lunes, 6 de junio de 2022

Angélica Santa Olaya: 'Leer y escribir me ha salvado la vida varias veces'

 

Angélica Santa Olaya


Esta semana contamos en el blog con la escritora mexicana, Angélica Santa Olaya, que forma parte del colectivo REM (Red de escritoras de minificción) y que, amablemente, se ha remontado en el tiempo para hablarnos de sus primeros encuentros con las letras y ha compartido con nosotras varios de sus micros. Dejamos que Ángelica, como buena narradora, tome la palabra:

Empecé a escribir a los 9 años. Era de noche, sentada bajo un árbol de Navidad iluminado por focos multicolores. Escribí mi primer cuento inventando una historia con los muñecos de madera que colgaban del árbol hipnotizada por mi propia imaginación. De entonces a la fecha no he parado. Escribo cuando alguna historia llega a mi cabeza, intranquilizando mis pensamientos. Puede ser en cualquier momento, en el autobús, en el supermercado, en el parque… La observación y el oído son la mejor fuente de inspiración. Si no puedo escribir ahí, donde nació la idea, guardo una línea con la idea primordial en la memoria, en el teléfono o en algún trozo de papel improvisado. Alguna vez recogí del suelo un boleto de autobús para escribir en él. Luego, ya en casa, desarrollo la idea. No tengo una rutina en especial. Sólo necesito soledad y silencio para escribir. Muchos años lo hice de noche, en la madrugada, cuando todos en casa dormían. Escribir para mí es una liberación. Me descarga de las ideas que bullen en mi cabeza y que picotean para salir. Leer y escribir literatura me ha salvado la vida, literalmente, varias veces. Es un madero al que me aferro en las tormentas. Es la expresión de mi ser, de las cosas que me asombran, me placen o me preocupan. No soy muy buena oradora así que escribo porque es la mejor forma en que puedo expresarme y porque no puedo dejar de hacerlo cuando surge la necesidad. Amo la poesía y la minificción por su brevedad. Me gustan los géneros cortos. Disfruto que la emoción llegue a mí en pocos minutos. Sentir ese golpe que los buenos textos regalan al lector. Es un reto para mí escribir un texto breve que sea efectivo y literario; conseguir impregnar a mis letras la dignidad de ser llamadas Literatura.


EL SALVADOR

Eva cortaba florecitas en el paraíso cuando su tripa comenzó a rugir. A su lado, un árbol grande y frondoso, lleno de manzanas, se agitó con el viento. La serpiente, enredada entre la fronda, se dispuso a arrojar las venenosas palabras. Pero el tarascazo de una garra la sorprendió impidiendo la tragedia. Desde la cima del árbol, un gato sonreía con la sierpe entre las fauces. El gato, inteligente como suelen ser los gatos, sabía que ese no era el paraíso prometido sino Cheshire, y que Eva, no era la costilla de un hombre sino una hermosa loca que sabía muy bien a donde quería llegar. Desde entonces, Eva y sus descendientes vagan desnudas, sin vergüenza, por el mundo.

LA MUJER ARAÑA

Escurrían, sobre sus redes, los sudores de varios bichos. Todo el que la miraba, tras su frágil recinto de cristal, quedaba subyugado por sus ocho piernas enfundadas en níveas calcetas bordeando la rosada colina de sus rodillas. A la orilla de su sonrisa, la peligrosa miel fluía por la tierna comisura de los labios. Los bichos aparecían y acercaban el dedo sudoroso a la frialdad del carapacho imaginando la lisura de su piel. Ella sacudía los rizos y balanceaba los esplendentes muslos. Al terminar el día, el dueño del circo aparecía y con ojos brillantes, susurraba: “Luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Dulce tejedora de mis entelarañadas fantasías… Lolita.”  Y acariciaba la vitrina soñando que salvaba al atrapado dueño de un amor venenosamente perdurable.

UNA BUENA VIDA 

Todos los recuerdos se agolparon de pronto en su cabeza formando una fila, ordenada pero nutrida, para saludar la memoria. El cachorro con el que jugaba ensayando los primeros pasos, la sopa de brócoli que tiraba a cucharadas en la maceta del comedor sin que mamá se diera cuenta, los primeros recados de amor entregados por debajo del pupitre, los besos detrás del árbol en el parque camino a casa, el ramo de novia volando sobre el alboroto de las chicas, el primer diente que Julito le puso al ratón, las vacaciones en la montaña peleándole al viento la bufanda, la moribunda mano de Julio bajo la suya prometiendo la reunión, los nietos a su alrededor en las navidades… Por eso -cuando el médico miró, angustiado, el respirador sobre su rostro a la llegada del joven enfermo que ocuparía la cama, otra vez vacía, a su lado- sin titubeos se despojó del aparato ofreciéndolo al doctor mientras decía: “Tuve una buena vida”.  Y sintió, sobre la suya, la cálida mano de Julio que nadie, excepto ella, pudo ver.

 

 BIOGRAFÍA LITERARIA

Angélica Santa Olaya (Ciudad de México, 1962). Poeta, escritora, historiadora y maestra de Creación Literaria en Minificción, Cuento y Haiku para el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBAL). Egresada de UNAM, ENAH y SOGEM. Primer lugar del concurso de cuento breve del diario El Nacional 1981 y del concurso de cuento infantil Alas y Raíces a los niños del Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato 2004. Segundo lugar del V Certamen Internacional de Poesía Victoria Siempre 2008 (Argentina). Mención Honorífica en el Primer Concurso de Minificción IER/UNAM En su tinta 2020 y Segundo Lugar en el Concurso Semanal Crónicas de un virus sin corona UACM 2020. Publicada en 130 antologías internacionales de minificción, cuento, poesía y teatro, así como en diversos diarios y revistas en América, Europa y Medio Oriente. Autora de 16 publicaciones de poesía, cuento, minificción y novela. Feisbuqueo, luego existo (La Tinta del Silencio, 2017) y Funambulistas (Letra Franca, Morelia, 2021) son sus más recientes publicaciones de minificción. Traducida al rumano, portugués, inglés, italiano, catalán y árabe. Miembro del Colectivo de Minificcionistas Mexicanas y de la Red Internacional de Escritoras de Microficción REM.

 

 Más sobre la autora en:

Alicia la necia