miércoles, 31 de enero de 2018

El día señalado


Celeste tenía siete años. Toda la noche sin dormir. Hoy era el día señalado. Se levantó antes del alba, se duchó y se tomó sin ganas la leche del desayuno. Su madre intentó calmar su excitación: "tranquila, enfermarás y no podrás asistir a la función…"

-¡No puedo aguantar los nervios, mamá! siempre haciendo de pastorcita, por fin hoy podré hacer de ángel. ¡Qué contenta estoy!
- Lo sé, cariño, reía ella. ¡Yo también me alegro!

Celeste se dirigió a su cuarto. Con la punta de sus trémulos dedos, acarició la primorosa túnica que había de cubrir su cuerpecito. En la penumbra, el blanco y sedoso tejido resplandecía cual relámpago en la noche, su suavidad y delicadeza eran tales que ciertamente era digno de vestir a un ángel, y ¿qué decir de las alas que completaban el atuendo? Al rozar tan sublime textura y sentir en la piel ese leve crujido, un escalofrío de emoción recorrió su espalda. Ambas, madre e hija, reían y lloraban, presas de apasionado sentimiento. "¡Estás bellísima, hija mía!", decía embriagada de lágrimas que recorrían sus mejillas.

Celeste se contempló en el gastado espejo. Su madre la miraba embelesada, siguiendo con arrobo su caminar incierto. La niña tocó su imagen cristalina y sonrió complacida. Se acercó a la madre y se fundieron en un estremecido y silencioso abrazo. Después fue al balcón, abrió la puerta y ante la atónita mirada maternal, se encaramó a la barandilla con la ligereza de un pájaro y voló. Voló sobre el asfalto, sobre los coches y los tejados, sobre la aurora que teñía de rosa el horizonte por encima del perfil ceniciento de la ciudad. Lentamente se fundió con el brumoso cielo invernal integrándose en esa otra realidad inmensa que la llamaba, la llamaba desde la eternidad...

© MJT
Imagen: Internet. Diario de Navarra. Actualizada 17/04/2014
"El Ángel se asomó al balcón de la Casa del Relo"j. Tudela
ARCHIVO/DIEGO CARASUSAN

sábado, 27 de enero de 2018

Caricias de ángel

Te marchaste, cuando al fin sentí que el mundo accedía a sonreírme, otorgándome el regalo de llevarte en mi interior. Ahora mi único consuelo, cuando el dolor de tu ausencia inhabilita mis sentidos y solo el calor de tu aterciopelada mantita abriga mi alma, es dejar volar mi imaginación hasta sentir tus suaves caricias de ángel, calmando mi corazón.

De J.E.M. Celeste

Imagen libre de derechos de autor, extraída de internet.


jueves, 25 de enero de 2018

Sin cita previa

Escribiendo con los cinco sentidos:
Tacto sedoso.

Titulo: Sin cita previa.

Fue en lo primero que me fijé. Su melena morena, brillante, captó mi atención. Me maravilló ver cómo se ondeaba a cada paso que daba y cómo bailaba en el aire cuando comenzó a correr.

La primera vez que lo acaricié y  sentí cómo se deslizaba entre mis dedos, me emocioné ¡era tan sedoso! Como buen peluquero, sé disfrutar de esas cosas.

Llevamos tres días juntos y lo estoy pasando muy bien, aunque el mejor día fue ayer.
Al principio no le hacía mucha gracia y huía de mí  pero después de muchas súplicas  guerreadas, dejó de quejarse, dejó de chillar y  de moverse.  Al final del día pude disfrutar al 100% de su cabello, me relajó tanto que incluso me quedé dormido jugueteando con él. Y a ella también  le  ha gustado, yo sé  que le ha  gustado.

Hoy se  lo he notado  apelmazado, apagado,  ya no resbala en  mis manos. Se me ha  ocurrido prepararle una sorpresa, voy a sacar mis mejores productos y se lo voy a lavar, seguro que le gusta. Estoy convencido que  un buen  lavado, enriquecido con algas, le puede devolver su "viveza..."

Derechos de autor sobre el texto.
©Orgav

Imagen usada pertenece a: Trucoscaserosparaelpelo.com

Opuesta polaridad

Escribiendo con los 5 sentidos: tacto electrizante.

Opuesta polaridad.

