martes, 17 de abril de 2018

Fauna en movimiento

No siempre las funciones tienen lugar en el escenario. Del mismo modo que no siempre hace falta un pase al zoo para poder advertir la variedad de la fauna que hay a nuestro lado. Eso lo estaba constatando María a cada paso que daba en las últimas semanas. Invitada de honor para compartir en familia la mayoría de edad de su ahijada, sentada a su lado en el esplendor de la fiesta, veía acercarse a numerosas hienas, con sendas sonrisas traicioneras, para tratar de hacerse con la mayor parte del pastel.
Su ahijada, la famosa heredera del magnate fundador de la Beautiful’s people Company, lucía ajena a la expectación que levantaba a su alrededor, mientras su madrina medía el avance de las tropas enemigas, capitaneadas, a su derecha, por el rey de la selva financiera, el gran Leo Montes quien, acompañado de su bellísima hija, pretendía erigirse con el monopolio del mercado de la moda, engatusando a las esposas de los principales accionistas presentes en el evento; Nada desdeñable resultaba ser tampoco el lento pero inexorable avance de la pantera negra, Yoshima, la cual, sin pudor alguno, exhibía sus últimas creaciones de fantasía, en forma de ceñidas transparencias con pedrería incrustada que causaba admiración y preguntas entre el personal asistente, pero lo que realmente colmó la ansiedad de María fue ver la cara de embeleso de la homenajeada ante la irrupción de Darío, viejo zorro curtido en mil y una pieles, que junto a su hijo mayor, el incomparable tenorio Juan Diego, se acercaba a la mesa, sorteando a hienas, leones y panteras, con su pico de buitre carroñero, para solicitar el honor de abrir el primer baile de la fiesta junto a la preciada heredera.
Barajando en su mente todas las apuestas y midiendo los avances de unos y otros, María se prometía a sí misma no volver a mezclar el trabajo con el tiempo de ocio, o, lo que es lo mismo: no volver al zoo los fines de semana.
MVF

Aprensión


— ¿Y crees que aquí podemos estar tranquilas?
— ¡No lo dudes!
— ¿Y mamá vendrá? —
—Sí, solo hay que esperar a que cicatricen las heridas.
— ¿No tienes miedo? Yo no sé, ya no confío en nada. Nos volverán a encerrar, Nos gritarán constantemente, tendremos que soportar el éxodo hacia uno y otro lado en esos trastos horribles. No sé qué hemos hecho…
Agachó la cabeza.
—Anímate, levanta la cabeza, mira allí al fondo, hay más como nosotras.Mira esa montaña, ese paisaje. Es lo más parecido a la libertad. Hay muchos animales, parecen felices.
— ¿Y no sería mejor que, para ser libres, nos hubieran dejado en la selva? —Se atrevió a preguntar.
—Estás loca, la selva ya no es lo que era, nos están aniquilando. Deja de quejarte, no todos los humanos son iguales. Han hecho leyes que prohíben matarnos por el marfil. Algunos se han dejado la vida por protegernos. Ten un poco de esperanza. No vivirás atada todo el tiempo, no te abrasarán a latigazos, tampoco correrás el riesgo de que te pongan un ojo de cristal, como a mamá, hace ya un montón de años. Estaremos bien. Esto es precioso. Míralo. No dudes más. Vamos…
—Desde luego, hermana, va a ser verdad que tienes memoria de elefante. Ojalá sea como dices.
Esta es la conversación que, si los elefantes hablaran, hubieran mantenido esta pareja de hembras al entrar al Parque Natural Zoológico; podría ser cualquiera (pongamos Cabárceno), tras haber sufrido una larga vida de penalidades, maltratos y miedo bajo la crueldad de un tipo que se lucraba con el circo. Afortunadamente, aunque suene extraño, tuvieron un penoso accidente en una de las muchas carreteras de (pongamos España) que, tras dejar un grupo herido e incluso algún miembro muerto, cambió su destino hasta el final de sus vidas en una imprevista, aunque anhelada, semilibertad.
(Manoli Asenjo) derechos protegidos por Safe_Creative

