Nunca pude decidirme. En
ningún asunto. ¿Cereales o galletas?, ¿fresas
o plátano?, ¿vestido rosa o azul?, ¿fichas blancas o negras? Prefería dejar que
otro tomase partido, sin importar la trascendencia de la elección. Qué denodado
esfuerzo decantarme por una sola opción: ¿Café o té?, ¿gimnasia o ballet?, ¿ciencias
o letras?, ¿derecho o filología?, insufrible zozobra por nimia que fuese la deriva
de la decisión.
Así, había llegado a ignorar
quién era yo, mejor dicho, era "doña Dudas". Aunque con reservas, ya
me había resignado a mi penosa condición. Nadie, después de conocerme, se interesaba
por mi criterio: "¿Querida, vamos al cine o al teatro?", ¿"mamá,
pizza Carbonara o Boloñesa?, que decidan por mí
constituye a la vez un agravio, por cuanto menosprecia mi valía como
persona, y un alivio, por cuanto me libera
de una carga. Pero hoy, por casualidad,
he comprendido mi verdadera naturaleza. Fue en una de esas tiendas
modernas de decoración, al ver el mensaje pintado en un cuadrito de madera.
Tres renglones con caritas: "Soy un neutrón
:😔. Soy un electrón.-L. ¡Hurra,
soy un protón:+J!". Entonces lo comprendí: Uno no puede evitar ser lo
que es. Y yo soy un Bosón, es decir: una
partícula elemental que no cumple el principio de exclusión de Pauli, por lo
que ¡puedo estar en dos estados cuánticos a la vez! ¡Bravo! ¡Quizás en otro universo
paralelo, otra yo está eligiendo café en
vez de té, o esquiando en Suiza en vez de estar en una tienda! ¿No es maravilloso descubrir
que la vida no se reduce a esto o aquello, sino que en alguna otra dimensión o espacio-tiempo,
este caminar tuyo entre espinas discurre
por un sendero de rosas?
©María
José Triguero Miranda.
Imagen de Internet
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