martes, 26 de mayo de 2020

Entrevista a Lucrecia Hoyos sobre su libro «Textos y Texturas»: La belleza del arte en el mensaje



Lu Hoyos


Lucrecia Hoyos (Lu, para los amigos) es licenciada en Filosofía (1976) y Filología Hispánica (1997) por la universidad de Valencia. Fue profesora de español para alumnos extranjeros durante una década y ejerció durante diecisiete años de profesora de filosofía en secundaria. En el año 2011 funda el colectivo literario y cultural Valencia Escribe, colectivo que, desde Valencia, se extiende a varios rincones de habla hispana y que  reúne, hoy en día, a más de trescientos escritores (entre los cuáles tengo la dicha de incluirme) de todo el mundo. Promotora de gran parte de los proyectos del colectivo y de los libros publicados por el grupo a lo largo de este tiempo (Valencia Escribe Relatos Breves, Buffet Libre, El Tiempo y la Vida, Relatos con banda sonora, Cuentos de las estaciones) Ha participado, junto a otras autoras, con la editorial Vinatea en el libro colectivo «Treinta mujeres fascinantes en la historia de Valencia», así como el libro  «Mujeres en Construcción, perdonen las molestias» del que además de autora fue coordinadora y promotora del mismo. También ha participado en libros con el colectivo  literario Bibliocafé y colaborado con algunas editoriales. En solitario ha publicado en 2009 «Relatos al atardecer» y «En algún lugar».  En 2019 publica en coordinación con Evelyn Carell (ilustraciones) el libro  «Textos y Texturas», que reúne una gran parte de sus cuentos, ilustrados con los cuadros de la pintora.

1. Hola Lu.  El libro que nos ocupa, Textos y texturas, es un libro en el que los textos escritos  están basados en cuadros —texturas— pintados por Evelyn. Háblanos un poco de cómo surgió la idea de escribir este libro.

Bueno, no es así exactamente. Solo hay dos cuentos inspirados en los cuadros: el primero, Un lance de verano; y El cazador. La idea del libro surgió en un viaje que hicimos las dos. Lo que hice con el resto de los cuentos fue buscar, entre sus muchos cuadros, algún tipo de relación con mis cuentos, por supuesto totalmente subjetiva. Aún así hay gente que me ha dicho que ve esa relación.

2     ¿Previamente habías hecho algo parecido escribiendo a partir de imágenes?

Sí, me inspiran muchísimo las imágenes. Suelo hacerlo con frecuencia, sobretodo en cuentos cortos.

3  En los cuadros, aunque hay diversas historias, aparecen mujeres repetidas veces, incluso la portada refleja una pareja de mujeres ¿Hay una declaración de intenciones en este hecho?

Sí, claro, me interesa mucho el mundo de las mujeres. Son las protagonistas de la mayoría de los relatos. Creo que el libro en el que trabajé antes, Mujeres en construcción (perdonen las molestias), que es un libro colectivo en el que escribí uno de los relatos e hice tareas de coordinación y corrección, me hizo plantearme muchas cuestiones en relación con la vida de las mujeres que, aunque estaban ya en mis inquietudes, se han agudizado. Creo que ese libro hizo mucho por mí y también las personas con las que tuve la gran suerte de trabajar en él.

 En los relatos del libro tratas problemáticas sociales y encontramos todo tipo de historias y personajes, muchas veces extremos, también juegas con distintos formatos literarios, relatos, microrrelatos… ¿Puede decirse que es como un collage narrativo que sin embargo pretende representar de algún modo la época actual?

Buena pregunta, no tengo ni idea, ja, ja, ja. En cuanto a lo de «microrrelatos» yo me desmarco, no los escribo, no me someto a sus leyes, según algunos muy estrictas, no gano premios ni tampoco me suelo presentar. Yo les llamo cuentos o minicuentos, aunque creo que son sinónimos. El caso es que yo escribo lo que quiero o lo que puedo sin someterme a ninguna convención. Cuento cosas y las cuento como me parece.
En cuanto a la problemática social creo que sí, eso me han dicho, ja,ja. La verdad es que me interesa mucho el mensaje, más que hacer alardes de ingenio en mi escritura.

5     Has publicado antes algún libro y vemos que te inclinas hacia el relato, qué supone para ti este respecto a los anteriores, que remarcarías de él.

