lunes, 7 de mayo de 2018

La otra


Coincidimos en la estación. Se parecía a mí. Resultaba extraño, encontrarse con una desconocida que se me hacía tan familiar. Al mirarla me parecía retroceder en el tiempo hasta llegar al momento de mis diecinueve años. Se movía y gesticulaba como yo, tanto que juzgué que estaba teniendo una alucinación, una especie de flash back en visual. Cuando llegó el tren y subió, decidí seguirla. Presentía adónde iba y no me equivoqué. Estaba haciendo el recorrido que hice yo en su momento y a su edad. Me senté varios asientos más atrás para poder observarla. Era imposible. Como decía Heráclito: una no puede bañarse dos veces en el mismo río en el mismo instante. Una de las dos tenía que ser irreal, pero… ¿Cómo saberlo? Al llegar a su destino se levantó y yo me dispuse a hacer lo mismo, pero entonces algo extraño sucedió. Mis piernas comenzaron a desvanecerse, al tiempo que ella se convertía ante mis ojos en una mujer distinta, una mujer ejecutiva, segura con su maletín y su traje de oficina, que de ningún modo era yo. Quise llamarla, decirle que volviese conmigo, que teníamos varias historias por escribir, pero la duda a lo que pudiese responderme acabo de sacarme de mi ensueño, y otra vez me hallé delante del teclado: sola, preguntándome, como tantas veces, que habría sido de mi vida si en aquel tiempo un giro en mi destino no me hubiese llevado en otra dirección.

Manuela Vicente Fernández ©


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