lunes, 30 de noviembre de 2020

Márcia Batista: Escribir es hallar un lugar precioso en el que habitar

         

La escritora brasileña Márcia Batista


Recibimos en el blog a Márcia Batista Ramos, escritora brasileña, afincada en Bolivia, licenciada en filosofía, poeta y novelista que practica también el género del ensayo y del cuento.  Dejamos que sea ella, como buena narradora, quien tome la palabra para hablarnos acerca de sí misma y de cómo fueron sus inicios en el campo de la escritura creativa.    

 Márcia Batista: 

           Soñaba con ser escritora a los 17 años y tomé otros caminos en la vida.  A los 45 años, en una breve visita a la ciudad de Pamplona, España, sentada en la plaza de Los Reyes, después de almorzar sola, me pregunté ¿qué quería hacer a los 17? y me contesté ser escritora. ¿Por qué no fuiste? Y, en mi soliloquio, me dije: no se valen las excusas. Entonces la respuesta fue: porque no quise escribir; ahora quiero. Pensé: en una semana regreso a Bolivia y empiezo. Sonreí, miré al cielo. Medité sobre el género humano y su capacidad de retrasar la propia vida, ¿por qué esperar más una semana?

De hecho, una semana después escribí “Mí Ángel y yo”, un cuento largo de final abierto y seguí escribiendo. Hoy tengo 56 años y al reinventarme, durante la pandemia, empecé a mostrar mucho más de mi traba.

En eses breves años, de manera casi compulsiva, escribo todos los subgéneros de la narrativa, incluyendo ensayo crítico biográfico y drama, así como también, poesía. Nunca participé en concursos y mi mayor premio es una llamada telefónica, con alguien al otro lado de la línea llorando emocionado por mis palabras o algún mensaje diciendo que mis letras le impactaron.  

Nací en Brasil en el año que empezó la dictadura militar, estudié Filosofía y cuando terminé la carrera me casé, el mismo día que terminaba la dictadura militar en el país. En seguida vine para Bolivia, el país de mi esposo. El país donde vivo a más de 25 años. 

Escribo en español, porque vivo en Bolivia, sueño, rezo y pienso en portugués. Voy traduciendo, en mi mente mis textos mientras los escribo. Encuentro una palabra y recién viene la inspiración, mientras escribo doy forma al texto, cuando empiezo no sé qué es lo que escribiré, en realidad solo conozco mis textos cuando ya están listos. 

Ya publiqué en un breve ensayo que: escribir para mí, no es un entretenimiento, ni una huida de la vida, sino la propia vida.

 

      Las puertas invisibles del tiempo

(cuento)

Marcia Batista Ramos

 Las jícaras seguían sobre la mesa una hora después del té. El queque de naranja, estaba cubierto y el azucarero tapado. Las gradas invitando a ver lo que pasó en el otro piso. Ni un sonido en el comedor, allí donde los años se hicieron muchos y los niños se hicieron grandes, soplando la vela sobre la torta a cada cumpleaños. Sus alas largas, los llevaron a otros cielos. En los vértices del tiempo la sonrisa de la vida, la alegría por ser y estar. Las horas endulzadas con aroma de chocolate y el eco de la algarabía de repente, no más que de repente transformado en silencio.

Silencio, silencio, silencio… El silencio profundo que experimentas a cada día y subes el volumen de la música para tratar de espantarlo y él no se va, solamente se hace más y más grande… hasta que explota y grita. Entonces apagas la música y sales. Vas por cigarrillos o por un café. Vas en búsqueda del ruido del mundo, para no escuchar tu silencio… Sientas en una mesa y miras, sin ver a los transeúntes. Miras detenidamente, la mujer bella que se acerca y pasa. No la ves. Lees el periódico del día y te olvidas del silencio que te persigue. Simplemente, no dejas que te persiga, lo adoptas como tuyo. ¿Y qué?

Una melancolía escuálida quiere lamer tu mano… mi mano.

Pasamos una puerta invisible del tiempo y nos pusimos a caminar por la playa antes que amanezca, con vestimentas blanca como el rocío, como las verdades en busca del sol… La arena nunca fue tan suave al contacto de nuestros pies, ni tan tibia la aurora. El malecón sin sombra, imponente, soberbio, frenando al mar. Las olas en su ir y venir incesante, siempre trayendo recuerdos.

Largas caminatas silenciosas, aún quedan en el recuerdo de aquella vida de viajes, de museos, de libros… Entonces. Sólo entonces.

Siempre me pregunté, ¿qué siente la lluvia fría cuando cae?

La luminosidad del día, dejaba ver el mosaico de fotografías familiares en la pared más angosta, al lado del portal que divide las salas. Fotos de todos los que un día estuvieron y de todos los que aún están.  El ovillo de la vida, se desenovillando en una pared, para tener certeza de la finitud, de lo efímero, de la vida misma.

La vida siempre venía a la casa, llegaba visita, parientes, vecinos, amigos y la elegancia del arroz con naranja, paseaba supremo, en cristales transparentes, ante pupilas brillantes y sonrisas alegres de paladares satisfechos por comer en la casa.

Paso por una puerta invisible del tiempo y espío la casa, veo las ollas humeantes y la mesa del comedor bien puesta. Nunca resonó la campana del té, existió como un adorno. Escucho las conversaciones, el fuego crepitar en la otra sala. Veo el patio de los enigmas, donde las hormigas alguna vez pasaron en caravana hacia la Meca y donde, antes, escarbé un túnel para llegar a la China. Me verías con botas, eso te gustaría, te gustaría mucho…

Te gustaba leer en voz alta algún fragmento de algún libro recostado en el diván, yo apegada a tu pecho escuchaba: - “Las puertas invisibles del tiempo: Siempre tuve ese temor ancestral, así como tú también lo tienes, de que el sol no vuelva a brillar y de que las cosas cambien y no sean como habíamos imaginado y poco a poco nos quedemos solos.” -Otras veces, yo leía a Marosa di Giorgio o a Fernando Pessoa. Tu escuchabas. Es cierto, te gustaba… Las botas cafés arriba de las rodillas. Cosechar setas silvestres y prepararlas con arroz.

¿Sabes que todos tenemos la costumbre de partir? 

TÚ. Él. TODOS.

Todos…Siempre habrá un día en que volaremos, como las cometas, al cielo añil brillante. Y aquellos que busquen encontrarnos mirando a las alturas, solo verán filigranas en contraste con la inmensidad.

No habrá nubes.

Recordaremos palabras sueltas y voces que se alejan, ritual, hermanos, descanso, paz…

Las puertas invisibles del tiempo, siguen abiertas y las gradas invitan a ver lo que pasó en el otro piso.

Miro las jícaras sobre la mesa una hora después del té. Las migas, del queque de naranja están comportadas sobre los paneros, no bajaron a jugar en la alfombra.

Alguna vez me pregunté ¿sí la noche tiene miedo a la oscuridad?

Te cuento que la otra tarde, cuando no estabas, quemé las cartas y la colección de postales. Las muñecas siguen sentaditas en el desván, con sus caritas sonrientes, como si tuviesen la seguridad de que la vida es bella y que para nosotros no hay sufrimiento.

Las fotos en la plaza Roja en el café...están en un sobre en el segundo cajón del escritorio.

Si te pones a contar los granos, el arroz, parecerá infinito. Es algo así, como el tiempo que se distiende cuando estoy sola. Entonces, pienso que el mar secó. Y otras cosas… Siento frío y una llovizna triste me moja hasta el tuétano. En la pared el cuadro que se llama Soledad, recuerda una isla.

 Sabemos que el tiempo tiene puertas invisibles. Muchas veces viajamos, las ultrapasamos. Lo sabes. Hemos vivido bellas experiencias, del otro lado… Por eso, nuestra memoria está llena de recuerdos de días y noches, que sólo nosotros planificamos y vivimos. Nuestro inventario cotidiano con gotitas como diamantes líquidos, verano eterno, un niño que camina para después volar, la niña solitaria, bailes, veinticuatro horas de cariño y tantas otras cosas que se quedaron en la mente.

La única incoherencia, fue pensar que el tiempo cerró sus puertas invisibles…

Por eso, ahora, estos muebles no saben nada de mí. Las jícaras siguen sobre la mesa una hora después del té y, no quiero subir las gradas para ver qué fue lo que hice una hora atrás con mi cuerpo.

                               

                                                                        Escribir

(observaciones de carácter meramente privado)

 Márcia Batista ramos

 “Todo lo que aquí escribo está forjado en mi silencio y en la penumbra. Veo poco, casi nada oigo. Me sumerjo por fin en mí hasta la matriz del espíritu que me habita. Mi fuente es oscura. Estoy escribiendo porque no sé qué hacer de mí. Es decir: no sé qué hacer con mi espíritu. El cuerpo informa mucho”. 

 Clarice Lispector 

 

Clarice Lispector me dijo un día que: “escribir es una maldición que salva” y no estoy segura que así lo sea. En primer lugar, no sé si existe salvación y cuanto a la maldición, estoy segura que es todo lo contrario.

Escribir no es un extraño acto de sobrevivencia, en este insólito mundo de desigualdades, plagado de miserias y sin sentidos; escribir es llenar de sentido los espacios, igualarse con los demás, disminuir el dolor y alargar el tiempo, especialmente, cuando no se escribe sobre hechos y se escribe sobre sentimientos.

