Y Manoli nos
pregunta: “¿Y tú, por qué escribes?”
Es una pregunta tan
fácil de contestar. Porque me gusta, y punto. Porque quiero, y ya está. Pero todo tiene su historia detrás.
Porque cuando era
niña, desde que aprendí a leer, leía todo lo que me encontraba y cuando digo todo quiero decir absolutamente todo: un
cartel por la calle, la etiqueta de una botella de agua en un restaurante,
el papel de periódico con el que envolvía la verdulera las acelgas. Era una
atracción de imán, donde hubiera unas cuantas letras juntas allá se iban mis
ojos, y las absorbían para escuchar dentro de mi cabeza lo que tenían que
contarme. Cuando abría un libro, mejor todavía: las letras se transformaban y
aparecían personas, animales, juegos, aventuras, era como ver la tele dentro de
mí pero sin encender el televisor, y me transformaba en uno de los personajes,
o en todos, y las palabras me llevaban a un mundo que no se parecía en nada al
mío. Luego estaba Gloria Fuertes, aquella bruja de pelo corto y voz ronca con sus
poesías que me hacían cosquillas. Cuando sea mayor —me decía—, escribiré como
ella, y como Enid Blyton, y como todos esos escritores de los libros que tanto
me gusta leer. Claro que también adoraba los animales y quería hacer reportajes
como Félix Rodríguez de la Fuente y ser piloto, y dibujar perezosamente, ese
placer de empezar un dibujo hoy y terminarlo mañana o pasado, sin prisas.
En aquel tiempo, cuando escribía empezaba aventuras y muchas
veces no las terminaba. Odiaba las redacciones escolares porque si eran de tema
libre no sabía qué poner y cuando eran de un tema concreto me parecían muy
aburridas, en el colegio no me invitaban a soñar. Era una obligación más.
Y crecí y seguí leyendo. Autores que te hacen pensar y
saborear las palabras. Y por eso sigues escribiendo, porque escribir es tu
pensamiento: piensas despacio con un lápiz que roza el papel como si dibujaras,
o piensas deprisa con una pluma ligera, o más rápido todavía con un teclado. Y
empecé a terminar algunas de esas historias. Escribía a escondidas, no quería
que nadie lo leyera. Quería escribir. Para contar historias. Para soñar. Para
ser otra y yo misma a la vez. Para pintar con palabras. Para volver a sentir lo
que había vivido. Para sentir lo que nunca había vivido. Para tocar las nubes
con la punta de los dedos. Para escuchar el sonido de las frases en mi cabeza
como una canción. ¿Sonaba bien? Sí. Y si no sonaba bien, lo reescribía y sonaba
mejor. Porque con una pluma y unos folios el tiempo pasaba sin sentir. Porque
escribir se parece mucho a jugar: "¿vale que tú eras un pirata y yo un tiburón?". Y
yo quería y quiero seguir jugando, siempre.
Imagino a Neruda escribiéndome: “Me gustas cuando escribes
porque estás como ausente”. Porque cuando escribo estoy muy cerca de mí y a la
vez puedo estar muy lejos, de mí y de aquí.
Y después sueñas con que los otros sueñen cuando leen tus
historias. Que alguien descubra su mundo en ellas.
En el último libro de Juan José Millas, La vida
a ratos, nos dice: La gente piensa que
una de las ventajas de jubilarse es que por fin va a tener tiempo para
escribir. Para escribir no hace falta tiempo, sino destiempo. El destiempo es
una zona oculta y misteriosa del día que se descubre como yo descubrí el lunes
la tumba de la gata Carlota: por curiosidad malsana.
Siempre me ha
faltado tiempo para escribir. Pero también he arañado tiempo al tiempo para juntar
letras, y así fue como descubrí ese destiempo debajo de los apuntes de
contabilidad, o en aquel concierto de Gershwin, donde los balanceos se convirtieron
en un relato de olas azules.
El destiempo te lleva a ser bruja y a hechizar a una ranita
de San Antón. Encuentras ese destiempo en la siesta de tus hijos y cuando les
cuentas un cuento y cuando juegan con un fantasma que habéis hecho con una bola
y un pañuelo blanco. El destiempo te atrapa antes de hacer el amor y también después
de polvorear. El destiempo te despierta por la noche y escribes a ciegas en esa
libreta que guardas en el cajón de la mesilla, en una página en la que ya
habías escrito algo y al día siguiente tienes que separar la ilegible
mezcolanza. Ese destiempo te lleva a explorar parajes a los que, sin escribir,
nunca irías. Porque ese destiempo es en el único momento en que tú y cualquier
realidad se juntan. Porque cualquier realidad, hasta la más increíble, existe
cuando la escribes.
¿Y tú, por qué escribes?
Porque lo más difícil es vivir sin escribir cuando quieres
escribir.
Purificación Menaya Moreno |
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