domingo, 22 de enero de 2017

Nadie lo sabe





Mírala. Ya está aquí otra vez. Nadie sabe quién es. Nadie lo sabe.

Desde hace tres meses, viene a sentarse en la misma mesa. Llega pasadas las ocho de la mañana. Aún es de noche. Sin mirar a nadie, se dirige al rincón junto a la ventana. No se quita el abrigo. Ni los guantes. Ni el sombrero años veinte con el que no puede esconder sus ojos velados. 

El camarero se acerca a su mesa con la esperanza de entablar una conversación que nunca llega. Lo mira sin verlo y pide una infusión. Él pronuncia unas palabras sobre el frío de la calle, solo por hacerla hablar. Ella no responde nunca. Entrelaza sus manos y las deja tensas sobre la mesa. Cuando le lleva el ardiente brebaje, se descalza uno de los guantes. Apenas se humedece los labios antes de quedarse absorta, con la mirada perdida en algún punto del infinito. 

Así permanece durante horas. Ajena a lo que sucede a su alrededor. A la gente que entra y sale. Cuando llegan las tres de la tarde, se levanta de la mesa y, con paso cansino, se dirige a la puerta. Sale. Se pierde entre la multitud. 

Nadie sabe quién es. Nadie conoce su nombre. Hace tres meses perdió su empleo pero nadie lo sabe. Ni su marido lo sabe. Ni sus hijos lo saben. 

Nadie lo sabe.



*Ilustración: "La autómata" de Edward Hopper.

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