Recurrir a la pluma y escribir para expresar diferentes pensamientos, es ingresar a un territorio donde se puede respirar tras las dificultades de la cotidianeidad, un territorio en el que uno puede reinventarse una y otra vez, en un intento, optimista, de ampararse del riesgo de extinción causado por la televisión y otros entes, que invaden nuestro pensamiento y nos manipulan, para que seamos uno más en el montón.

Percibo, por el acto de escribir que no existe nada más sencillo, después de todo, que encontrar un sin fin de contradicciones en uno mismo. Ya que todo texto compone el subtexto, que es de alguna manera, mismo cuando uno no quiere, el río autobiográfico que el escritor, fatalmente devela.

En mi caso, involuntariamente, mis palabras no están envueltas por el embeleso del optimismo, de todo lo que es bello y positivo en el mundo, en la vida, en fin.

Un poeta me dijo “discúlpame, pero siempre veo lo bueno y lo positivo…” Me sentí desconcertada, equivocada; parecí medio soberbia, egoísta; hasta tonta, por mí relación con el mundo… Pero, el celofán que la vida me otorgó, no alcanza para envolver lo que mi vista abarca y mi entendimiento comprende. Entonces, fatalmente, me queda la insatisfacción, el sabor a poco y esa manía de agonizar frente a todo, incluso a lo bueno que la vida me da.

Sin buscar excusas, apenas en un soliloquio de entendimiento, hago recuerdo al poeta que, a esa agonía, algunos llamaron mentalidad crítica. Contrariamente, yo admiro, la capacidad de ver lo bueno en todo. Únicamente que mí cristalino, medio borroso, no logra ver el color rosado. Para mí todo es más o menos patético y real.

Tal vez, conseguir escuchar los pensamientos, en medio a tanto ruido, y calcarlos en el papel, ya es suficiente para mí; lo demás es retórica exagerada, por tratar de mostrar lo que no se es. Pienso que la grandilocuencia, apenas aleja las ideas del entendimiento… Tienden a confundir y no logran ayudar a uno mismo.

En el mundo occidental, dicen que no hay lugar para una postura de neutralidad, que escribir presupone enmarcarse y posicionarse ante lo social, político, económico y otros, además de la propia literatura.

Gao Xingjian, me dijo que aboga por la neutralidad de la literatura, me gustaron sus palabras y las quise hacer mías, pero me dolió salir a la calle y ver al perro abandonado, al niño abandonado, al mundo miserablemente abandonado y enfermo que existe… Por esas cosas y otras, es que la literatura es comprometida y no logra ser un arte puro.  Y es válida así. 

En verdad me siento comprometida. Todo lo que escribo está ligado, de alguna manera, a la realidad en que vivimos debajo de la línea del Ecuador. Es posible, que este lado mío, se fortifique más algún día. ¿O no? No sé nada.  Puede terminar por aniquilarme.

Mi burbuja mental, no es lo suficientemente grande para asimilar todo eso, tampoco es tan hermética como para evitar permear los dolores del mundo. Tal vez, de ahí, viene esa mirada melancólica, tristecita. Por eso y entonces, de muchas maneras, por mi pluma gotea el dolor sencillamente, el dolor de ser humano y no poder ser neutral. El dolor de saber que no hay escondrijo en donde esperar a que, de alguna manera, la vida pase. Entonces escribo.

Existen obras que hablan con esa voz tan vívida por mucho tiempo y otras, lo hacen eternamente, las últimas son más raras, tal vez por eso logran el grado de imprescindibles.

 Así que, yo admiro a eses autores que lograron escribir lo que sentimos todos y se tornaron imprescindibles, no solo para mí, para toda la humanidad. Y lo mejor, es que ellos escribieron con simplicidad e inteligencia. La claridad fue fundamental para perpetuarse. Expresaron de forma linda, adorable y fácil, sea en verso o en prosa, aquello que necesitábamos leer, porque ya lo sentíamos mucho antes, las cosas que ellos supieron expresar de forma genuina con gran sensibilidad.

Eso me da la certeza de que la literatura es muy reveladora, primero de uno mismo, después del otro. Porque, escribir trasciende y profundiza el pensamiento hacia más allá, ya que torna visible al ojo desnudo una realidad tenue y menos visible.

Cuando escribo, lo hago sin rumbo, medio a la deriva…aun así, llego a un puerto, eso me enternece de las letras, es como si ellas me guiasen; en esos momentos pienso que, de alguna manera, tienen vida propia; sonrío y sigo escribiendo.

Wisława Szymborska me dijo: “No hay nada extraño en la necesidad de anotar pensamientos y las vivencias personales, más bien lo contrario, se trata de una manifestación natural de la propia cultura literaria, cultura que deberían tener no solo los escritores, sino toda la gente culta en general.”

Pienso que Wisława Szymborska, logró tener muy clara la idea sobre escribir; porque al final, escribir es un acto sencillo que ayuda a dilucidar la vida. Aunque es difícil, que la obra del escritor sea coherente con su vida. Eso me inquieta…

A la hora de enfrentarse con las palabras se requiere tenacidad, lectura e inteligencia, porque el escritor debe pensar por cuenta propia. Pienso en un idioma diferente al que escribo. Entonces pienso y traduzco. Busco palabras, entre palabras. Gasto el tiempo…

Me percato que el tiempo urge. No debo perder un minuto del tiempo que forja mi vida. Escribo algo más antes de dormir. Recuerdo, ya con sueño, que Clarice (Lispector), me dijo algo más. Algo importante y tierno, pero el sueño se entrevera entre las conversaciones importantes y el olvido se hace presente.

Clarice me dijo algo así: “Escribir es también bendecir una vida que no fue bendecida. Salva el alma presa, salva a la persona que se siente inútil, salva el día que se vive y que nunca se entiende a menos que se escriba. Escribir es buscar entender, es buscar reproducir lo irreproducible, y sentir hasta las últimas consecuencias el sentimiento que permanecería apenas vago y sofocante.”

Bendigo a Clarice, su mente escritora y las cosas buenas que me dijo.

Es en ese momento que comprendo que escribir no es un entretenimiento, ni una huida de la vida, sino la propia vida. Un lugar precioso donde habitar.



Márcia Batista


Márcia Batista Ramos, nació en Brasil, en el Estado de Rio Grande do Sul en mayo de 1964. Es licenciada en Filosofía por la Universidade Federal de Santa María (UFSM)- RS, Brasil. Radica a más de cuarto siglo en Bolivia, en la ciudad de Oruro. Es gestora cultural, escritora y crítica literaria. Columnista de la Revista Inmediaciones, La Paz, Bolivia y Columnista del Periódico Binacional Exilio, Puebla, México, además. Colaboradora Revista Dominical, Periódico La Patria, Oruro; es colaboradora de varias revistas culturales en diferentes países. 

Algunas publicaciones:

• La Muñeca Dolly (Novela, 2010);

• Consideraciones sobre la vida y los cuernos (Ensayo, 2010);

• Patty Barrón De Flores: La Mujer Chuquisaqueña Progresista Del Siglo XX (Esbozo Biográfico, 2011);

• Tengo Prisa Por Vivir (Novela Juvenil, 2011);

• Escala de Grises – Primer Movimiento (Crónicas, 2015);

• Escritoras Cruceñas (poesía, narrativa y drama) Caballero, Reck & Batista (2019)

• Escritoras Contemporáneas Bolivianas (poesía, narrativa y drama) Caballero, Decker & Batista (2019);

• Rostros del Maltrato en Nuestra Sociedad –Violencia Contra la Mujer. (Ensayo, 2020);

• Caspa de Ángel - antología de cuentos, crónicas y testimonios del narcotráfico. Batista Ramos & Carvalho Oliva. Bolivia (2020);

• Dueto (Drama, 2020);

• Márcia Batista Ramos: El alma adolorida de Cesar Verduguez Gómez, pg.233 en Lo escrito Escrito Está (50 años de Trayectoria Literaria de César Verduguez Gómez, 2016);

• Anexo en Diablo- Diablada De Oruro Al Mundo – Antonio Revollo Fernández (2019);

• “BREVIRUS Antología de minificciones”, Lilian Elphick Latorre. Revista Brevilla,Santiago de Chile (2020);

Entre otras.

• Poema: “Cómplice”, Antología: LA ESPERA INFINITA II. Chaco de la Pitoreta. Ed. AteA, Honduras (2020).

Publicaciones en revistas y Blogs: 

Revista Regatul Cuvantului, Rumania; Faro Cultural Santa Cruz, Santa Cruz, Bolivia; Revista Oxímoron, Sucre, Bolivia; Abrelatas literario, Santa Cruz, Bolivia; Revista Plaza Catorce, Cochabamba; Revista Culturel, El Salvador; Letras Itinerantes, Colombia; Musuq Nuna, Bolivia; Diario CoLATINO, El Salvador: Centro Cultural Francisco Solano, Argentina; Revista Tabaquería, México; Revista poética "Azahar" de España; Revista Paréntesis, México DC; Piedra y Nido, Argentina; La Literatura del Arte, Paris, Francia; Mi habitación, Chiapas, México; Revista Relieves, Argentina; Revista Brevilla, Chile; Movimiento Poético Riba –Turia, España; Leamos cuentos y crónicas BLOSSPOT. COM, Argentina; Plumas Latinoamericanas, Santiago de Chile, Chile; Bajootroscielos, Barcelona, España; El Espectador, Bogotá, Colombia; Revista Km0, Argentina; Alpiedelapalabra, Argentina; Bloghemia, Argentina; Punto de encuentro, El Salvador; Revista Archivo Del Sur, Argentina; Revistakametsa, Perú; SENDERO BLOG, México; El Dorado, Revista mixturas, Brasil; Nube Cónica, Chile.

miércoles, 25 de noviembre de 2020

Elena Sagaseta Tarrio, escritora y representante de la Asociación Clara de Campoamor: caminando hacia la igualdad nos enriquecemos todos.

