Pintura de Liu Yamin
Del álbum: Cuaderno de retazos
Tenía un nuevo aliciente. Al principio, le había parecido duro posar durante horas en la calle. Aunque el clima era bueno, este trabajo no era para todo el mundo. No era fácil permanecer estática, sin sentir el peso del cuerpo, la tensión de los músculos, obligados a permanecer quietos y, sobre todo, el maldito picor, torturando como una mosca las distintas partes de su cuerpo. Pero ahora la cosa había cambiado. Recordando el tacto de sus manos se le iban las horas. Liviana, como si las alas de ángel que le tocaba llevar esta semana la elevaran del podio terrenal en el que posaba, esperaba a que llegaran las doce del mediodía. Sabía que entonces, como si de un transeúnte más se tratase, él haría su aparición. La miraría un buen rato para, al final, acercarse a ella y arrojar al cuenco unas monedas, sin olvidarse nunca de comprobar la posición de su anillo, que hoy, desde su dedo pulgar, le indicaba que su esposo aún seguía de viaje de negocios.
© Manoli Vicente Fernández
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