Lu Hoyos |
Lucrecia Hoyos (Lu, para los amigos) es licenciada en Filosofía (1976) y Filología Hispánica (1997) por la universidad de Valencia. Fue profesora de español para alumnos extranjeros durante una década y ejerció durante diecisiete años de profesora de filosofía en secundaria. En el año 2011 funda el colectivo literario y cultural Valencia Escribe, colectivo que, desde Valencia, se extiende a varios rincones de habla hispana y que reúne, hoy en día, a más de trescientos escritores (entre los cuáles tengo la dicha de incluirme) de todo el mundo. Promotora de gran parte de los proyectos del colectivo y de los libros publicados por el grupo a lo largo de este tiempo (Valencia Escribe Relatos Breves, Buffet Libre, El Tiempo y la Vida, Relatos con banda sonora, Cuentos de las estaciones) Ha participado, junto a otras autoras, con la editorial Vinatea en el libro colectivo «Treinta mujeres fascinantes en la historia de Valencia», así como el libro «Mujeres en Construcción, perdonen las molestias» del que además de autora fue coordinadora y promotora del mismo. También ha participado en libros con el colectivo literario Bibliocafé y colaborado con algunas editoriales. En solitario ha publicado en 2009 «Relatos al atardecer» y «En algún lugar». En 2019 publica en coordinación con Evelyn Carell (ilustraciones) el libro «Textos y Texturas», que reúne una gran parte de sus cuentos, ilustrados con los cuadros de la pintora.
1. Hola
Lu. El libro que nos ocupa, Textos y
texturas, es un libro en el que los textos escritos están basados
en cuadros —texturas— pintados por Evelyn. Háblanos un poco de cómo surgió la
idea de escribir este libro.
Bueno,
no es así exactamente. Solo hay dos cuentos inspirados en los cuadros: el
primero, Un lance de verano; y El cazador. La idea del libro
surgió en un viaje que hicimos las dos. Lo que hice con el resto de los cuentos
fue buscar, entre sus muchos cuadros, algún tipo de relación con mis cuentos,
por supuesto totalmente subjetiva. Aún así hay gente que me ha dicho que ve esa
relación.
2 ¿Previamente
habías hecho algo parecido escribiendo a partir de imágenes?
Sí,
me inspiran muchísimo las imágenes. Suelo hacerlo con frecuencia, sobretodo en
cuentos cortos.
3 En
los cuadros, aunque hay diversas historias, aparecen mujeres repetidas veces,
incluso la portada refleja una pareja de mujeres ¿Hay una declaración de
intenciones en este hecho?
Sí,
claro, me interesa mucho el mundo de las mujeres. Son las protagonistas de la
mayoría de los relatos. Creo que el libro en el que trabajé antes, Mujeres
en construcción (perdonen las molestias), que es un libro colectivo en el
que escribí uno de los relatos e hice tareas de coordinación y corrección, me
hizo plantearme muchas cuestiones en relación con la vida de las mujeres que,
aunque estaban ya en mis inquietudes, se han agudizado. Creo que ese libro hizo
mucho por mí y también las personas con las que tuve la gran suerte de trabajar
en él.
4 En
los relatos del libro tratas problemáticas sociales y encontramos todo tipo de
historias y personajes, muchas veces extremos, también juegas con distintos
formatos literarios, relatos, microrrelatos… ¿Puede decirse que es como un
collage narrativo que sin embargo pretende representar de algún modo la época
actual?
Buena
pregunta, no tengo ni idea, ja, ja, ja. En cuanto a lo de «microrrelatos» yo me
desmarco, no los escribo, no me someto a sus leyes, según algunos muy
estrictas, no gano premios ni tampoco me suelo presentar. Yo les llamo cuentos
o minicuentos, aunque creo que son sinónimos. El caso es que yo escribo lo que
quiero o lo que puedo sin someterme a ninguna convención. Cuento cosas y las
cuento como me parece.
En
cuanto a la problemática social creo que sí, eso me han dicho, ja,ja. La verdad
es que me interesa mucho el mensaje, más que hacer alardes de ingenio en mi
escritura.
5 Has
publicado antes algún libro y vemos que te inclinas hacia el relato, qué supone
para ti este respecto a los anteriores, que remarcarías de él.