 

Elena Sagaseta Tarrio


En esta semana de la No violencia contra la mujer, entrevistamos a la escritora, activista feminista y representante de la Asociación Clara de Campoamor, Elena Sagaseta Tarrio. Curiosamente, llegué antes a la Elena escritora que a su faceta pública social ya que la conocí virtualmente al participar de forma conjunta en el proyecto solidario Femenino Plural, libro de relatos coordinado por el escritor Lute Pérez en beneficio de la Asociación Clara de campoamor, de la que Elena es representante en medios,  y en el que también ella, junto a muchas compañeras, participó con un relato. Elena, a pesar de sus múltiples compromisos,  ha accedido generosamente a responder a mis preguntas para enriquecernos con su aportación.


1.NOSOTRAS ESCRIBIMOS: ELENA, ¿CÓMO CREES QUE LA LITERATURA PUEDE AYUDAR EN ESTE CAMINO HACIA LA IGUALDAD REAL?

ELENA SAGASETA: La literatura es una parte esencial en el constructor social y cultural que ayuda a marcar y a definir las relaciones entre hombres y mujeres y, como tal, tiene la posibilidad de poder incidir y cambiar la desigualdad existente en nuestro sistema que conlleva a unas relaciones injustas, en pro de avanzar hacia unas relaciones basadas en el respeto y la igualdad de derechos y oportunidades. No podemos olvidar que, históricamente, la literatura escrita ha invisibilizado muchas veces a la mujer escritora, que tenía que asumir seudónimos para firmar sus obras,  recurrir al anonimato, publicar con el nombre de su marido o bien le era negada directamente la publicación por el hecho de ser mujer y, es a través de este contexto histórico que está emergiendo todo lo sucedido y al visibilizar a estas mujeres se descubre, a su vez, todo ese potencial suprimido o al que no se le dio valor en su momento y ha hecho que se perdiera una gran parte dejándonos incompletos como sociedad

2. N.E.: ¿Crees que este esfuerzo por devolver a la mujer la visibilidad que se le negó durante siglos está dando resultados?

   E.S.: El solo hecho de que estemos hablando sobre este tema ya es un paso hacia adelante. Todo lo que sea participar, aportar, visibilizar, la figura de la mujer,  nos enriquece en nuestras relaciones porque nos hace cuestionarnos a nivel social, adquirir conciencia de este tema.

3. N.E.: Tu balance de estos últimos años es, pues, un balance positivo.

    E.S.: Sí, pero no podemos perder el norte. Es cierto que hay avances, pero no es menos cierto que  queda un largo trecho por recorrer en el camino hacia la igualdad.

4. N.E.: Qué piensas acerca del enfoque que se está dando al tema  en el sector de la educación y concienciación a los jóvenes. ¿Alguna vez has pensado que determinados enfoques pueden llevar a una guerra de sexos o a posiciones extremas?

    E.S.: En el momento en el que se plantean estas cuestiones ante un sistema mayoritariamente patriarcal es esperable que el solo planteamiento se vea como una amenaza hacia este sistema, porque precisamente lo que queremos es cambiarlo, pero esto solo sucede cuando damos un mensaje parcial y nos quedamos únicamente con una parte superficial. Claro que es una amenaza a un sistema que no es justo, pero lo que debemos hacer es alzar la voz para cambiar esta realidad que hace que se ataque a una parte de la sociedad solo en razón de su sexo, por el mero hecho de ser mujer, y justamente frente a esa actitud los hombres tienen mucho que decir. Por esto no queremos que el mensaje se vea como una carga contra los hombres sino fomentar el uso de nuevas masculinidades, alejadas del tópico del hombre fuerte que ostenta el poder y la responsabilidad de los cargos relevantes y  la mujer como subordinada a este.

5. N.E.: Háblanos un poco más del concepto nuevas masculinades.

   E.S.: Cuando hablamos de asumir nuevas masculinidades estamos hablando de aprender nuevos comportamientos porque solo viendo donde tropezamos podemos cambiar. Se trata de revisar roles tradicionalmente adjudicados al hombre como el rol de ser y parecer en todo momento fuerte, un rol que puede llevarle a suprimir sus emociones y a no manifestar sentimientos que, sin embargo, le enriquecen como persona por temor a que estas expresiones se vean como un síntoma de debilidad. Son este tipo de roles los que tenemos que evitar transmitir. Pero sobre todo lo que tenemos que potenciar es el acercamiento entre ambos sexos y la colaboración, ya que la sociedad está compuesta por mujeres y por hombres y solamente podemos evitar la injusticia y la desigualdad caminando juntos.

N.E.: ¿Cuándo crees que estaremos cerca de conseguirlo?

  E.S.: El día en el que ninguna mujer sea violentada de forma física, sexual, económica, social  y psicológica por el mero hecho de ser mujer, porque no estamos hablando de otro tipo de violencia que puede darse en ambos sexos, sino de la violencia o discriminación dirigida hacia la mujer como colectivo,  discriminación que ha sido muchas veces respaldada o ignorada por las instituciones en diversos ámbitos económicos o culturales. Se trata de avanzar hacia una realidad igualitaria en la que ambos sexos puedan disfrutar de los mismos derechos y oportunidades para poder enriquecernos mutuamente.

¡Muchas gracias por tu tiempo, Elena, ojalá que esta realidad sea un hecho y los pasos que hoy damos nos ayuden a construirla! 

  

Libro solidario en favor de la Asociación Clara de Campoamor


A continuación compartimos el manifiesto que, con motivo del día 25 de noviembre, la asociación Clara de Campoamor publica en su página web.


MANIFIESTO 25 DE NOVIEMBRE, DÍA INTERNACIONAL DE LA ELIMINACIÓN DE LA VIOLENCIA CONTRA LA MUJER

Desde la Asociación Clara Campoamor, nos sumamos a la visibilización de este día como método de denuncia y crítica de la violencia estructural que sostiene el sistema patriarcal en el que vivimos y en el que sufrimos violencia, de forma reiterada, las mujeres y las niñas de todo el mundo.

La violencia contra las mujeres y las niñas es, ante todo, una violación de los Derechos Humanos y así lo reconoció Naciones Unidas, en 1993 y el Consejo de Europa en el Convenio de Estambul. Como cada año, en el 25 N, nos vemos en la obligación de reiterar las mismas reivindicaciones que años anteriores ante la persistencia de esta grave lacra social que es la violencia de género. En este preciso momento, nos encontramos siguiendo los avances  y retrocesos en los derechos de mujeres, niños y niñas, ya que existe una larga lista de atentados contra nuestras vidas y donde parece que hay  mucho interés en matar la verdad. Porque la violencia de género no sólo mata mujeres, mata la verdad. Parece que hay una nueva estrategia del sistema patriarcal que es intentar silenciar en el ámbito público la violencia contra las mujeres por medio de negar su existencia.

Estamos en un importante momento histórico-social-cultural-político, donde se implementa la confusión, el tergiversar la información, el interés por la división, a fin de mantenernos en la misma precariedad y en idéntica posición de dolorosa e injusta desventaja.

Nuestro compromiso va a seguir siendo con y por las mujeres, niñas  y niños que sufren violencia. Seguiremos luchando y acompañando a las víctimas. Éste nuestro compromiso.

Pedimos a la sociedad que no permita ni un paso atrás en el camino hacia una sociedad libre de violencia contra las mujeres. Pedimos una sociedad más justa e igualitaria. No queremos, ni podemos permitir seguir dejando en el camino mujeres, niños y niñas porque mantengamos una sociedad enferma donde continúa dándose la violencia de género.

          No hay ni un solo país en el mundo donde las mujeres no sufran la violencia. No hay ni un solo campo donde las mujeres no estén expuestas a los actos o medidas de violencia. La violencia hacia las mujeres no conoce fronteras geográficas, ni límites de edad, ni distinción de clase, de raza o de diferencia cultural. La violencia hacia las mujeres tiende a ser norma y no excepción. Protegida por el reino del silencio, la violencia es frecuente, incluso en los países que tienen, aparentemente, un desarrollo elevado de igualdad entre hombres y mujeres. 

Desde la Asociación Clara Campoamor, continuamos topándonos con una sociedad enferma. Una sociedad que padece una grave enfermedad social denominada misoginia cuyos síntomas se constatan en la desigualdad existente entre mujeres y hombres. 

Resulta difícil estimar la verdadera incidencia de la violencia de género y/o de la violencia sexual. La mayoría de las situaciones no llegan al conocimiento de las autoridades policiales y judiciales. Existen múltiples factores que pueden explicar esta circunstancia: el miedo, la vergüenza, la esperanza de cambio, la dependencia económica, la dependencia emocional, el desconocimiento de sus derechos y de los recursos existentes, etc. Todavía el maltrato psicológico y social apenas se denuncia y la mayoría de las denuncias se interponen tras años de padecerlos. 

