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viernes, 5 de enero de 2018

MILAGROS DE NAVIDAD



-Solo por esta vez, te lo suplico, será mi regalo de Navidad, no te pediré nada más. Nunca.
-He dicho que no, y no insistas más. Repitió la madre de Marta después de que la muchacha volviera a reiterarle por enésima vez su deseo de invitar a Pepa, una indigente amiga suya, a cenar y a dormir la noche de Nochebuena.
-¿Por qué no? Pepa es buena y educada. Te prometo que no se llevará ni romperá nada,  dormirá conmigo en mi habitación. Mamá, tú siempre has sido buena conmigo. Siempre ha habido diálogo entre nosotras.  ¿Qué tal si hacemos un trato? Si nieva no te negarás a que venga Pepa a casa, ¿verdad? Tú eres compasiva y piadosa, no puedes decir que no…
-¿Nevar?... pero qué dices, estás como una cabra. Mira este sol radiante a las 12 del mediodía, además, ¿te das cuenta de lo que me estás pidiendo? Es una mendiga, una indigente, está sucia, seguramente huele mal, no conoce nuestras costumbres. Ella no es como nosotros, ¿Cuándo te vas a convencer?
-¡No tienes razón, mamá! Es una persona. ¡Hipócritas, eso es lo que sois todos! Mucho decir que si la Navidad es para amarse, reconciliarse y repartir amor, muchas reuniones, comidas y regalos… todo fachada, pura mentira.
-¿Se puede saber qué mosca te ha picado? Sabes que yo no soy así, y más desde…
Marta no escuchó las últimas palabras de su madre porque salió de casa dando un portazo.  La madre se quedó pensando en lo que había sido su vida últimamente, sola con su hija, esa adolescente de quince años a quien no  lograba comprender. Había accedido siempre a sus deseos sin tratar de imponerle nada: estudios, hobbies, viajes, ropa. Disfrutaban de una posición acomodada y ello les permitía  todo un mundo de recursos impensables para otras chicas de su edad y así se lo pagaba. No entendía cómo desde el verano anterior había podido hacer amistad con aquella mendiga,  aquella indigente que un día apareció en la acera como por encanto y se coló en la vida de su hija. Pensó denunciar el hecho a la policía pero se contuvo al comprender que la mujer no hacía daño a nadie, no podían detenerla por permanecer junto a la tienda de lujo contigua a su portal con un cartón en el que expresaba su penuria y un vaso de plástico en el que recogía las monedas que buenamente podía obtener de los transeúntes que frecuentaban tan distinguido distrito. ¡Ah, esa niña, cómo la hacía sufrir! Desde que su marido la dejó por una jovencita odiaba las Fiestas de Navidad, y ella aún se lo ponía más difícil. La vida había sido muy dura, ella que siempre había sido una fervorosa creyente, ¿cómo podía ser que Dios la hubiese castigado así? Primero le quitaba a su marido y luego su hija por quien tanto había luchado, le salía contestataria y rebelde. Ella había creído en los milagros, ¿Por qué no había uno para ella? Si él regresara… -No, de ningún modo, no estaba dispuesta a perdonar esa afrenta. Aunque tal vez, si mostraba verdadero arrepentimiento y deseo de recuperar a su familia, tal vez… quién sabe.
Tan ensimismada se encontraba que no oyó entrar de nuevo a su hija.
-¡Mamá, mamá,  asómate, pronto, está nevando!
-Es verdad, qué raro. En ese momento llamaron al timbre.

La chica de servicio le anunció la visita de un caballero… Sí existían los milagros. Sí, estaba arrepentido y después de todo, era Nochebuena. Ya decidiría después si le dejaba volver o no pero hoy serían uno… no, dos más a la mesa.