Karola Cosme |
Bienvenida, Karola. Háblanos un poco sobre ti. Dinos cómo fueron tus inicios
literarios, tus primeras lecturas y escritos.
He tenido la gran suerte de ser una de esas niñas a la que le leían cuentos en papel antes de irse a dormir. Yo era la más pequeña de la casa; mis padres se turnaban para contarme historias de cualquier cosa que me alejara de la realidad. Una noche me leía mamá y otra, papá. Ambos se esmeraban en entonar las voces de los personajes y poner caras raras. Si lo recuerdo, es porque se lo trabajaban bien. Empezaron a hacerlo desde que cumplí el año. Y cuentan que, cuando llegué a los dos y poco, tomé la costumbre de llevar conmigo un cuento a todas partes (una historia de un príncipe y una princesa). Lo curioso viene cuando dicen que abría el libro desde el principio y me ponía a narrarlo, en voz alta, sentada en una esquina. Por lo visto se trataba de uno de mis cuentos favoritos y me lo sabía de memoria de tanto que lo había escuchado de la voz de mis padres. Todo lo aprendido lo soltaba en el médico, en el mercado o en cualquier rincón del mundo adulto. Y claro, la gente, asombrada, creía que lo estaba leyendo porque lo narraba con detalles y un lenguaje sofisticado. Para mí, este es el primer registro que justifica que algo me pasaba con las historias.
A los seis años, descubrí que leer no era tan difícil y mi padre, gran lector que siempre sostenía un libro en sus manos, me acercó una tarde Las aventuras de Tom Sawyer; una edición preciosa de tapa dura. Más que leerlo, me lo bebí. A los pocos días le pedí otro. El segundo fue La isla del tesoro y, con este, la llama se encendió. No pude parar de leer cuentos, aventuras, todo lo que caía en mis manos. Adoraba la colección del Barco de Vapor y Pesadillas. Al contrario que otros niños, odiaba los libros con dibujos, mi imaginación volaba por encima de la del ilustrador y nada se parecía a lo que estaba en mi cabeza. Y así fue como, a los siete años, empecé a sentir la necesidad de contar en papel todas las historias que me asaltaban a cualquier hora del día. Llenaba los cuadernos de matemáticas con historias que luego les leía (en voz alta) a mis peluches o a los vecinos del barrio. Y si no las escribía, las contaba. Contaba lo que había hecho en el colegio, contaba películas que acababa de ver con spoilers incluidos, le quitaba la voz a lo que hubiera en la tele e inventaba nuevos diálogos a modo de doblaje. Recuerdo con nostalgia esas tardes en la urbanización en la que nos juntábamos corrillos de niños, sin padres a la vista, que me pedían historias. Soltaban al aire palabras y una temática al azar y me retaban a meterlas en la historia que me iba inventando para ellos. Diría que, oficialmente, fueron mis primeros espectadores, después de mis muñecos, claro.
Háblanos de tu proceso
creativo e inspiración.
Me asaltan ideas, personajes, frases o escenas desde pequeña. Y me sucede en cualquier momento y lugar: fregando platos, antes de ir dormir, de madrugada, actuando en el escenario, conduciendo, etc. Trato de dejar la idea en la cabeza unos segundos y busco algo para anotarla. He llegado a escribir en mis manos, brazos o incluso en un salvaslip (limpio, claro). Aunque intento llevar siempre conmigo una mini libreta y un bolígrafo. Después, me siento a desarrollar la idea. Hace dos años, comencé con una nueva técnica que denomino Cuento Alfa. Consiste en escribir lo que salga, nada más despertar, sin encender la luz. Uso una pequeña linterna y escribo en una libreta sobre el colchón. La idea es escribir sin pensar en estructuras ni formas. Escribir lo primero que me venga a la mente. Descubrí que salían cuentos de principio a fin. Desde entonces escribo un cuento al día a modo de café matutino.
A veces, escritores talentosos como Antonio Tocornal, Quim Monzó o Juan José Millás, por citar algunos de mis favoritos, se convierten sin quererlo en mi fuente de inspiración. Otras, le pregunto mentalmente a mi gran amiga Carmen Ramírez, también narradora a la que admiro: «Carmencita, ¿qué escribimos hoy?» y, en seguida, se me ocurre algo sin que ella sepa que la he invocado. También puede servir la idea del último sueño reciente o un rostro que vi un día en la calle y me ha quedado orbitando en mi imaginación. Siempre veo cosas escritas en una página en blanco.
Qué te aporta escribir y por qué dirías que escribes
Escribir es para mí un parque de diversiones. Es raro, pero los diarios que he empezado sobre mi vida no los he acabado nunca. Me motiva más crear mundos ficticios, contar cosas de personas que existen o no existen y hacer lo posible por darles vida. Escribo porque quiero seguir jugando aunque la adultez haya llamado a mi puerta. Escribo porque las historias me acarician y me dejan una sensación analgésica frente a las adversidades diarias.