La Agencia de los Derechos Fundamentales de la UE, presenta el mayor informe realizado hasta ahora. Destaca que 62 millones de europeas han sido víctimas de violencia de género (1 de cada 3 mujeres); otras 62 millones la han padecido durante la infancia; 100 millones han sido acosadas sexualmente; 80 han sufrido violencia psicológica y 10 millones han sido privadas de su libertad, incluso dentro de sus propias casas. Si miramos a nivel mundial la realidad nos obliga a “dejar de mirar a otro lado” ya que las cifras de mujeres y niñas, datos disponibles por la ONU a 2014 donde se incluyen otras formas de violencia hacia la mujer (por ejemplo la mutilación genital femenina, la violación como arma/táctica de guerra…), son:

- El 38% de los asesinatos de mujeres en el mundo son cometidos por su pareja, siendo el ámbito familiar y de pareja donde se produce el mayor número de casos de violencia contra la mujer, ya sea física, psicológico, sexual, económica y/o social.

- Unos 120 millones de niñas de todo el mundo, más de 1 de cada 10, han sufrido en algún momento una agresión o abuso sexual.

- La trata de personas se convierte en una trampa para mujeres y niñas que son en un 98% objeto de explotación sexual (se calcula más de 4´5 millones de mujeres y niñas en el mundo).

- Más de 133 millones de niñas y mujeres han sufrido algún tipo de mutilación genital.

A nivel estatal, desde el Consejo General del Poder Judicial, trimestralmente emite informes sobre la violencia de género, analizando diferentes aspectos. Las víctimas mortales a causa de la violencia de género en lo que va de año hasta el momento ascienden a 41 constatados. 

Con este panorama y si bien, en los últimos años se han dado importantes pasos en pro de la igualdad entre mujeres y hombres, como son los avances legislativos (Ley de Protección, Ley de Igualdad de Mujeres y Hombres o la Ley Integral) o la implantación de recursos específicos de atención y sensibilización, todavía estamos necesitados y necesitadas de continuar esforzándonos para conseguir la igualdad real. Ahora mismo podríamos decir que tenemos una sociedad con una falsa sensación de igualdad, tenemos la sensación de que lo tratan hacer es: "cambiar para que todo siga igual”.

En este sentido es necesario analizar el panorama actual a fin de poder elaborar y construir nuevas herramientas que permitan apoyar el cambio real en nuestra sociedad.

A continuación, hacemos referencia a diversa información que respalda la afirmación “cambiar para que todo siga igual”:

                        El órgano de gobierno de los/as jueces/zas considera "muy preocupante" el incremento de denuncias de malos tratos en el que el agresor es menor de edad.

                    Desde el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, en varias encuestas realizadas en los últimos años, ha sacado porcentajes espeluznantes: un 27% de los jóvenes españoles cree que la violencia de género es una conducta normal en el seno de la pareja; más del 80% de los adolescentes afirma conocer algún acto de malos tratos en parejas de su edad; la mitad de los hombres y mujeres afirma que la violencia machista ha aumentado en España en los últimos años.

             En el estudio "La juventud universitaria ante la igualdad y la violencia de género", dirigido por María José Díaz Aguado- Jalón catedrática de Psicología de la Educación de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), refleja cómo el 14´3 % de las estudiantes universitarias sufre o ha sido víctima de violencia de género en su relación de pareja y el 10,6% de los estudiantes reconoce haber ejercido o intentado ejercer algún tipo de maltrato sobre ellas, llegando incluso hasta golpearlas en un 4,3 % de los casos. Entre otras conclusiones se resaltan que el 10% de las estudiantes perdonaría a su pareja si sufriese violencia o que el 11´7% asegura haber sido obligada a participar en conductas de tipo sexual contra su voluntad. Además, se desprende que el 20% se muestra de acuerdo con ideas como que el hombre más agresivo es más atractivo.

Esta es nuestra realidad en un mundo donde la falsa sensación de igualdad es una nueva estrategia del machismo para continuar manteniendo este sistema desigual.

Además de la violencia de género, en el ámbito de las relaciones de pareja siendo la que más repercusión social está teniendo, se dan otro tipo de situaciones de violencia contra la mujer como es el acoso sexual y sexista en el trabajo.

El acoso sexual y sexista en el trabajo es el resultado del problema estructural y sistemático, que hunde sus raíces en las desigualdades de mujeres y hombres.

En nuestra labor diaria de atención y acompañamiento a víctimas de violencia de género vemos que en la práctica totalidad de las situaciones en las que hay niños, niñas y jóvenes, el maltratador, además de violentarles a ellos, les convierte en instrumentos y armas perfectas para seguir maltratando a la mujer víctima tras la ruptura de la relación. 

Los y las profesionales que trabajamos con víctimas de violencia de género y una parte importante de nuestra sociedad no tenemos la menor duda de que un hombre maltratador no puede ser un buen padre.  Sin embargo, vemos que el sistema, aunque se le dote de medios para proteger a los y las niñas víctimas de violencia, no aplica las medidas previstas con suficiente contundencia para su protección. Esto facilita que se mantenga vigente un sistema patriarcal que obvia la lucha para avanzar hacia una parentalidad positiva, basada en un vínculo afectivo que implica cuidado, protección, seguridad y educación. La violencia hace saltar por los aires todo esto.

Quienes defienden el actual sistema se refieren constantemente al “interés superior del menor”, haciendo una interpretación perversa del mismo,  para seguir obligando a estas víctimas a mantener una relación con la persona que origina su desprotección y cuya relación afecta a su desarrollo biológico, psicológico y social. A pesar de tener clara esta situación, existe una fuerte  resistencia a adoptar los cambios necesarios para terminar con el dolor y daño que estamos causando a niños, niñas y jóvenes víctimas de violencia de género.

Mantenernos, para que todo siga igual, en su sí pero no, un vamos poco a poco, un hay que seguir dando una oportunidad, y un largo etc, que supone la legitimización para que los hombres maltratadores puedan seguir violentando a niños, niñas y mujeres.

Desde la Asociación Clara Campoamor, con motivo del 25 N, haremos la presentación de la guía de la creación de la guía para jóvenes de entre 12 y 18 años, “Sé lo que publicaste en el último minuto”, editada y subvencionada por la Diputación Foral de Álava. La guía constituyó una herramienta para trabajar la violencia de género en las TIC (tecnologías de la informática y comunicación) como nuevo medio para relacionarse entre la población más joven. La necesidad de esta guía nació porque las y los jóvenes, como grupo social mantienen un vínculo más directo y permanente con este nuevo modelo social inmerso en esta sociedad de la información y del conocimiento. Las TIC han generado la transformación en las formas de ejercer violencia y sobre todo de la violencia de género. Nuevas expresiones, nuevas formas de violentar y sobre todo nuevas formas de mantener un sistema de relaciones de género desiguales. Colgaremos la guía en la web de la ASOCIACIÓN CLARA CAMPOAMOR  a fin de que se pueda descargar gratuitamente.

Elena Sagaseta Tarrio 

Responsable de redes y comunicación de la asociación Clara de Campoamor  


QUE ES LA ASOCIACION CLARA CAMPOAMOR

La Asociación Clara Campoamor fue fundada en 1985 por un grupo de mujeres del movimiento feminista, por la necesidad imperante de defender los DERECHOS DE LA MUJER, INFANCIA Y JUVENTUD. La Asociación Clara Campoamor es una entidad de ámbito estatal. Su sede principal está en Bilbao y cuenta con delegaciones permanentes en los siguientes lugares: Álava, Castilla y León,  Gipuzkoa,  Valencia,  Madrid, Barcelona,  La Rioja, Andalucía y Galicia. Además ampliamos nuestra labor en Cantabria, Aragón, Extremadura y Castilla La Mancha. Realizamos trabajos de asistencia y asesoría a nivel institucional (a nivel nacional, autonómico y local) y acciones de incidencia política y social. Trabajamos por la protección de los derechos de la mujer en el mundo laboral, profesional, familiar, cultural y sanitario, en la defensa y protección de los derechos de la infancia y juventud, así como por las personas víctimas de la violencia de género.

        

martes, 17 de noviembre de 2020

Paloma Hidalgo: la escritura es la pértiga que permite al funambulista recorrer el cable entero sin caerse

Paloma Hidalgo

Recibimos en el blog a una de las grandes de los microrrelatos, y es que hablar de Paloma Hidalgo es mirar alto, pero Paloma, generosa en el trato, es cercana como el ave que lleva en su nombre. Le hemos pedido que nos cuente algo sobre ella y sobre su proceso creativo y esto es lo que nos ha contado, dándole alas a las palabras como buena cuentista:

Soy   un equilibrio, inestable a veces, de sentimientos. Soy de ciencias porque estudié Químicas  y de letras, porque no puedo vivir sin leerlas, y desde hace algunos años, sin escribirlas. Nací en Madrid, pero me encanta pensar que soy ciudadana del mundo. En la actualidad vivo en Alcalá de Henares. Dicen que los piscis somos imaginativos, sensibles y siempre preocupados por los demás. Además soy optimista, quizá porque la vida me ha regalado muchos sorbetes de fresa, quizá porque he aprendido a tragarme los caramelos amargos que me ofrece sin respirar. Disfruto con cosas sencillas, prefiero soñar despierta que hacerlo dormida, y soy de otoños y primaveras, de historias pequeñas, de sonrisa fácil y por haber nacido en febrero, más emotiva que racional.  Prefiero volar a ras de suelo -sí, las palomas volamos- y a ras de mar, aunque reconozco que las nubes también me tientan. Participo en concursos literarios, que de vez en cuando gano, en algunas publicaciones tanto en papel como digitales, y estoy en más de cincuenta recopilaciones antológicas de cuento, microrrelato y poesía.