La primera vez que me ocurrió  me asusté muchísimo. Tendría unos 10 años o así.
A lo largo de mi vida  se ha repetido en numerosos momentos, con diferentes  personas y en distintos lugares,  y en todos y cada uno de ellos, la misma sensación desagradable, ¡la odio!
Creo que empieza a provocarme un poco de ansiedad el tema, y es que ¡nunca sabes cuando va a pasar!
En alguna ocasión se lo he comentado al médico pero me ha puesta esa cara de ¿ésta es tonta? y luego se ha reído  de mí diciendo  que es algo sin importancia y que exagero...
Ahora voy en el coche  camino del supermercado  y no puedo evitar pensar en ello. ¡Y mira que voy preparada! Llevo todo lo que me han recomendado: he clavado una buena hilera de grapas en las suelas de los zapatos que, por supuesto, no son de goma y me he puesto ropa de algodón. También  llevo una pulsera con una llave colgada para usarla llegado el momento.
Entro en el parking y me siento  confiada. Compruebo que todo lo que necesito esté bien. Me bajo del coche, saco una moneda, la meto en el orificio para desenganchar el carro de la compra y, sin pensarlo demasiado,  tiro de él con  firmeza.
Contenta, percibo que todo va bien. Subo en el ascensor y entro en el supermercado. 10 minutos de paseo y todo va genial.
De repente, a mi espalda, una señora mayor me pide ayuda. Siento como el calor de su mano está a punto de tocar mi brazo y me giro con brusquedad impidiendo el contacto. La pobre señora se sobresalta y, con timidez, me pide que por favor le recoja  el monedero del suelo; tiene "malas las piernas." En fin, suelto el carro y ayudo  a la buena mujer, que me da las gracias muy insistente. De pronto he recordado los huevos, ¡tengo que comprar huevos! Busco mi carro,  estiro una mano para empujarlo y  ¡iZasss!! ¡El jodido calambrazo de las narices! ¡Lo odiooo!

©Orgav

Todos los derechos reservados sobre el texto.

Imagen encontrada en Internet perteneciente a Dreamstime.com

miércoles, 24 de enero de 2018

El siseo de las mariposas

La seda es un tejido delicado y los gusanos que la producen son criados con gran esmero. Una vez que los huevos eclosionan, las larvas son alimentadas con hojas de morera hasta que comienzan a elaborar capullos finísimos, cuyos filamentos darán origen al hilo de la preciada tela. La mayoría de estas laboriosas larvas no llegarán nunca a ser mariposas, ya que apenas terminan de tejer el envoltorio de su crisálida, son desechadas de inmediato. Solamente unas pocas, destinadas a producir más huevos y, por ende, a futuras obreras, sobrevivirán. De entre ellas, quizá una se pose en tu ventana un día, y puedas admirarla un momento, antes de que un soplo de aire la espante y levante un siseo en tu vestido de seda.

Manuela Vicente Fernández ©


miércoles, 17 de enero de 2018

Fricciones

Fuente de la imagen: tuitexperimento.com

De todas las profesoras de la escuela de música me llamaba la atención Carola. Daba clases de canto y su voz era capaz de hacer que Ulises se desatase del mástil. Se decían muchas cosas de ella, a causa del misterio que rodeaba sus manos. Siempre con guantes. Lo mismo si era invierno o estábamos a treinta y ocho grados. Nunca se los quitaba. Guantes más gruesos en temporada fría y guantes de algodón fino en verano. Los tenía de todos los tejidos y colores. La mayoría se ajustaban tanto a sus dedos y tenían un tacto tan suave que, por momentos, olvidabas que los llevaba puestos. Algunos creían que tenía una enfermedad extraña y los llevaba para no contagiarnos, otros que se había quemado las manos de pequeña y su piel era tan delgada que podía lesionarse al menor contacto con el aire. Las leyendas más oscuras hablaban de extraños poderes que podían manifestarse al tocarte. La respuesta, como casi todo en la vida, era mucho más simple que todas las versiones que circulaban. Y es que Carola era energía pura, quizá porque absorbía demasiada. Pude comprobarlo en mis carnes un día, cuando al quitarse la chaqueta se sacó, por descuido, uno de los guantes. Me agaché a recogerlo al momento y, al devolvérselo, me rozó con los dedos de la mano desenguantada. Fue como si una corriente eléctrica me recorriese, tan fuerte que al recordarlo continúo sintiendo la vibración y oyendo el chasquido de ese contacto.

Manuela Vicente Fernández ©

martes, 16 de enero de 2018

Hechizo eléctrico



Ana, desde que era un bebé, se sentía intensamente atraída por la luz eléctrica. Tumbada en su cuna, permanecía inmóvil mirando la bombilla del techo. Quería alcanzarla, pero le resultaba imposible.
Ana creció, se convirtió en jovencita y, luego, en adulta, pero no abandonaba su costumbre de mirar directamente hacia la cegadora luz, hasta que claudicaba, vencida por el sueño.
Aquella manía se volvió una obsesión para la mujer. Sabía que no debía tocar la bombilla encendida y lo había evitado, con gran sacrificio, durante más de cuarenta años. Sin embargo, aquel día de enero, tras cinco horas mirando a la luz sin parpadear, decidió que era el momento de sentir el tacto eléctrico en su mano y en su cuerpo. Anhelaba un abrazo de luz, desde hacía demasiado tiempo y, ahora, se sentía preparada para ello.
Ana, con la sacudida, salió rebotada al suelo. El pelo se le quedó electrizado, como en una mala película de humor. Su cara lo decía todo y su amplia sonrisa, también.
María José Viz. (15/01/2018)
(Foto tomada de Internet)
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viernes, 5 de enero de 2018