Este
libro tiene toda la belleza que le aporta Evelyne con sus cuadros y recojo
cuentos que tenía guardados o publicados en otras partes. Me daba la impresión
de que estaba cerrando lo de publicar un libro como única autora. Me equivoqué,
estoy a punto de sacar otro de cuentos de la pandemia, Cuando nos cerraron
el mundo, se va a titular. También con la colaboración de un amigo pintor,
Alfredo Aguilera.
6 Qué
supone para ti la escritura. Cuéntanos cuánto de la Lu mujer hay en la Lu que
escribe.
Hay
mucho de mí en lo que escribo. Me encanta la literatura autobiográfica de Lucia
Berlín, por ejemplo. Aunque eso, en mi caso, no quiere decir que lo que cuento
sea verdad. Pero sí, mi vida y el entorno que me rodea es mi fuente de
inspiración. Y cuando, a veces, parece que he escrito una historia que no tiene
nada que ver conmigo, luego me doy cuenta de que ahí revelo más secretos que en
los más evidentes.
7 Por
último, dinos qué relato del libro es al que le tienes más apego y por qué (si
se puede decir).
Esta
pregunta es muy difícil de contestar. Estoy muy satisfecha con el libro porque
es todo él, para mí, un objeto bello. Y además a muchas lectoras y lectores les
ha gustado. Le tengo mucho apego al libro, me ha hecho sentirme muy feliz en
muchas ocasiones, en esos momentos de intercambio con la gente, le debo muchos
cálidos y sinceros abrazos.
Muchas
gracias por tu cercanía y generosidad, Lu. ¡Feliz y larga vida a tus letras!
Compartimos con los lectores uno de los cuentos que integran el libro Textos y Texturas:
¿Dónde está
Poppy Foowers?[1]
Giovanna
vuelve a su casa muerta. Son las 9 de la noche de un lunes de invierno. Desde
que salió a las 7 de la mañana, ha limpiado tres casas, ha visitado tres mundos,
ha escuchado muchas historias y ha visto situaciones que no podría contar sin
faltar a la discreción que se le exige.
Entra,
se despoja del abrigo y la bufanda, que cuelga en el perchero de la entrada, y
va directamente al pequeño cuarto de aseo con ducha, se mira en el espejo, ve
el cansancio dibujado en su rostro, cercos violáceos bajo sus ojos. Va
desprendiéndose de la ropa que está pegada a su piel como lapa. Se mete debajo
de un chorrillo de agua muy caliente y se va quitando una a una las capas de
sudor frío que la envuelven. Su cuerpo reacciona devolviéndole un poco de
tersura.
Con
un pijama limpio, se acuesta entre unas sábanas blancas, perfumadas con ese
suavizante que le recuerda el aroma de los bosques de su tierra. Su piso es
humilde y pequeño pero está ordenado y reluciente. Aprovecha los domingos para
hacer limpieza a fondo y, siempre, antes de empezar su jornada laboral, arregla
el dormitorio y da unos retoques aquí y allá. No soporta la suciedad ni el
desorden.
Llegó
a España, a Valencia, hace veinte años, apenas cumplidos los dieciocho. Es una
india ecuatoriana, menuda y muy morena, de ojos vivarachos, capaces de intuir
los sentimientos de los otros. Su voz es melodiosa y habla con educación y
dulzura. Hubiera podido tener otro futuro si la crisis política, económica, y la
inseguridad de su país, no la hubiera arrojado a la emigración.
Frente
a su cama tiene colgado un hermoso cuadro: representa un jarrón con amapolas
amarillas y rojas sobre un fondo oscuro. Desconoce el nombre del autor e ignora
si tiene algún valor. Lo contempla todas las noches hasta que el cansancio la
transporta a un mundo de sueños que nunca consigue recordar.
El
cuadro entró en su vida unos años atrás. Se lo regaló la señora Clara, una pelirroja
entrada en carnes para la que llevaba tiempo trabajando. Era la directora de un
importante museo de arte de la ciudad. Vivía
en un piso precioso, decorado con maderas lustrosas, espléndidos sofás y muchos
cuadros y esculturas. Limpiaba allí todas las mañanas de ocho a tres, de lunes
a viernes y algún sábado cuando doña Clara tenía invitados.
Una vez la señora se puso enferma. Tenía mucha
fiebre y ella la estuvo cuidando. La ayudaba a lavarse y le preparaba caldos y
zumos y pasteles de manzana. Su teléfono, siempre dicharachero, había dejado de
sonar por aquel tiempo. No vino ninguna visita a interesarse por ella. Hacía
muchos días que Giovanna no había visto al marido de Clara. Estaba
completamente sola. Tampoco quedaba ni rastro de los moscones que había tenido
siempre alrededor.