Escribir, para mí, es una forma de encontrarme conmigo misma, con ese yo curioso y siempre predispuesto a mecerse en brazos de la imaginación, que la mayor parte del tiempo ocupa el espacio que mis otros yoes, los que rigen la cotidianidad, le dejan. Descubrí, viviendo ya en París (pasé casi una década en la ciudad de la luz) que ese yo es un pilar básico para el equilibrio del que ya os he hablado. Así intenté cada día dedicarle un tiempo a ese reencuentro. Puede decirse que me sumergí de golpe en este mundo fascinante. Al principio me costaba poner en el papel lo que sentía, una especie de pudor, que se disipaba en cuanto esas ideas y reflexiones iban tomando forma. Escribir era abrir una ventana y sentir una caricia de viento fresco a veces, un golpe de calor otras, y siempre una especie de “chute” de energía. Y el paso siguiente fue poner en boca de mis personajes, casi nunca autobiográficos, sus propias reflexiones, darles una identidad, una corporeidad literaria. Ahora los desencadenantes son otros. Una situación, un olor, un gesto, una palabra, una voz, un sabor, un número… que me llama la atención se convierte en el germen de una historia que va creciendo dentro de mi cabeza, a veces durante minutos, otras durante días, antes de ver la luz. Pero el resultado final del proceso sigue siendo parecido: la escritura para mí es la pértiga que permite al funambulista recorrer el cable entero sin caerse.


Algunos galardones:

  • Primer premio en el certamen de relatos “Los hermanos” de Aldeas Infantiles
  • Primer premio en el V certamen de microrrelatos mineros Manuel Nevado Madrid
  • Primer premio en el I certamen de microrrelatos IASA Ascensores
  • Finalista del certamen de Café Compás.
  • Finalista anual en el certamen Relatos en  Cadena 2019
  • Ganadora del IV certamen de poesía de Alcer Almería
  •  Ganadora del II premio de relato FARE

Todos los microrrelatos que presento a continuación han sido publicados en el concurso de microrrelatos Esta noche te cuento, ENTC.

 

 

Family business

Tipos tan sui generis, melena cana,  chaleco con margaritas y un ojo de cada color,  no entran mucho en nuestro bar. Pidió una cerveza que bebió despacio recorriendo el local.   Al servirle la segunda  reparé en el árbol tatuado en su antebrazo, y en los planetas que colgaban de sus ramas.

—Locuras de enamorado —dijo. Luego se interesó por  una tal Manuela.  Sonreí al responder que  yo no podía ayudarle.  Tampoco quería. Hacía años que mi madre había eliminado un tatuaje idéntico de su tobillo, y a mi padre nunca le preocupó la  heterocromía de mi hermano. Dejó una buena propina.

 

 

Cuerpos esféricos

Escondido en el armario, el primer frasco que encuentra el policía está lleno de canicas. La mayoría son de esas que llamaban de trébol. No sabe que fueron las favoritas de su colección para salir a la calle a buscar con quien jugar cuando su padre llegaba borracho. Tampoco que las de vidrio blanco, las chinas, las usaba para ganarle “al miope” algún bolón con que el paliar los efectos de los castigos por suspender matemáticas, ni que las agüitas y los ojos de gato proceden de un hurto en casa de sus primos. Quizá,  en la investigación abierta sobre los tres cadáveres mutilados que le ha llevado hasta allí, le habría servido conocer que las del petróleo, unas rarísimas que le trajo su madre tras salir del hospital de la capital, eran perfectas para sobornar y librarse de ser el monaguillo de Don Paco y de sus manos exploradoras. Y que de todas se aprovechaba para verles las braguitas a esas mujeres que hoy salen en todos los periódicos, entonces niñas, que comían pipas sentadas en los bancos del parque viéndole perder. En el segundo, lo que flota en el formol, le pone la piel de gallina.

 

Coñac

Me encanta, pero no quiero ponerme un jersey de ese color.

Recuerdo a mi padre en el zaguán de casa despidiéndose de nosotras, con el traje de pana de los domingos, retorciendo la boina entre sus manos. También el gesto severo de mi madre cuando cerró la puerta tras él. Y que a partir de ese día fui perdiendo mi infancia entre las ubres de las vacas que empecé a ordeñar, muy temprano cada mañana, y las boñigas en las que a veces se me hundían los pies. Una tarde de invierno, sentadas al amor del brasero tras la labor, mi hermana mayor osó preguntarle lo hasta entonces tabú. Ella dudó. Después se santiguó, y empezó a contarnos que con cada nueva preñez, padre solía acercarse a la ermita a encender una vela para que llegara un varón, y que como solo le cuajaron niñas, cinco niñas, él se fue distanciando del Altísimo, y que así al diablo le resultó fácil convencerle para que probara el coñac peleón de la taberna de Braulio, ese licor que al cabo de un tiempo pasó a ser su única familia.

Por favor, intenta cambiarlo por uno gris. Uno negro también me valdría.

 

Cal viva

El seiscientos y la jaula del canario sobre mis piernas morenas de río y siega. Los pulpos en la baca, abrazando las maletas con tanta fuerza como los parientes a nosotros. Esquejes de alhelí y de geranio envueltos en papel de estraza, que decía mi madre que seguro que agarraban porque en Suiza estaba todo verde. Troncos encalados mostrándonos el camino. Chorizo, pan y queso para cuando estuviéramos lejos. Una botella de gaseosa llena de agua, que mi hermana pequeña pronto aliñó con babas. Mil setecientos kilómetros, casi, para olvidarme del pueblo, de mis amigos, y maldita mi suerte, de Elvirita; mientras el bisturí de asfalto iba diseccionando el paisaje para que mis ojos de doce años investigasen la anatomía de ese país que abandonaba sin conocer con la nariz pegada a la ventanilla. Y llegar al límite de la provincia, y la voz de mi padre clavándose en el silencio:

-Familia, ¿Y si nos damos la vuelta?

Y volver. Mamá cantando, papá desafinando, la niña aplaudiendo. Y otra vez los troncos encalados. Los que me anclaron a maldecir toda mi vida a ese Dios que no quiso que me convirtiera en emigrante, pero sí en huérfano.

 

Ciclo vital de una sonrisa

Nace, tímida, entre los chorretes que el helado de chocolate ha dejado alrededor de su boca, cuando Elena acepta el reto, y comienza a bajar con la bici por la rampa del garaje. Crece deprisa, apuntalada en el recuerdo de lo que le dijo su madre cuando él se cayó de la suya el domingo, no te preocupes Quique, tus paletos de leche no son como los de tu hermana, pronto te saldrán los definitivos.

Alcanza su esplendor, luciendo su imponente mella, al comprobar que la niña, además de los dientes, pierde la piel de las rodillas, la de los codos, las gafas, y un montón de lágrimas.

Cuando el padre descubre el contenido, íntegro, de la caja de tornillos que creía perdida, diseminado a lo largo de la pendiente que conduce al garaje, la sonrisa se extingue de la cara del pequeño, que encamina sus pasos al refugio habilitado para estos casos bajo las faldas de la mesa camilla del cuarto de costura.

 

Condecoraciones

La Cruz del mérito te la impongo por la habilidad demostrada en innumerables ocasiones para encontrar la manera de traer dinero a casa.

Ésta, al Valor, te la concedo por la enorme cantidad de años que llevas a mi lado queriéndome, y demostrándomelo.

La de los Servicios Distinguidos la lucirás en el pecho por las misiones cumplidas con éxito en el ejercicio de la crianza de nuestros hijos.

Una Estrella de plata, porque de oro no he encontrado, y  una Cruz Victoria, que creo que se la otorgan a los que luchan contra el enemigo poniendo su vida en riesgo, de parte de tus suegros.

Pero te pongas como te pongas, lo que no estoy dispuesta a aceptar es que tú me cuelgues otro Corazón Púrpura.  Vas a tener que prometerme que vas a cuidarte, que se acabaron la vida sedentaria y ese medio paquete de cigarrillos que te fumas a escondidas; porque cuando te repongas de este infarto, soldado, te quiero conmigo en la trinchera.

 

La Geisha

La primera lágrima, negra y amarga, cae en la taza de té que prepara para su cliente; las siguientes, tras recorrer la fina máscara de porcelana de la geisha,  vuelan libres durante unos instantes antes de estrellarse en el suelo de bambú. Minúsculas gotas de azabache, brillantes como los koi que nadan entre las flores de loto del estanque,  que acaban varadas a los pies del hombre que la ha escogido, para formar un pequeño mar de cristal en el que naufrague el deseo.

