Sol Gómez Arteaga
Estupor
Hay amaneceres que busco
-como quien busca el hilo conductor de su vida-
el tapón de champú errático.
Me paro a observar con más
detenimiento
ese pegote azul del dentífrico
a la extraña que me observa al otro lado,
mientras me pinto las ojeras
que hasta hace dos días
como quien dice
exhibía sin rubor al mundo.
como ese hábito que hace al monje,
es cuestión de costumbre-.
Hay amaneceres que,
acaso más vulnerable
que otros,
la mirada se queda prendida de la punta despegada de un cartón
por provisoria obra.
Así hasta que alcanzo la
calle,
y comienza otro estadio del martes,
pongamos veintiuno,
mes febrero.
Niebla cerrada
Camino inmersa en la niebla
Hoy más cerrada que otros días
Portando en las manos
Antorchas de escarcha
E hinojo.
Busco en el paisaje
Una luz
Que no está fuera
Pues es interior
Y propia.
Entre el silencio de mis
pasos
Escucho, a lo lejos, balidos de ovejas
Y el ladrido, fugaz, de un perro.
De los matojos helados
Escapa, de súbito, un pájaro.
Yo no creo que tras esta vida
Haya otra
-Esto es simple cuestión de fe,
Se cree o no cree-
Pero acaso
Cuando muramos
Nos transformemos
En vuelo.
COMPÁS
de ESPERA
MI MADRE: Los naipes rebotan
sobre la mesa camilla
en solitario juego de cartas
mientras mi madre aguarda la noche,
larga y oscura,
en una sucesión de secuencias que se repiten,
sin más aliciente que seguir
a duras penas
resistiendo.
Pero es todo
y es casi nada.
MI PADRE: Al mediodía damos
un paseo,
buscando ese resquicio de sol
que a pesar de las bajas temperaturas
hoy nos regala
por unos instantes
la "brigada" de la Tapia.
Al borde de ésta
asoma una hoja de vid
que mueve el viento
y se funde
con un cielo engañosamente azul
de nubes blancas.
"¿Quieres que vayamos al
paseo?"
"¿Qué se nos ha perdido a nosotros en el paseo?
Al paseo cuando sea primavera".
(Cuando sea...
¿Y si no es?)
La mañana sigue, no obstante,
En su pálpito decadente
Como de tiempo suspendido.
Es todo,
yo lo se,
y es casi nada.
tejen
calcetines
con que abrigar el trasiego
de sus hombres
por las adustas tierras
de cavones y labor.
Las
mujeres de mi historia
tejen negras soledades
en interminables tardes sin tregua
ni esperanza,
mientras escuchan de fondo
un griterío de chiquillos
que corren calle adelante,
cuesta abajo,
siguiendo el rodar
de la naranja amarga.
Las mujeres de mi vida
cuidan hortalizas en el huerto
mientras espantan dolores intestinales
y dudas
y abismos
y falsos presentimientos,
y se aferran,
penélopes domésticas,
a la certeza
de resistir
sin pretensiones.
TIERRA
Los
paisajes que me apaciguan
Los podría dibujar un niño de pocos años,
Pues tienen solo una caseta,
Un pozo,
Un árbol -a lo sumo dos-,
Un camino de tierra,
Un cielo azul,
Una nube,
Silencio.
Los paisajes que me serenan,
Son aquellos a los que acudo una y otra vez
Y muchas veces
Familiarmente.
Los paisajes que me calman
Son aquellos que me devuelven a la infancia
Y sus apegos.
En ellos me mimetizo cuando los recorro
Como se recorre un cuerpo amado.
De ellos me llevo -allá dónde voy-
Un minúsculo pedazo
Para que me apacigüe, serene, calme,
Cada vez que me pierdo por intrincados laberintos
Y no sé cuál es el siguiente paso que tengo que dar,
O tengo miedos.
De ellos vengo hoy.
A ellos volveré para quedarme cuando solo sea Silencio
-Inapreciable
Parte del paisaje, caseta, pozo, árbol, camino, cielo, nube-.
que estaba en la cama cuando llegué anoche
Me dijo te mereces esto y más
Y a mí me pareció inmenso
Lo mejor que me había pasado en muchos días.
Mi madre, sentada a la mesa camilla,
Simplemente miraba.
Mi padre me enseñó que escuchar historias
Es disfrutar del deleite de lo que queda por contar
Mientras se está contando.
El valor de lo auténtico,
“Aquí, hija, en el pueblo nos conocemos todos”.
Y él resulta que era un humilde pastor de ovejas
Hijo de una mujer de negro y un padre
represaliado.
