lunes, 18 de junio de 2018

Biblioteca Ignoria

En este sitio web podemos encontrar talleres, recursos sobre escritura, interesantes artículos y biografías y, además, una enriquecedora biblioteca con clásicos de todos los tiempos y disciplinas junto a autores más actuales.

Dejo el enlace a la biblioteca para que elijáis entre las publicaciones digitales que atesora.







¡Feliz lectura!

CUENTOS DE TERROR

Recién acabo de descubrir un enlace a diversos cuentos de terror, recomendados por el escritor mexicano, Alberto Chimal. Os los comparto, para que os animéis a leerlos en esas noches en las que estáis solas y aburridas...

AUTRUI, de Juan José Arreola

EL FUMADOR DE PIPA de Martín D. Armstrong

LA CASA VACÍA de Algernón Blackwood

EL TESTAMENTO DE MAGDALEN BLAIR de Aleister Crowley

EL GUARDAVÍA de Charles Dickens

EL CALOR DE AGOSTO de W.F. Harvey

EL HOMBRE DE ARENA de Hoffmann

SUPERVIVIENTE de Stephen King

EL PUEBLO BLANCO de Arthur Machen

EL HORLA de Fran Maupassa

EL TAPIZ AMARILLO de Charlotte Perkins Gilman

EL MANUSCRITO HALLADO EN UNA BOTELLA de Edgar Alan Poe

EL ALMOHADÓN DE PLUMAS de Horacio Quiroga

LA MANO DE GOETZ VON G. de Jean Ray

DONDE SU FUEGO NUNCA SE APAGA de May Sinclair

viernes, 15 de junio de 2018

TAL VEZ MAÑANA…


Desde ayer estoy encerrada en mi cuarto. Él era el único amigo que he tenido desde que nos mudamos a este barrio  esnob.
Lo veía desde mi ventana, sobre las nueve, con sombrero y gabardina, daba igual el día que hiciese,  y volvía media hora después con el periódico y una bolsa de plástico. Salía también alguna tarde, pero raramente lo vi regresar. Un día decidí espiarlo en su recorrido, siempre el mismo: el puesto de periódicos: recogía un diario atrasado y el supermercado: compraba una botella de leche y un paquete de comida para gatos. Luego volvía dando un pequeño rodeo.
Hasta que me pilló al doblar una esquina. -"Y bien, señorita, ¿puedo saber por qué me sigue usted desde hace algún tiempo?". El susto inicial se desvaneció al no advertir en sus ojos signo de malicia. Pronto hicimos amistad. Era un erudito: sus historias del pasado, su amor por el arte, la música, la cultura… pero lo que realmente nos encantaba era jugar a las pistas: Dejábamos indicios aquí y allá y debíamos descubrir su verdadero significado. Pero nada es perfecto. Mi madre advirtió la causa de mi repentino cambio de humor y me prohibió terminantemente volver a verlo o hablar con él.  Me limité a observar sus entradas y salidas y a saludarle mientras se llevaba cortésmente la mano al sombrero.
La policía ha venido. Mi madre insiste en que abra la puerta. Ayer lo encontraron muerto, la casa en un lamentable estado. Ante mí tengo un sobre cerrado  escrito con bella caligrafía: "Señorita Victoria". Quizás lo abra después… o mañana. Podría adivinar su contenido: una carta, entradas para la ópera, una insignia de caballero de la Legión de Honor, aunque… quizás contenga alguna llave, un recorte de periódico, un billete de autobús con destino insospechado, ¿quién sabe?… ¡Ah!, no tenía gato.

©M.J. Triguero 2018. Imagen de Internet


MI HÉROE



"Madre, he dicho que no". Colgué y conduje nerviosa, molesta, preguntándome a quién conocería hoy, a pesar de mi insistencia en que suspendiera esa invitación a Armando, Arturo, o como se llamase. Al entrar al pueblo, un imbécil se cruzó en la rotonda y no pude evitar la colisión. El golpe fue monumental, aunque afortunadamente no grave. Entonces apareció él con su aplomo y seguridad, el agente que me calmó, se preocupó por mi estado general y se encargó de restituir la normalidad.
Llegué a casa todavía confundida, la cabeza me iba a estallar. Mamá, asustada, me envolvió en una nube de besos y abrazos. Le conté someramente el accidente. "Vaya, qué pena, invité a cenar a…, pero si estás cansada podemos quedar otro día…"
"Mamá, te lo advertí: ¡Nada de citas!".
Demasiado tarde. Lo divisamos desde el jardín, un chico alto llevando un cursi ramo de flores descendía a buen paso por la ladera. Me temí lo peor: "¡Tierra trágame!" Corrí a ducharme recreándome a placer, perdiendo tiempo, haciendo aguardar al susodicho, implorando que, aburrido, se largarse.
Bajé lentamente al salón, escuchando una voz varonil que me resultaba seductoramente familiar, diría que hasta inspiraba confianza.
"Margot, mira quien ha venido, ¿Recuerdas a Alberto? Fuisteis juntos al instituto". Ya lo creo. Aquel chico pálido, larguirucho, reservado, tímido, ahora era un joven fuerte, seguro, varonil y de agradable presencia. Esta vez mi madre acertó.
"¡Vaya, creo que nos hemos visto hace poco! ¿Seguro que estás bien?", -"Seguro", reí contenta y aliviada al ver al atractivo y providencial agente que me amparó en la rotonda.


© María José Triguero Miranda 2018. Foto de Internet.


sábado, 2 de junio de 2018

Cita en Casablanca





Enrique y yo Llevábamos tanto tiempo distanciados que los dos habíamos perdido la cuenta de lo que hacía el otro. Convivíamos bajo el mismo techo, pero sin tropezarnos. Cada uno en su mundo y en su habitación. No recuerdo ni en qué momento decidí apuntarme a una página de contactos. Me pasaban factura las noches en vela y la rutina diaria. Por el chat comencé a hablar con un chico bastante simpático. No quisimos intercambiar fotos porque a cierta edad es fácil caer en juicios que no hacen justicia a la realidad. En nuestros perfiles la imagen podía ajustarse a la de cualquiera; él con sudadera, bigote y gafas de sol y yo con el pelo tapándome medio rostro. Nos fuimos conociendo “por dentro”, despacito, como quien no quiere la cosa durante un año. Transcurrido ese tiempo, decidimos abrir la puerta al mundo real y vernos cara a cara.
Quedamos en un bar poco céntrico. Uno de esos refugios para enamorados llamado Casablanca. Pese a que los dos rondábamos la cuarentena, seguíamos conservando el romanticismo. Él llevaría un sombrero a lo Humphrey Bogart y yo un traje chaqueta emulando a Ingrid Bergman.
En cuánto entré lo divisé sentado al fondo del local. Con el sombrero inclinado, mientras leía el periódico, no podía verle el rostro. Llegué hasta él y, al oír mis tacones, alzó la vista para mirarme.

Soy Quique me dijo Enrique, a punto de partirse la caja.

―¡Joder, chico, cuánto hace que no te veía tan guapo! ―respondí desternillándome.

  
¡Para que luego digan que la tecnología nos aísla! Enrique y yo, por llevar la contraria, gracias al chat del ordenador volvemos a estar enamorados.

Texto: Manuela Vicente Fdez ©
Tema: Cita a ciegas