Se pregunta entonces a cuántos hombres más conseguirán derrotar esas lágrimas sinceras, que manan del alma de varón que vive presa en su cuerpo.


lunes, 16 de noviembre de 2020

El Camino de Greta, de Rosa Boliart: Una novela con mensaje




Hoy quiero hablaros de una pequeña novela, El camino de Greta, de Rosa María Blanch Boliart, una novela corta que se lee en poco más de una tarde, pero que encierra, dentro de su aparente sencillez narrativa, una reflexión acerca de los distintos roles femeninos representados en sus protagonistas principales.  Tres amigas, situadas en esa franja de edad que sobrepasa los años jóvenes pero dista de la vejez,  deciden darse cita para tomarse un respiro en sus rutinas y emprender juntas el Camino de Santiago. 

Una vez en ruta, a medida que se alejan de sus respectivas vidas y obligaciones, cada una de las tres mujeres comenzará su propio viaje personal, sumergiéndose en su propia odisea y haciendo balance del peso que sus decisiones personales han tenido en sus trayectorias vitales. Tres proyectos de vida diferentes y tres puntos de vista dispares que las llevarán a enfrentamientos toda vez que la verdadera personalidad de cada una de ellas, ya libre de toda influencia salvo la mutua, comience a salir a flote. Al tiempo que van superando las distintas etapas del viaje y trabando relación con otros viajeros que, a su vez, intentan encontrar el norte de sus vidas, van abriendo distancias casi insalvables entre ellas, revelando la verdadera naturaleza iniciática y transformadora de El Camino, que las invita a profundizar en sus deseos más ocultos y a tomar decisiones vitales. Serán precisamente estas decisiones, no siempre exentas de juicio por sus respectivas compañeras, las que pongan en relieve sus puntos débiles, quizás porque el movimiento de una al elegir salir de su zona de confort, propiciará que las demás evalúen el riesgo del cambio o intenten reforzar  sus posiciones. Posiciones que defenderán con uñas y dientes, aunque sea al margen de sus propias dudas internas.
  
  Las tres mujeres con sus movimientos, lo mismo que las piezas de un tablero de ajedrez al moverse, harán cambiar el rumbo de sus vidas y, en el caso de una de ellas, este cambio hará incluso que vislumbre una nueva meta. Porque Greta, la protagonista principal, opta por elegir un camino propio que la distingue y separa de las demás, haciendo tambalear con su decisión no solo los cimientos de su existencia sino de la amistad que las une.

Muy alejada del misticismo y sin caer en tópicos, la acción de la novela discurre de forma natural y los distintos actos se van desarrollando ante nuestros ojos sin que apenas tengamos tiempo de interpretarlos hasta que el puzle se completa. 

Y es que lo importante en esta novela no es únicamente lo que leemos sino precisamente lo que subyace detrás,  en una especie de sub-trama paralela que nos hace ver el pasado a través de la narración del presente. Es el camino a la inversa: el que realiza la mente y el corazón al hacer balance de lo ya andado, el que hace que las protagonistas se pierdan  al mirar atrás y se reencuentren en una especie de línea atemporal, en la que El Camino es el lugar donde los hechos suceden simultáneamente, porque solo tomando cierta perspectiva podemos ver hacia donde nos dirigimos.

Rosa Boliart

Rosa María Blanch Boliart (Tremp, Lleida, 1964) ávida lectora desde temprana edad, ganó su primer premio literario de relatos a los dieciséis años, en un concurso del instituto en el que estudiaba. Aunque más tarde cursaría estudios de Administración y Finanzas, así como formación en otras disciplinas,  nunca abandonó su afición a las letras y a sus diarios personales. En 2019, animada por una amiga, decide llevar al papel una historia real, ficcionándola en la que acabaría siendo su primera novela El Camino de Greta. Ha participado en antologías de libros solidarios como: Femenino Plural (relatos de mujeres y sobre mujeres) en beneficio de la asociación Clara de Campoamor y  en  Un Salto en el Recuerdo y Los Hilos de la Vida (libros en beneficio del colectivo alzheimer).

Actualmente trabaja en su nueva novela, ambientada en los escenarios de su infancia y en la que narra hechos reales que sucedieron en la época de la guerra y postguerra civil española. 







miércoles, 11 de noviembre de 2020

Gelines del Blanco: Para mí la escritura es una forma de soltar nudos

Gelines del Blanco Tejerina



La autora que recibimos esta semana en el blog nos llega de la mano de la anterior invitada, y es que Angeles del Blanco Tejerina, Gelines, es la hermana gemela de Laly, que nos dejó el entrañable relato "Mandiles Blancos" y nos habló de su inicio en las letras con ese arte especial que tienen las buenas contadoras de historias. Su hermana Gelines posee el mismo talento, huye de las redes sociales y no tiene perfil de autora pero si un inconfundible sello a la hora de narrar que se advierte cuando nos habla  sobre ella y su vocación de cuentista: 


Nací hace algunas nevadas en un diminuto pueblo llamado Las Muñecas incrustado en la montaña leonesa, donde ya sólo está habitado el cementerio. Crucé los veranos infantiles rodeada de hermanos, disfrutando de callejas, juegos, cerezas y truchas. En mi pueblo no había escuela por lo que el mismo taxi que traía el otoño, volvía a la ciudad cargado de niños rumbo al colegio. Con mi hermana gemela de una mano y la maletita de cartón en la otra, viajaba al internado donde compartí catarros,  horas de silencio y biblioteca, aprendí calma y conviví con niños que aún siguen siendo amigos. Acortaba la distancia hasta mis padres con interminables cartas escritas en papel cuadriculado a menudo garabateado de lágrimas. Aquellas cartas, que nunca alzaron el vuelo por falta de sobre y sello, fueron el germen de una afición domesticada,  hasta 2015 cuando un taller literario rompió el dique y ya no han dejado de manar palabras.  

Para mí la escritura es una forma de soltar nudos, algunos son lazos infantiles que se fueron apretando, cartas que no llegaron al destino, anécdotas, miedos, alegrías… palabras estancadas que encontraron salida cuando el taller de escritura abrió el dique. Los relatos actuales tampoco tienen sobre ni sello ni remitente, son historias al aire dirigidas a quien las lea al vuelo. Algunos atraparán las palabras, a otros simplemente les rozarán sin dejar huella. Lo bonito es que vuelen.

A pesar de haber estudiado Magisterio toda mi vida laboral transcurrió tras un ordenador de Telefónica. La prejubilación me ha permitido disponer de tiempo para tejer historias. Participo en concursos literarios porque me provoca el reto y el hecho de obedecer unos parámetros: extensión, temática, fecha de presentación… me obliga a organizarme. En estos cinco años me han concedido bastantes premios y me han publicado en numerosas antologías lo que me estimula a seguir cosiendo letras. Cito alguno:  

 

Primer premio: ‘Monasterio San Miguel de Escalada 2020” 

Primer premio: "Relatos de mujeres" 2019 ayuntamiento de Castelló de la plana.

 Primer premio: VII concurso de relatos breves "Una historia en el camino" 

Primer Premio: XLVIII Concurso internacional de cuentos “Guardo” 2019. 

Primer premio XXIV Concurso de relatos cortos “Juan Martín Sauras” 2019.

Primer premio I Certamen Internacional de cuentos Juan Bosch 2019.

Primer premio VIII Certamen de relatos Pablo de Olavide (Sevilla) 2019

Primer premio xv Certamen de relatos breves sobre "Igualdad de Género"  2019 (Aranda del Duero)

 Primer premio Concurso Literario "nuestras tradiciones. Ciudad de Astorga" 2018 (León)

Primer premio I Concurso de microrrelatos Hotel Convento San Roque 2018 (Vizcaya).

Primer premio Certamen de Relatos sobre la Minería del Carbón del CIM de Barruelo (2018). 

 Primer premio Concurso de relatos cortos “Agrícolas 50 años” (2018) de la Universidad de León. 

 Primer premio en el I Certamen literario  Historias de pueblos y sus gentes (Gordaliza del Pino).  

Segundo premio XXI certamen literario sobre igualdad de oportunidades ayuntamiento de San Fernando (Cádiz) 2018

Segundo premio XI certamen de cuentos y relatos breves junto al Fogaril (Huesca) 2018

Segundo premio Concurso Cartas de Amor 2018 Asociación “El Timón” de Puertollano.

Segundo premio  III Concurso Literario de microrrelatos Comarca Cuencas Mineras Teruel (2018). 

Primer premio  XXI Certamen Literario de Declaraciones de Amor de Paradas (Sevilla) 2017

 Tercer premio  Certamen de Relatos sobre la Minería del Carbón del CIM  de Barruelo  2017 (Palencia)  

 

VIVIENDO A RAS DE SUELO

Adela es gris y tranquila como la superficie de un lago, y como al agua, es difícil calcular su edad y profundidad. La gente se mueve a su alrededor mientras ella permanece inalterable, su presencia pasa desapercibida de tan escueta y cotidiana, pero todos se adentran en sus aguas cuando la necesitan, y hoy es uno de esos días que todos recurren a la portera para satisfacer su curiosidad. Pero Adela sobre todo, sabe callar.