Muchas veces me pregunto
Si hay algo más sacrificado
Que dormir a la intemperie hasta entrado
diciembre
Entre un sonido de cencerras
Y el silencio propio.
También
Si hay algo más sabio que distinguir entre la cuscuta
y la alfalfa,
Que es lo mismo que apreciar la diferencia entre un
hombre aprovechado y otro noble.
Mi padre me enseño otras cosas
Pero todas tienen que ver con lo mismo:
La dignidad, la fuerza, el tesón,
Cosas que se consiguen si se está realmente a ellas.
Hoy paseo con él mientras el sol de mediodía nos da
en la cara,
Y me siento orgullosa de mi padre.
"¿No vamos muy despacio?" pregunta,
"No no", respondo. "Vamos a nuestro
ritmo".
Y pienso, cuando voy a escribir de esto si no es mientras está
pasando.
STRIPTEASE
sí,
porque no se puede estar en misa y
repicando,
porque razones elementales me sostienen,
porque me sale como un modo de ser y de
estar en el mundo,
porque no hay nada que exponga que quiera
ocultar.
y a conciencia,
lento,
exponer mi desnudez tan pálida,
desprovista, tal vez, de gracia,
y dos la mofa de los silenciosos del
mundo,
de los callados de puertas para fuera,
de los que nadan y guardan la ropa
bajo cualquier tálamo
y al menor signo de alarma
Me desnudo de palabras, claro,
libre de comas,
y otros signos de puntuación,
porque cuando lo hago
saco un ramillete de amapolas a flor de
piel,
porque me gusta la intemperie
de las noches de finales de verano como
ésta,
pero sobre todo porque al pasar del
silencio a la palabra
las cosas cambian
Pero no se equivoquen los insaciables
buitres
a los que les gusta escarbar en las
heridas ajenas
pensando que lo hago gratuitamente,
ni que esto es un dos por cincuenta
euros,
como vi en un papelín en
el parabrisas de un coche
esta misma mañana
ofertando el mercado de saldo
de la carne.
Por más razones me desnudo supongo…
El caso es que nadie impedirá
que despoje unas
veces de harapos,
otras veces de tules,
INFANCIA
Agazapada bajo la mesa de formica
veo a la
niña
que perdía siempre a los
cromos
a la soga
a la goma
al escondite
al pañuelo,
al
chorromorropicotaina,
que sisaba en el cajón
para comprar gajos de naranja con que agasajar a amigas
que nunca tuvo,
que disfrazada con un
cancán rosa demasiado holgado,
entre cartones que le
servían de atrezzo,
actuaba en comedias sin
público,
que ideaba club de fans
sin fans,
que soñaba huidas
transcontienentales en peceras de champú marca Sindo.
Quiero susurrarle
palabras amables,
quiero sanarla
pero lo único que
consigo hacer es tocarle levemente el hombro.
Así me estoy
inmantándome de su
dolor
-pozo o caverna-
horas, días, un tiempo
indefinido.
Así me estoy
hasta que levanta la
cabeza,
me mira,
me sonríe,
me cura de ella.
Leonesa de
Valderas-León (1967) se reconoce en los paisajes de Tierra de Campos en los que
se ha criado, aunque también en el sonoro silencio y el anonimato de Madrid, la
ciudad en la que reside hace ya la friolera de veintinueve años.
Aunque no vive
de la escritura, ésta no es hobby o pasatiempo, sino alimento como el pan de
cada día y una forma de estar en el mundo. Escribe para sacar a la luz
realidades invisibilizadas de nuestro pasado más reciente, pero también del
presente, aspecto éste que tiene mucho que ver con su actividad profesional
como Trabajadora Social. Escribe, sobre todo, prosa. Y lo hace despacio, como
una labor de artesanía. Pero para expresar emociones que surgen en determinados
momentos más íntimos, vinculados a lo cotidiano, ha encontrado hace poco como
canal de expresión la poesía.
En una
trayectoria que empezó allá por el año 2000 en talleres de escritura creativa,
colabora desde el año 2014 en la publicación digital Astorga-Redacción y
desde el año 2015 en la revista cultural Tam tam Press, donde dispone de
una sección titulada Trazos de sombra, relacionada con los desórdenes de
la mente.
He participado en numerosas
revistas y publicaciones culturales como Gordoncillo, La Curuya, FAKE o Semente
de Memorias.
Tiene dos
libros de relatos publicados, Los cinco de Trasrey y otros relatos
(2012) y El sol a la tinaja y otros cuentos (2017), editados por la Fundación
Fermín Carnero. La novela El
vuelo de Martín, ilustrada por Carla Lozano Martínez, y editado al cuidado
de Marciano Sonoro, es su tercer trabajo que ve la luz.
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