Este libro tiene toda la belleza que le aporta Evelyne con sus cuadros y recojo cuentos que tenía guardados o publicados en otras partes. Me daba la impresión de que estaba cerrando lo de publicar un libro como única autora. Me equivoqué, estoy a punto de sacar otro de cuentos de la pandemia, Cuando nos cerraron el mundo, se va a titular. También con la colaboración de un amigo pintor, Alfredo Aguilera.

6     Qué supone para ti la escritura. Cuéntanos cuánto de la Lu mujer hay en la Lu que escribe.

Hay mucho de mí en lo que escribo. Me encanta la literatura autobiográfica de Lucia Berlín, por ejemplo. Aunque eso, en mi caso, no quiere decir que lo que cuento sea verdad. Pero sí, mi vida y el entorno que me rodea es mi fuente de inspiración. Y cuando, a veces, parece que he escrito una historia que no tiene nada que ver conmigo, luego me doy cuenta de que ahí revelo más secretos que en los más evidentes.  

7      Por último, dinos qué relato del libro es al que le tienes más apego y por qué (si se puede decir).

Esta pregunta es muy difícil de contestar. Estoy muy satisfecha con el libro porque es todo él, para mí, un objeto bello. Y además a muchas lectoras y lectores les ha gustado. Le tengo mucho apego al libro, me ha hecho sentirme muy feliz en muchas ocasiones, en esos momentos de intercambio con la gente, le debo muchos cálidos y sinceros abrazos.


Muchas gracias por tu cercanía y generosidad, Lu. ¡Feliz y larga vida a tus letras!

Compartimos con los lectores uno de los cuentos que integran el libro Textos y Texturas:


¿Dónde está Poppy Foowers?[1]