Pocos vecinos saben su nombre, ni desde cuándo anida en esa jaula acristalada. Su llegada fue circunstancial, como esas hojas que arrastra el viento por la acera y de repente aparecen en otro lugar. Limpia el edificio de la calle La Luz Nº 6 desde hace muchos años, pero casi nadie repara en quien friega los suelos, abrillanta buzones y barandillas, barre sus colillas y borra los labios de carmín del espejo del ascensor. De la portería se ocupaba Esteban, su esposo, pero el día que un infarto le pilló desprevenido el presidente de la comunidad desbordado, y con pocas ganas de hacer gestiones, le ofreció ocupar su puesto. La mujer no respondió, estaba acostumbrada a frenar las palabras, de hecho algunas llevaban ocultas desde décadas. Entró en el cuartucho, ahuecó el cojín multicolor que ella misma había tejido, se sentó en su silla, y encendió el transistor sin mover el dial que emitía fútbol a todas horas, a ella ni le gustaba ni lo entendía, pero lo escuchaba por fidelidad al oído fallecido, o tal vez para darse el gusto de escuchar lo que él ya no podía oír. Bajo la silla dormitaban unas alpargatas de cuadros del número 42, Adela se descalzó, colocó en una esquina los zapatos con señales de juanetes apuntando a este y oeste y hundió sus diminutos pies del 36 en las huellas de Esteban, en su inmenso recuerdo, y decidió quedarse dentro de las sabias chancletas que conocían los pasos y rutinas de la portería y los secretos de su matrimonio. Ahora obedecerían sus pasos.

Modificó su horario, hurtó dos horas al sueño para hacer la limpieza antes de ejercer de sombra tras el cristal, ocupando la silla, cojín, calzado y funciones del marido que ojalá nunca descanse en paz. No supo si los vecinos percibieron el cambio, lo cierto es que sólo el señor Lucas, del segundo B presentó sus condolencias.

El señor Lucas vivía lento, tal vez porque veía cercana la meta y no tenía prisa por llegar. Sus camisas y su memoria se habían debilitado con los años y tenían agujeros, pero recordaba a Esteban, y Adela disfrutaba escuchando los comentarios sobre su marido, no por lo que dijera del difunto sino porque hablaba de él en pasado. El anciano se detenía ante la portería en sus entradas y salidas, golpeaba el cristal con el bastón, ofreciendo una sonrisa y un caramelo mentolado a la portera, ella le preguntaba por su salud y se regalaban un poco de conversación. En los últimos meses, el hombre salía del ascensor precedido por un andador y seguido por los tacones y caderas, todo ello excesivo, de una mujer de piel y acento lejanos. La mulata no saludaba, ni se detenía y le apremiaba para que avanzara como si arrease al ganado, el señor Lucas dirigía una mirada hambrienta de afecto hacia Adela, antes de encaminar su andador rumbo al parque. Hasta que una mañana la portera echó en falta los pasos vacilantes y las nutritivas palabras del anciano. Seguramente estará ingresado, pensó. No volvió a verle, ni a él ni a la mulata. Nadie puso esquela en el tablón de anuncios por lo que le imaginaba en una residencia rodeado de vidas terminales, aunque la intuición le situaba en una caja de madera tapizada en satén blanco, como la de su Esteban. Un escalofrío recorrió la portería. Aquella noche el sueño no visitó su cama, quizá no cabía, porque el desánimo ocupaba todo el dormitorio, el pecho y la vida de la mujer. Y volvió a ver al fantasma que tantas noches había ahuyentado el sueño, con sábana roja unos días, morada otros…

Cuando amanece, el día la encuentra fregando suelos y penas, después coloca bata y pelo gris, acomoda su espalda dolorida y los juanetes en la portería, antes de mimetizarse con el mobiliario del portal, como un aplique, un macetero o una nota en el tablón de anuncios que nadie lee. Desde ese puesto observa y analiza a los vecinos, les conoce a la perfección observando sus pasos, si en algo es doctora es en vivir sin ser vista. Responder sin palabras. Pasar desapercibida. Lo ha practicado desde… desde el día siguiente de su boda, cuando sufrió la primera caída involuntaria. No le interesan los nombres de los vecinos, porque para ella son un piso, una letra y un calzado que delata su manera de pisar el día, de bailar la noche, de taconear la vida. Una vez sentada en el cubículo acristalado, los ascensores quedan elevados a la altura de sus ojos, siete escalones por un lado y una rampa de acceso para discapacitados por el otro. El campo de visión es el rodapié, el talón de quien espera para subir y la puntera de los pies que bajan. A medida que descienden los siete escalones les van creciendo rodillas, muslos, tronco y nuca. No ve sus caras porque cuando las cabezas entran en su campo de visión ya están de espaladas, girados hacia la calle, Adela observa, y por sus zapatos sabe su estado de ánimo, si van al trabajo o de fiesta, sus prisas y sus calmas.

Las primeras horas de la mañana son de gran trasiego, el ascensor sube y baja sin cesar, vomitando y engullendo gente. La enfermera del segundo A anuncia el día al son de zuecos blancos, lentos y somnolientos que llegan de la calle, regresan a casa tras una noche de trabajo. Cuando salieron la tarde anterior acompañaban a un vestido floreado que a la vuelta se esconde bajo la bata blanca que pide a gritos agua, plancha y descanso. El eco de los zuecos lo amortiguan los zapatos del primero B en dirección contraria, ejecutivos brillantes, acompañados por un maletín e impecable raya en el pantalón. Les siguen las botas del mecánico del tercero C asomando bajo el mono de trabajo que los lunes es azul esposa y llegado el viernes ronda el negro, negro aceitoso, negro cansancio. Bajan remolonas las babuchas de andar por casa adosadas a un perrito caniche, a veces cuesta distinguir donde empieza el perro y acaba la zapatilla, ambos vuelven a dormitar tras el paseo. Sobre las nueve el bullicio se apodera del portal. Prisas, sueño, cómodo calzado materno rodeado de inquietos zapatos infantiles, a veces desabrochados y no siempre en el pie correcto, suelas, mochilas y pereza rumbo al colegio. Los viernes playeras y chándal de gimnasia, los domingos zapatitos nuevos y puntillas.

Sobre las diez aparece el enigmático vecino del segundo B. Edad intermitente. Ni casado, ni soltero. Posiblemente en paro o tal vez prejubilado. Luce una marca en el anular y le envuelve una mezcla de misterio y tristeza. Transmite desamparo, aunque intenta encubrirlo con moderna ropa deportiva y fingida euforia, pero sus vistosas playeras no consiguen ocultar la inseguridad y desorientación de sus pasos. De su vida. Se refugia en el gimnasio donde consume horas y esteroides en busca de músculo y compañía, hasta que un buen día aparece con paso rejuvenecido, ligero, acompañado por un par de zapatos masculinos con cordones que se sueltan enseguida, porque sus relaciones son efímeras, no las abrocha bien. Cuando los cordones se rompen del todo, se le afloja el cuerpo y le crecen años y bolsas bajo los ojos. Su pisada se vuelve lenta, agotada, como si arrastrara el peso de una enorme arruga, entonces se recluye en casa tres días. El cuarto día reaparecen las playeras con los colores suavizados por haber sufrido un lavado a muchos grados y la suela muestra una raja nueva a medio cicatrizar. Baja los siete peldaños y como un pavo real en decadencia, camina desganado en busca de otro número 44 con traje hecho a medida. Adela le observa compasiva y aunque le cueste admitirlo, le enternece ver renacer de sus cenizas al hombre del segundo B. Una y otra vez. Al mediodía, mientras come un bocadillo y dos piezas de fruta, contempla cómo el ascensor traslada a la misma gente caminando en sentido contrario rumbo al plato, a la confidencia y al beso. Todo eso imagina Adela que ocurriría en las casas, porque ella nunca lo vivió. Un locutor gritando el último fichaje de cualquier equipo, enmascara el suspiro.

Sobre las siete tiene lugar la bipolar aparición de la mujer del cuarto B. Adela espera intrigada a la dama y sus zapatos, interminables en altura, cantidad y colorido siempre a juego con el vestido y el estado de sus nervios. Punteras agresivas y tacones de aguja dirección a la noche, a la caza, deseosa de clavar un hombre en su cama y en su vida. Casi siempre lo consigue. Su indumentaria varía en función del satélite de turno, pero con un denominador común: prohibida la discreción. Sus presas van desde jóvenes mocasines de ante, náuticos, zapatos clásicos de cordones, botines… todos acompañan orgullosos a las hermosas y bronceadas piernas que a medida que bajan los siete escalones muestran el resto de mujer en toda la extensión de la palabra. Su modo de caminar desde el ascensor hasta la calle, frenar con mesura y elegancia hasta que el acompañante de turno abra la puerta y ceda el paso con gesto y sonrisa seductora. La diosa, con un leve movimiento de cabeza voltea la melena en el aire cegando al pretendiente, al tiempo que sale con el mismo glamur que pisaría una alfombra roja. Adela observa entre fascinada y horrorizada estas escenas.

En cambio, cuando los pies de la dama caminan solitarios todo cambia. El portal por un momento es un carrusel de sensaciones, gritos dirigidos a un móvil posiblemente sin oyente, perfume intenso, mezcla de jazmín, incienso y desesperación. Punzantes tacones metálicos maltratan el terrazo y los oídos, exagerados gestos malabares rebuscan algo en un bolso sin fondo del que por fin extrae unas llaves. Abre el buzón, recoge la publicidad y la tira al suelo haciendo aspavientos como si le quemara en las manos, y todo ello lo consigue a pesar de las interminables uñas de porcelana y sin soltar el dichoso móvil. Adela se pregunta por qué se empeña esa mujer en ponerse obstáculos en los pies, en los dedos y en la vida, y de nuevo siente una compasión que la incomoda, como de madre.

