido prepararle una sorpresa, voy a sacar mis mejores productos y se lo voy a lavar, seguro que le gusta. Estoy convencido que un buen lavado, enriquecido con algas, le puede devolver su "viveza..."
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Escribiendo con los 5 sentidos: tacto electrizante.
Opuesta polaridad.
La primera vez que me ocurrió me asusté muchísimo. Tendría unos 10 años o así.
A lo largo de mi vida se ha repetido en numerosos momentos, con diferentes personas y en distintos lugares, y en todos y cada uno de ellos, la misma sensación desagradable, ¡la odio!
Creo que empieza a provocarme un poco de ansiedad el tema, y es que ¡nunca sabes cuando va a pasar!
En alguna ocasión se lo he comentado al médico pero me ha puesta esa cara de ¿ésta es tonta? y luego se ha reído de mí diciendo que es algo sin importancia y que exagero...
Ahora voy en el coche camino del supermercado y no puedo evitar pensar en ello. ¡Y mira que voy preparada! Llevo todo lo que me han recomendado: he clavado una buena hilera de grapas en las suelas de los zapatos que, por supuesto, no son de goma y me he puesto ropa de algodón. También llevo una pulsera con una llave colgada para usarla llegado el momento.
Entro en el parking y me siento confiada. Compruebo que todo lo que necesito esté bien. Me bajo del coche, saco una moneda, la meto en el orificio para desenganchar el carro de la compra y, sin pensarlo demasiado, tiro de él con firmeza.
Contenta, percibo que todo va bien. Subo en el ascensor y entro en el supermercado. 10 minutos de paseo y todo va genial.
De repente, a mi espalda, una señora mayor me pide ayuda. Siento como el calor de su mano está a punto de tocar mi brazo y me giro con brusquedad impidiendo el contacto. La pobre señora se sobresalta y, con timidez, me pide que por favor le recoja el monedero del suelo; tiene "malas las piernas." En fin, suelto el carro y ayudo a la buena mujer, que me da las gracias muy insistente. De pronto he recordado los huevos, ¡tengo que comprar huevos! Busco mi carro, estiro una mano para empujarlo y ¡iZasss!! ¡El jodido calambrazo de las narices! ¡Lo odiooo!
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