miércoles, 26 de julio de 2017

Testigo de excepción


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La niña sin miedo (kristen Visbal) frente al Toro de Wall Street (Arturo di Modica)


Nueva York no es lugar para pobres, -dijo socarronamente el tipo del mostrador ante el que yo acababa de vaciar mis bolsillos en la pensión de Wall Street....
-Perdone amigo, mañana tengo que madrugar, -contesté. Y entré en mi habitación.
Tantas veces había estado en Pamplona y había sentido esa emoción, que cuando me propusieron el trabajo me entusiasmó, aunque al principio lo tomé con prevención. Era la lucha a muerte largamente anunciada, la osadía e ingenuidad de una niña de 10 años contra la brutalidad de un animal violento de más de 600 kilos. La bella contra la bestia, nunca mejor dicho. Estamos en 2056 pero en la época de los viajes en el tiempo, la física cuántica y la telepatía, la gente sigue moviéndose por los mismos tópicos primitivistas.
A las 8 de la mañana comenzó la función. La niña se le encaró retadora ante las voces de asombro del público congregado. El toro reaccionó haciendo acopio de todo el raciocinio que su limitado intelecto le permitía:
-Quita de ahí niña o te voy a embestir.
-¿Por qué? Yo no te he hecho nada, -dijo la niña displicente.
-Es mi naturaleza, y así será por los siglos de los siglos.
-Pues mi naturaleza es el valor y la dignidad, así que aquí permaneceré sin apartarme un ápice de mi camino.
Pero he aquí que se obró el prodigio. Una madre se hincó de rodillas en el suelo pétreo y oró a los dioses, y sí amigos, yo, Ernest Hemingway, fui testigo de excepción. En aquel punto y hora aquellos dos seres dotados de vida quedaron convertidos en el estado que veis: sendas estatuas de bronce para la admiración de la humanidad.


María José Triguero Miranda

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