Cuando
empezó a bajarle la fiebre, le pedía que se sentara con ella a tomar café y que
le hablara de su vida en Quito. Le contaba ella sobre su infancia al otro lado
del mundo llena de nostalgia y expresaba su deseo de volver algún día.
Giovanna
ignoraba lo que pasaba exactamente, sabía que las cosas no iban bien en aquella
casa, pero ella no leía periódicos ni veía la televisión. No tenía ni idea de
la causa de la ausencia del señor y no se atrevía a preguntar.
La
señora Clara no se portaba mal con ella y pagaba bien. Le regalaba muchas
cosas: ropa que ya no usaba, zapatos, bisutería… Prendas que ella distribuía
luego entre la comunidad ecuatoriana, en la que siempre se ayudaban unos a
otros, porque no eran de su talla.
Aquella
mañana estaba especialmente comunicativa. La fiebre había desaparecido. Le pidió que le preparara un baño y que le
diera después un masaje con una crema corporal que olía a jazmines recién
cogidos.
Luego
la invitó a desayunar café con leche y cruasanes recién hechos de la pastelería
francesa de la esquina y, con el último sorbo, sosteniendo todavía la taza
entre sus manos, le dijo:
—¿Te
gusta alguno de estos cuadros?
—Claro,
son todos preciosos, señora.
—¿Alguno
en especial?
Se
quedó pensando, sí, había uno, el del jarrón de amapolas, ese en el que se
detenía siempre al pasar y al que limpiaba delicadamente con el plumero, como
si temiera borrarlo.
—Me
gusta mucho el de su dormitorio, el que está junto a la ventana.
—Vaya,
no tienes mal gusto. Cógelo y llévatelo, es tuyo.
Pensó
que le estaba gastando una broma y ni se movió.
—¡Vamos,
obedece!, no hay tiempo que perder, mañana podría ser tarde.
Ante
su insistencia, se dirigió al dormitorio y lo descolgó. No era muy grande. Lo
envolvió cuidadosamente con papeles para protegerlo y lo dejó preparado en la
entrada en una bolsa de plástico.
—Hoy
ya has terminado tu jornada. Vete a tu casa, espero que lo disfrutes muchos
años. Eso sí, tienes que prometerme que será para ti, que nunca intentarás
venderlo. Si lo hicieras, podrías tener problemas. No te olvides nunca de lo
que te digo.
—Así
lo haré, señora.
Giovanna
no quiso saber más. Se fue con aquel tesoro y lo colgó frente a su cama, que
era donde estaba más tiempo cuando permanecía en su vivienda. Todas las mañanas
se despertaba admirando aquella belleza y agradeciendo su buena suerte.
A
los pocos días, cuando llegó al edificio de la señora Clara, el portero le informó
de que la policía se la había llevado y le contó que habían estado registrando
minuciosamente la casa. No entendió muy bien lo que le dijo sobre corrupción.
Sintió un ligero pinchazo en el pecho y una gran inquietud, pero se dio media
vuelta y empezó a llamar a sus contactos para buscar otro trabajo con el que
completar su horario.
No
ha vuelto a saber nada de la señora Clara. A los pocos meses cambió de compañía
de teléfono y de número de móvil aprovechando una oferta. Sigue trabajando todo
el tiempo que sus fuerzas le permiten. Le ofrecieron ir a casa de una anciana
los domingos, el día que libraba su cuidadora habitual. Aceptó. Su sueño era
ahorrar lo suficiente para volver a Quito y comprar una vivienda donde acabar
sus días junto a los suyos. Esa ilusión le permite soportar su dura vida con
esperanza. Y se siente afortunada cada vez que contempla las amapolas rojas y
amarillas y, de vez en cuando, se pregunta qué habrá sido de la señora Clara,
de su marido y cuál será el misterio del hermoso cuadro.
[1]
Poppy Flowers (también conocido como Jarrón y flores y Jarrón con
Viscaria) es una pintura de
Vicent van Gogh con un valor estimado de más 50 millones de
dólares. Fue robada en el Museo de Mohamed
Mahmoud Khalil en agosto de 2010 y aún no se ha encontrado.