Imagen Página Web Parque de la Naturaleza de Cabárceno
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El Expreso de las Nueve


Constantino llevaba dos horas en el banco, se metió la chaqueta con dificultad, refrescaba y sus huesos ya no estaban para bromas. Le gustaba mucho sentarse allí, disfrutaba de las vistas de aquellas montañas tras la estación, ya casi muerta, salvo algún mercancías de vía estrecha . Allí pasó su vida, ayudaba con las maletas a las señoras finas con sus galas y tacones; aupaba a los niños al vagón con sus mamás. Era feliz cuando veía a Nieves aparecer con el hatillo de la merienda, refunfuñaba cuando Elías el pastor cruzaba la vía con el rebaño. Pero el rubio, ay, ese era el único recuerdo que le arrancaba sonrisas a veces, otras una lagrimilla. Cómo le hacía rabiar quitándole la gorra, las partidas de tres en raya; las risas cuando le narraba a toda velocidad con su lengua de trapo las aventuras del colegio. Y cuando le imitaba chillando “Viallejos al teeeeeennnn”. Treinta años ya que marchó. Ni una carta, ni una llamada. Quizá si en el pueblo tuviesen aquellos avances de los ordenadores y los teléfonos esos que hablabas en cualquier sitio. Pero qué cosas tienes Constan, si hace poco más de cuatro años que metieron el agua en las casas. Sabía que pronto tendría que coger su último tren, no le había gustado el gesto del médico en su visita del jueves, le dolía todo el cuerpo, notaba su fuerza acabada. Oyó en la distancia el pitido del Expreso de las nueve, que le traía el viento. Se levantó despacio, con gran dificultad, tardaría en situarse en su puerta. Entonces lo vio. Un militar de porte elegante, uniformado, tendiéndole la mano. Su rubio, era su rubio que le invitaba a subir. Aunque canoso, no había perdido la expresión de pillo y bondadoso a la vez. Entre sollozos oyó: “¿Lo ves, abuelo?, te dije que sería algún día Capitán de Tren”.

(Manoli Asenjo) Derechos reservados Safe Creative

El Andén

Hace un rato que me tiene usted hartita, caballero. Desde que llegué no deja de hacerme preguntas. Si  soy de aquí, que donde voy, escrutando mis ojos... ya llevo yo gafas oscuras para no dejarle penetrar mi pupila. No insista en contarme su dedicación a los niños, a las plantas, el milagro de la fotosíntesis ni de los maravillosos amaneceres desde su balcón; nada de eso me interesa. Solo cuando esté llegando, tenga usted la bondad de apartarse. He de ser rápida y certera, no desviarme ni un centímetro,  para que mi cuerpo sea totalmente aplastado por las ruedas.

(Manoli Asenjo) Registro en Safe Creative

jueves, 12 de abril de 2018

Yo me bajo en Atocha

Foto: Sara Nieto

Que dice el señor del altavoz que debido a una avería en la red eléctrica, los trenes están sufriendo demoras en la línea que va a tu casa. Y que tal vez por eso, cada vez tus besos tardan más y cuando llegan ya no saltan chispas.
Molesten las disculpas.

Autora: Sara Nieto

DESTINO

María se sueña todos los días en la estación. Sueña que espera un tren y llega otro. Se ve caminando entre los vagones, buscando un rostro entre los viajeros. Pero ningún rostro es el rostro que está buscando. Ningún tren va en la dirección que ella quiere. Se despierta envuelta en sudores e inquietudes; se prepara un tazón de leche caliente y vuelve a acostarse para soñar de nuevo con la estación. Una noche, harta del bucle, decide cambiar el rumbo de su sueño. Cuando se duerme y ve llegar el tren sube tranquila y toma asiento junto a la ventana. Esta vez renunciará a la búsqueda; irá donde el tren la lleve.

 

Manuela Vicente Fernández ©