El mejor momento llega con la rendición del día, cuando la gente regresa en busca del descanso, de la sopa humeante, del amante, del roce de sábanas recién mudadas. Punteras infantiles manchadas de patio y balón, trenzas deshechas, pies adultos sedientos de baño y bocas hambrientas de cena y beso, dedos tiznados de harina, tinta, mercromina o carburante. Adela contempla la tierna fatiga que desprenden los talones agrietados de las madres esperando al ascensor, sujetando el peso de un niño adormilado recién recogido en casa de la abuela, o en la guardería. Otra punzada. Otro vacío. Otra noche poblada de ausencias. Durante sus años de portera solo dos personas han provocado su curiosidad, aprendió sus nombres y buscó sus ojos en un intento de descifrar qué escondían: El señor Lucas del segundo B, y Lucía. Se encariñó con la chica desde el primer momento, incluso despertó en Adela un dolor amortiguado al imaginar a la hija que casi tuvo, pero nunca estrenó los patucos tejidos en noches insomnes. Lucía entró en su vida y en su portal colgada de los brazos de un hombre, de eso hacía seis años. Era septiembre. Temprano, aún no había llegado la enfermera del segundo A que estrenaba la puerta cada mañana. Adela fregaba el suelo del portal cuando voces alegres rompieron el silencio y el sueño que habita el edificio a esas horas. Al levantar la vista vio un revoltijo de tules, risas y volantes blancos, sobados de haber recorrido suelos de iglesia y haber bailando valses. Intuyó al joven del que solo veía los zapatos relucientes y media pernera del esmoquin negro, porque el resto de su cuerpo lo tapaba la chica que llevaba en brazos. Ella, intentaba abrir la puerta con la mano derecha, con el brazo izquierdo se aferraba al cuello del hombre, de la mano izquierda colgaban unos zapatos blancos cuyos tacones rozaban la oreja del chico. Se besaban. Reían. Volvía a intentar abrir la puerta con la mano libre. El velo caía en cascada por su espalda. Parecían las figuritas de una tarta de tres pisos a punto de desmoronarse. La portera reconoció la típica imagen de película en la que el marido atraviesa la puerta de la nueva casa con su mujer en brazos.

Soltó la fregona, se acercó y les abrió la puerta. Los pies descalzos de la novia rodeados de volantes quedaron frente a su cara. Número 37 calculó Adela. Pedicura perfecta. Uñas rojas. Rojo pasión. Pasión de matrimonio intacto, risas frescas y un futuro sin estrenar, como el día. Una vez dentro del portal la novia se puso en pie de un brinco, estiró tules y ajustó el corpiño a su minúscula cintura. Descalza sobre el suelo recién fregado respiró aliviada al sentir el frío del terrazo en las plantas doloridas. Mientras su marido subía los siete escalones arrastrando los incómodos y relucientes zapatos de boda, la muchacha se giró hacia Adela y le regaló una sonrisa que aún permanece intacta, pinchada en el alma de la portera. Al día siguiente la chica bajó a poner una pegatina con sus nombres en el buzón: Lucía y Jaime. Tercero A. Iba enfundada en unos vaqueros rotos que marcaban las caderas recién casadas. Se acercó a la portera y se presentó al tiempo que le entregaba un puro y un joyero de cristal con dos alianzas pintadas. Adela se lo agradeció con mirada mansa y húmeda, porque le costaba rebuscar palabras entre tantos silencios. Cuando quedó sola, se cobijó en las alpargatas seis números más grandes que sus pies y rememoró el día de su boda con Esteban mientras apretaba el puro y el joyero contra el pecho. Balanceando recuerdos.

A los tacones blancos de Lucía pronto les sustituyeron unas botas de agua, los mocasines de marzo dieron paso a las sandalias veraniegas que mostraban unos tobillos tan hinchados como su vientre. Adela recuerda el día que salieron del ascensor aquellos pies inflamados y tan separados que bien cabría un niño entre ellos. Dos chanclas nerviosas acompañaban a Lucía, sujetando su cintura por detrás e impulsando su cuerpo hacia un coche con las puertas abiertas de par en par, que esperaba en la entrada del edificio. Adela les acompañó hasta el coche. Muda, aterrada, feliz. La siguiente vez que vio a la pareja les precedían cuatro ruedas que se frenaron ante la rampa de acceso al ascensor. Los jóvenes que acababan de estrenar hijo, cochecito y tobillos deshinchados, frenaron ante la pendiente como dudando si serían capaces de remontarla. Metáfora de la paternidad, pensó Adela, antes de salir de la portería y ayudarles con su calma habitual. Fue testigo de los primeros zapatitos año y medio después, del peso de la mochila del colegio y de cómo poco a poco se alejaba el calzado masculino, mientras Lucía consumía días, noches y suelas solitarias. Adela reconocía ese andar cansado, ese peso en las suelas y en el alma. La portera vigilaba con desvelo sus pasos, inquietos algunos días, doloridos a menudo, agotados siempre. Limpiaba y relimpiaba los suelos y barandillas del tercer piso esperando la salida de la chica, se hacía la encontradiza en el pasillo para observar sus ojos de frente buscando un desahogo, una confidencia. La joven callaba. Ese silencio también era viejo amigo de Adela, a veces se ofrecía para cuidar al niño mientras Lucía hacía las compras, iba a la farmacia ante una fiebre inesperada, intentando ganar su confianza. Lucía se dejaba ayudar pero seguía callando.

Pasaron muchos meses hasta que volvió a lucir tacones, sus rodillas renacieron bajo una minifalda y su paso recobró firmeza. El día que escuchó una voz masculina tras la puerta del tercero A, Adela suspiró aliviada. Hasta que le vio. El mismo hombre que un día la trajo en brazos, los mismos brazos que amorataron su cuerpo y talaron su alegría, volvían fuertes, peligrosos. Y el ciclo se repitió: Lucía descendió de los tacones al infierno, sustituyó la barra de carmín por maquillaje compacto y gafas de sol que la protegiesen de miradas y preguntas. Pero no de él. Adela le vio salir muchas noches a deshora, nervioso, y enfurecido, a veces regresaba, otras no. La portera acechaba cada mañana esperando ver salir a Lucía rumbo al colegio con el niño colgando de una mano y la derrota en la espalda. Un martes de mayo el niño no fue al colegio. Adela esperó una hora antes de coger el ascensor rumbo al tercero. Llamó. Nadie abrió. El niño lloraba. Llamó al presidente de la comunidad y a la policía. Volvió a su guarida acristalada hasta que la llamaran para prestar declaración. Tras el desfile de familiares, curiosos, policía científica y forense asomó por la escalera una camilla, una sábana blanca cubría su cuerpo y los preciosos pies desnudos del número 37 quedaron a la altura de sus ojos otra vez. Como el primer día, pero hoy sin tules ni besos, sin tarta ni pedicura. Al igual que hacía seis años, sus pies lucía manchas rojas, rojo mortal.

Adela ya no duerme porque un fantasma con velo de novia y los labios rotos le gritan al oído: “Cómplice, espectadora cobarde. Lo viste y seguiste mirando al suelo. Vives escondida tras un cristal oyendo fútbol para no escuchar mis gritos. Huyes del contacto, del sudor, del abrazo, yo esperaba tu abrazo, lo necesitaba. Caminas dentro de unas zapatillas muertas que te quedan grandes, la vida te queda grande, alguien tomó mal tus medidas. Juzgas a los demás sin levantar la vista, sin mirar su cara por si te hablan o sonríen. Ellos viven, a su manera, pero viven. Estás sola. Sin hombre. Sin hijos. Sin consuelo. Sin alas, viviendo a ras de suelo. Las playeras del segundo hoy duermen acompañadas bajo la cama. Los tacones del cuarto complementan a un picardías. Las botas del tercero descansan abrazadas a una espalda. Mis pies cicatrizan bajo tierra, pero tus zapatos con juanetes no caminan. Ni respiran, los abandonaste para vivir en la horma de un muerto. Vives porque no sabes morir…”. Adela se ahoga. Se levanta y coge los zapatos negros que vegetan en el armario, aprietan. Una hora después, un transistor y unas chancletas desgastadas coronan el cubo que recoge el camión de la basura. El amanecer la encuentra inmóvil en la portería. Alerta. Le gusta sentir la palpitación del juanete. Se siente viva aunque duela, y llora. Hace tantos años que no llora que le parece un síntoma de vida, de que por fin tiene libertad para hacerlo, para quejarse y defenderse de los golpes del alma, aún abiertos, los del cuerpo ya cicatrizaron. Un pinchazo en la espalda le recuerda aquella mala caída que lesionó la vértebra. Que duela, pero a ninguna Lucía más le dolerán mis golpes. Los zuecos blancos abren la puerta, sale de la portería y mira a la joven enfermera, de frente: “Buenos días”. “Buenos días, señora Adela” responde la chica. Sabe mi nombre, piensa. Y se emociona. Y de nuevo empujan las lágrimas retenidas.

Adela es gris y tranquila como la superficie de un lago, y como al agua, es difícil calcular su edad y la profundidad de su tristeza, porque le duelen todas las Lucías que no sujetó cuando sabía que se tambaleaban. Volvió a su portería a vigilar vidas. Ni un moratón más. Ni uno más.

Relato ganador en el I Certamen Internacional de Cuentos Juan Bosch 2019