Después de toda la noche sin dormir, con el cuerpo entumecido por el dolor y el corazón hecho pedazos hoy tomé mi resolución. Aún no había amanecido cuando me he acercado al lecho donde la bestia, ajena a su terrible sentencia, perturbaba el silencio del alba con sus espantosos ronquidos. No fue tarea difícil y a ello contribuyó el buen oficio del herrero que afiló la herramienta de ejecución. Un golpe certero bastó para seccionarle la yugular y culminar así sus tristes días y mi aciago destino hasta aquella mañana.
He salido cerrando de un portazo. He arrojado el cuchillo ensangrentado a la entrada de la casa, he limpiado mis manos en la nieve virgen, percibiendo un temblor de vitalidad y he echado a correr camino abajo huyendo de los perros asesinos que querían arrancarme el alma y el corazón. Ahora sigo corriendo sin saber por qué. No sé por cuanto tiempo disfrutaré de mi libertad, pero lo que nunca jamás podrán arrancarme es mi dignidad, como decía Víctor Frankl, aunque encierren a un hombre en la celda más oscura, siempre podrá éste recurrir a sus pensamientos, a sus recuerdos de la niñez, ello lo salvará en las horas más negras. Ahora me cuesta respirar. El aire helado de la sierra me abrasa los pulmones, incide en mi rostro como cuchillos de cristal y siento su rigor que me recuerda que estoy viva y que por fin soy libre.
M.J. Triguero. 2017. Foto de Internet.
M.J. Triguero. 2017. Foto de Internet.