lunes, 13 de febrero de 2017

El infante.

Imagen 3. "Escena de Noche" de Pedro Pablo Rubens.
Título: El infante.
Aquella tarde, papá se enfadó  conmigo. Regresé  a casa con los pantalones rasgados y llenos de barro. Le dije que había  sido un soldado  de tierra que salvó  su vida y la del pelotón  gracias a las trincheras, pero él  no lo comprendió. Inquirió  el porqué de mi comportamiento y no supe que más  decir. Me recriminó a voces mi aspecto  y el de mi ropa y se marchó, no sin antes darme un bofetón...
Papá  no me entendía. Siempre me miraba con ojos extraños  y con aquella expresión de rabia, era como si me culpase de algo... Desde que mamá  se marchó, creo que dejó  de quererme...
Con abuela todo era  diferente. Mi vida era diferente... Entré  en el salón  y allí estaba ella, sentada en la mecedora junto a la ténue luz de una vela. Entre sollozos, me acerqué  a ella y la besé.
Sus dedos pulgar, índice y corazón envolvieron mi  barbilla y, con aquella dulzura que le caracterizaba, levantó mi cara. En medio de un amago de seriedad, me miró a los ojos y me dijo: "querido, cada día  estás  más  hermoso y más cerca de ser todo un caballero".  De seguida, aquella fingida seriedad se rompía   con nuestras risas, mientras me apapachaba en su regazo... 
Abuela me recordaba a la primavera. Ella siempre olía  a flores, a jazmín  y azahar...  a suave lluvia mañanera... La piel de sus manos era fina, de tacto como la seda y emanaban  un  calor reconfortante. Cada vez que me acurrucaba entre sus brazos, me hacía sentír seguro, querido... en paz con el mundo. Me hacía olvidar cualquier mal que me hubiera podido pasar...
Tras los besos y los arrumacos, me dijo que fuese a por unas velas y que me  sentase a su lado y sin dudarlo, cumplí mi cometido. Entonces, se llevó  la mano al bolsillo de su delantal y me dijo: "vamos a ver que tenemos hoy por aquí..." De seguido, sacó  la mano bien cerrada, como si no quisiese que se le escapase algo. ¿Estás  preparado?- me preguntó- y yo, emocionado, le contesté que  sí.  Cuando abuela abrió su  mano, comenzó  la magia... 
Abuela no tenía nada en sus manos pero, a su vez, lo tenía todo para mí... Cada tarde, a la caída del sol, con el pretexto de hacerme olvidar las penas  endosadas o con la simple intencion de pasar un rato juntos, buscaba en su bolsillo una aventura que contarme, una nueva historia que vivir... 

© Orgav  (Verónica Orozco García)
Todos los derechos reservados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario