En algún café del mundo el tiempo se detiene. Una mujer bebe, a pequeños sorbos, el líquido negro y amargo. Hay alguien que la mira, que se pregunta qué piensa y observa sus autómatas movimientos. Pero la mujer no se da cuenta porque ya no está allí. Está esperando a que pase este momento en el que no tiene adónde ir. Pagará el café, en el instante siguiente, y continuará su rumbo por las calles, pero no podrá recordar nunca el nombre de esta cafetería en la que su alma autómata se detuvo para tomar aliento.
© Manoli Vicente Fernández
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