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martes, 16 de enero de 2018

Hechizo eléctrico



Ana, desde que era un bebé, se sentía intensamente atraída por la luz eléctrica. Tumbada en su cuna, permanecía inmóvil mirando la bombilla del techo. Quería alcanzarla, pero le resultaba imposible.
Ana creció, se convirtió en jovencita y, luego, en adulta, pero no abandonaba su costumbre de mirar directamente hacia la cegadora luz, hasta que claudicaba, vencida por el sueño.
Aquella manía se volvió una obsesión para la mujer. Sabía que no debía tocar la bombilla encendida y lo había evitado, con gran sacrificio, durante más de cuarenta años. Sin embargo, aquel día de enero, tras cinco horas mirando a la luz sin parpadear, decidió que era el momento de sentir el tacto eléctrico en su mano y en su cuerpo. Anhelaba un abrazo de luz, desde hacía demasiado tiempo y, ahora, se sentía preparada para ello.
Ana, con la sacudida, salió rebotada al suelo. El pelo se le quedó electrizado, como en una mala película de humor. Su cara lo decía todo y su amplia sonrisa, también.
María José Viz. (15/01/2018)
(Foto tomada de Internet)
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