Biografía
Karola Cosme (Málaga)
lleva desde muy pequeña dando rienda suelta a su imaginación, escribiendo e
inventando historias fascinantes que consiguen sorprender al lector y dejarle
huella.
Licenciada en
Educación Infantil, maestra de inglés y doctorada en Psicopedagogía, recibió su
primer y único taller literario en 2018, por lo que su formación como escritora
es fundamentalmente autodidacta. Compagina la literatura con la redacción web
en diversas agencias de contenidos, y ha colaborado con el diario digital El
Nacional.cat.
Otra de sus pasiones
es el teatro, pertenece al grupo Cuatro corazones y más, donde participa
como actriz y el público ha podido disfrutar ya de algunos de sus relatos en
escena.
Ha ganado numerosos
concursos de relatos, entre los que destacan el XXI Certamen de declaraciones
de amor: Dime que me quieres (2021), el I Certamen Internacional de Relato
Corto iLIVE «Historias Llenas de vida» (2022), el VII Concurso de Microrrelatos
de Metro de Málaga «100 palabras en un Metro» (2022).
Su prosa está influenciada por escritores
como Quim Monzó, Sławomir Mrożek, Antonio Tocornal y Juan José Millás, además
de grandes clásicos como Franz Kafka, Raymond Carver y Harper Lee.
Yo, para ser feliz, quiero un león, publicado por la editorial MilMadres en abril del 2024, es su primer libro de relatos, en el que utiliza el humor, el sarcasmo y el cinismo, además de situaciones donde se bordea el surrealismo para revelar las contradicciones del ser humano.
Puedes encontrarla en:
Enlace al libro |
Tres microrrelatos de karola Cosme
El poder del botón rojo
(Micro ganador del XV Premio de Microrrelatos: 'Microhistorias en el ascensor' 2023, Madrid)
Se mudó al ascensor cuando la echaron del piso a
primeros de mes; dijo que como había pagado la comunidad, le correspondía el
uso. Es propio encontrarse a la señora en bata, con un termo en la mano,
preguntándote a qué piso vas. Nos tiene prohibido tocar el cuadro de mandos, y
es casi delito entrar sin limpiarnos antes las suelas. Una silla de esparto le
hace de cama, mesa, sillón de TV y armario.
El día que no respondía ni ella ni el ascensor, temimos lo peor.
—¿Gregoria, está bien? —preguntó un bombero.
—Perfectamente. Usen la escalera, necesito intimidad.
Repentina niñez
(Ganador del I Certamen internacional de Relato Corto iLIVE 'Historias Llenas de vida', Cudeca e instituto Pallium, 2022)
Reconozco que al principio me pareció una locura
volver a juntar a papá y a mamá bajo el mismo techo, porque, por mucho que la
demencia haya ido borrando a esos que se odiaban, a veces, les viene un
recuerdo fugaz y me llaman por mi nombre para preguntarme quién es el
vejestorio que he metido en casa. Ellos, por suerte, no se acuerdan de los platos que
se han tirado durante décadas. Ambos creen que el otro es un anciano al que
cuido.
Hace años que mamá vive conmigo, pero a papá lo traje
hace seis semanas, cuando entendimos que a él también se le estaba nublando la
vida. ¿Qué podía hacer? Julia con los niños… imposible, y Oriol sigue en
Londres. Quedaba yo, la pequeña, la soltera, la sin vida.
Además, solo podemos pagar una enfermera.
Por la tarde, cuando regreso, Rosa me cuenta que los ha
visto bailar un vals en el salón o que los ha escuchado decirse entre risas
cosas al oído.
Estoy disfrutando de su repentina niñez. Sé que rompí
su estúpida promesa de no acercarlos más, pero me siento inmensamente feliz de
verlos juntos otra vez.
Por un saco de lentejas
Segundo premio XI Concurso de microrrelatos Lenteja de Tierra de Campos, 2022, Tierra de Campos (Valladolid).
Mamá nos pagaba los recados con lentejas secas para
enseñarnos el valor de la vida. Diez granos si hacíamos la cama, veinte por
lavar los platos o treinta por comprar el pan (siempre que llegara a la mesa
sin mordiscos). Luego podíamos canjearlo por tardes de cine o postres de
chocolate.
Una madrugada, pillé a mi hermano Agustín con la mano
dentro de la tinaja de barro donde mamá guardaba el botín: auténticas lentejas
castellanas que papá traía de lejos. «Más vale que calles esa bocaza, enana»,
dijo. Éramos hermanos por obligación. De padres distintos. Él había sacado la
astucia del primero y yo la guapura del segundo, eso decían. Un día, Agustín
consiguió que le compraran unas aletas de buzo por juntar quinientas lentejas,
¡y eso que las aletas costaban doce mil pesetas! Otro día, a papá se le antojó
morirse. De guapo que era, la muerte ni se le notaba. «Dios lo tenga en su
gloria», decían. Y yo, tres meses después, con mis ocho años y una talega de
lentejas a cuestas, me presenté a los pies del Cristo de la capilla del pueblo
y le solté: «¿Te alcanza con esto para que nos lo devuelvas?».
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