Giovanna vuelve a su casa muerta. Son las 9 de la noche de un lunes de invierno. Desde que salió a las 7 de la mañana, ha limpiado tres casas, ha visitado tres mundos, ha escuchado muchas historias y ha visto situaciones que no podría contar sin faltar a la discreción que se le exige.
Entra, se despoja del abrigo y la bufanda, que cuelga en el perchero de la entrada, y va directamente al pequeño cuarto de aseo con ducha, se mira en el espejo, ve el cansancio dibujado en su rostro, cercos violáceos bajo sus ojos. Va desprendiéndose de la ropa que está pegada a su piel como lapa. Se mete debajo de un chorrillo de agua muy caliente y se va quitando una a una las capas de sudor frío que la envuelven. Su cuerpo reacciona devolviéndole un poco de tersura.
Con un pijama limpio, se acuesta entre unas sábanas blancas, perfumadas con ese suavizante que le recuerda el aroma de los bosques de su tierra. Su piso es humilde y pequeño pero está ordenado y reluciente. Aprovecha los domingos para hacer limpieza a fondo y, siempre, antes de empezar su jornada laboral, arregla el dormitorio y da unos retoques aquí y allá. No soporta la suciedad ni el desorden.
Llegó a España, a Valencia, hace veinte años, apenas cumplidos los dieciocho. Es una india ecuatoriana, menuda y muy morena, de ojos vivarachos, capaces de intuir los sentimientos de los otros. Su voz es melodiosa y habla con educación y dulzura. Hubiera podido tener otro futuro si la crisis política, económica, y la inseguridad de su país, no la hubiera arrojado a la emigración.
Frente a su cama tiene colgado un hermoso cuadro: representa un jarrón con amapolas amarillas y rojas sobre un fondo oscuro. Desconoce el nombre del autor e ignora si tiene algún valor. Lo contempla todas las noches hasta que el cansancio la transporta a un mundo de sueños que nunca consigue recordar.
El cuadro entró en su vida unos años atrás. Se lo regaló la señora Clara, una pelirroja entrada en carnes para la que llevaba tiempo trabajando. Era la directora de un importante museo de arte de la ciudad.  Vivía en un piso precioso, decorado con maderas lustrosas, espléndidos sofás y muchos cuadros y esculturas. Limpiaba allí todas las mañanas de ocho a tres, de lunes a viernes y algún sábado cuando doña Clara tenía invitados.
 Una vez la señora se puso enferma. Tenía mucha fiebre y ella la estuvo cuidando. La ayudaba a lavarse y le preparaba caldos y zumos y pasteles de manzana. Su teléfono, siempre dicharachero, había dejado de sonar por aquel tiempo. No vino ninguna visita a interesarse por ella. Hacía muchos días que Giovanna no había visto al marido de Clara. Estaba completamente sola. Tampoco quedaba ni rastro de los moscones que había tenido siempre alrededor.
Cuando empezó a bajarle la fiebre, le pedía que se sentara con ella a tomar café y que le hablara de su vida en Quito. Le contaba ella sobre su infancia al otro lado del mundo llena de nostalgia y expresaba su deseo de volver algún día.
Giovanna ignoraba lo que pasaba exactamente, sabía que las cosas no iban bien en aquella casa, pero ella no leía periódicos ni veía la televisión. No tenía ni idea de la causa de la ausencia del señor y no se atrevía a preguntar.
La señora Clara no se portaba mal con ella y pagaba bien. Le regalaba muchas cosas: ropa que ya no usaba, zapatos, bisutería… Prendas que ella distribuía luego entre la comunidad ecuatoriana, en la que siempre se ayudaban unos a otros, porque no eran de su talla.
Aquella mañana estaba especialmente comunicativa. La fiebre había desaparecido.  Le pidió que le preparara un baño y que le diera después un masaje con una crema corporal que olía a jazmines recién cogidos.
Luego la invitó a desayunar café con leche y cruasanes recién hechos de la pastelería francesa de la esquina y, con el último sorbo, sosteniendo todavía la taza entre sus manos, le dijo:
—¿Te gusta alguno de estos cuadros?
—Claro, son todos preciosos, señora.
—¿Alguno en especial?
Se quedó pensando, sí, había uno, el del jarrón de amapolas, ese en el que se detenía siempre al pasar y al que limpiaba delicadamente con el plumero, como si temiera borrarlo.
—Me gusta mucho el de su dormitorio, el que está junto a la ventana.
—Vaya, no tienes mal gusto. Cógelo y llévatelo, es tuyo.
Pensó que le estaba gastando una broma y ni se movió.
—¡Vamos, obedece!, no hay tiempo que perder, mañana podría ser tarde.
Ante su insistencia, se dirigió al dormitorio y lo descolgó. No era muy grande. Lo envolvió cuidadosamente con papeles para protegerlo y lo dejó preparado en la entrada en una bolsa de plástico.
—Hoy ya has terminado tu jornada. Vete a tu casa, espero que lo disfrutes muchos años. Eso sí, tienes que prometerme que será para ti, que nunca intentarás venderlo. Si lo hicieras, podrías tener problemas. No te olvides nunca de lo que te digo.
—Así lo haré, señora.
Giovanna no quiso saber más. Se fue con aquel tesoro y lo colgó frente a su cama, que era donde estaba más tiempo cuando permanecía en su vivienda. Todas las mañanas se despertaba admirando aquella belleza y agradeciendo su buena suerte.
A los pocos días, cuando llegó al edificio de la señora Clara, el portero le informó de que la policía se la había llevado y le contó que habían estado registrando minuciosamente la casa. No entendió muy bien lo que le dijo sobre corrupción. Sintió un ligero pinchazo en el pecho y una gran inquietud, pero se dio media vuelta y empezó a llamar a sus contactos para buscar otro trabajo con el que completar su horario.
No ha vuelto a saber nada de la señora Clara. A los pocos meses cambió de compañía de teléfono y de número de móvil aprovechando una oferta. Sigue trabajando todo el tiempo que sus fuerzas le permiten. Le ofrecieron ir a casa de una anciana los domingos, el día que libraba su cuidadora habitual. Aceptó. Su sueño era ahorrar lo suficiente para volver a Quito y comprar una vivienda donde acabar sus días junto a los suyos. Esa ilusión le permite soportar su dura vida con esperanza. Y se siente afortunada cada vez que contempla las amapolas rojas y amarillas y, de vez en cuando, se pregunta qué habrá sido de la señora Clara, de su marido y cuál será el misterio del hermoso cuadro.    
           



[1] Poppy Flowers (también conocido como Jarrón y flores y Jarrón con Viscaria) es una pintura de Vicent van Gogh con un valor estimado de más 50 millones de
 dólares. Fue robada en el Museo de Mohamed Mahmoud Khalil en agosto de 2010 y aún no se ha encontrado. 






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