Regresa, y tras el infierno sufrido por su ausencia, aquí me
tiene, como siempre, esperando ver esa sonrisa que alimenta mi llama. Mi mente sabe
perfectamente que al marcharse renunció a mí, a lo nuestro, a lo que podríamos haber creado
juntos… Pero mi corazón la ignora, se tapa sus tiernos oídos, y emite esa dulce
melodía que alimenta mis esperanzas. ¿Y sí…? Siempre la misma pregunta, esa que
lo único que hace es confundirnos. Deberíamos de dejar de imaginarnos un futuro
hipotético, el cual se halla muy alejado de la realidad.
Sin embargo, aquí estoy como una tonta, sí como la tonta que
siempre estuvo ahí para él, anhelando que su corazón me concediera un lugar
especial. Un aposento donde poder permanecer siempre a su lado, y sentir que
una parte de mí se halla en él. Yo le regalé la mejor sala, con un precioso
trono en el centro, y él ignoro mi ofrenda. Suspiro, «cuántos de estos habré
desperdiciado por él», pienso.
Las puertas se abren y, al verlo de nuevo, no puedo evitar
sonreír. Me guste o no, estoy enamorada. Mira al frente. Me busca, quiero pensar.
Una cálida sensación me atraviesa todo el cuerpo, al unirse nuestras miradas.
Solo él es capaz de avivar esa llama que en su día prendió y que, aún hoy,
continúa ardiendo por él, en mi interior.
(Foto libre de derechos de autor, extraída de internet)