MILAGROS DE NAVIDAD



-Solo por esta vez, te lo suplico, será mi regalo de Navidad, no te pediré nada más. Nunca.
-He dicho que no, y no insistas más. Repitió la madre de Marta después de que la muchacha volviera a reiterarle por enésima vez su deseo de invitar a Pepa, una indigente amiga suya, a cenar y a dormir la noche de Nochebuena.
-¿Por qué no? Pepa es buena y educada. Te prometo que no se llevará ni romperá nada,  dormirá conmigo en mi habitación. Mamá, tú siempre has sido buena conmigo. Siempre ha habido diálogo entre nosotras.  ¿Qué tal si hacemos un trato? Si nieva no te negarás a que venga Pepa a casa, ¿verdad? Tú eres compasiva y piadosa, no puedes decir que no…
-¿Nevar?... pero qué dices, estás como una cabra. Mira este sol radiante a las 12 del mediodía, además, ¿te das cuenta de lo que me estás pidiendo? Es una mendiga, una indigente, está sucia, seguramente huele mal, no conoce nuestras costumbres. Ella no es como nosotros, ¿Cuándo te vas a convencer?
-¡No tienes razón, mamá! Es una persona. ¡Hipócritas, eso es lo que sois todos! Mucho decir que si la Navidad es para amarse, reconciliarse y repartir amor, muchas reuniones, comidas y regalos… todo fachada, pura mentira.
-¿Se puede saber qué mosca te ha picado? Sabes que yo no soy así, y más desde…
Marta no escuchó las últimas palabras de su madre porque salió de casa dando un portazo.  La madre se quedó pensando en lo que había sido su vida últimamente, sola con su hija, esa adolescente de quince años a quien no  lograba comprender. Había accedido siempre a sus deseos sin tratar de imponerle nada: estudios, hobbies, viajes, ropa. Disfrutaban de una posición acomodada y ello les permitía  todo un mundo de recursos impensables para otras chicas de su edad y así se lo pagaba. No entendía cómo desde el verano anterior había podido hacer amistad con aquella mendiga,  aquella indigente que un día apareció en la acera como por encanto y se coló en la vida de su hija. Pensó denunciar el hecho a la policía pero se contuvo al comprender que la mujer no hacía daño a nadie, no podían detenerla por permanecer junto a la tienda de lujo contigua a su portal con un cartón en el que expresaba su penuria y un vaso de plástico en el que recogía las monedas que buenamente podía obtener de los transeúntes que frecuentaban tan distinguido distrito. ¡Ah, esa niña, cómo la hacía sufrir! Desde que su marido la dejó por una jovencita odiaba las Fiestas de Navidad, y ella aún se lo ponía más difícil. La vida había sido muy dura, ella que siempre había sido una fervorosa creyente, ¿cómo podía ser que Dios la hubiese castigado así? Primero le quitaba a su marido y luego su hija por quien tanto había luchado, le salía contestataria y rebelde. Ella había creído en los milagros, ¿Por qué no había uno para ella? Si él regresara… -No, de ningún modo, no estaba dispuesta a perdonar esa afrenta. Aunque tal vez, si mostraba verdadero arrepentimiento y deseo de recuperar a su familia, tal vez… quién sabe.
Tan ensimismada se encontraba que no oyó entrar de nuevo a su hija.
-¡Mamá, mamá,  asómate, pronto, está nevando!
-Es verdad, qué raro. En ese momento llamaron al timbre.

La chica de servicio le anunció la visita de un caballero… Sí existían los milagros. Sí, estaba arrepentido y después de todo, era Nochebuena. Ya decidiría después si le dejaba volver o no pero hoy serían uno… no, dos más a la mesa.

miércoles, 3 de enero de 2018

Respirando libertad

Después de toda la noche sin dormir, con el cuerpo entumecido por el dolor y el corazón hecho pedazos hoy tomé mi resolución. Aún no había amanecido cuando me he acercado al lecho donde la bestia, ajena a su terrible sentencia, perturbaba el silencio del alba con sus espantosos ronquidos. No fue tarea difícil y a ello contribuyó el buen oficio del herrero que afiló la herramienta de ejecución. Un golpe certero bastó para seccionarle la yugular y culminar así sus tristes días y mi aciago destino hasta aquella mañana.
He salido cerrando de un portazo. He arrojado el cuchillo ensangrentado a la entrada de la casa, he limpiado mis manos en la nieve virgen, percibiendo un temblor de vitalidad y he echado a correr camino abajo huyendo de los perros asesinos que querían arrancarme el alma y el corazón. Ahora sigo corriendo sin saber por qué. No sé por cuanto tiempo disfrutaré de mi libertad, pero lo que nunca jamás podrán arrancarme es mi dignidad, como decía Víctor Frankl, aunque encierren a un hombre en la celda más oscura, siempre podrá éste recurrir a sus pensamientos, a sus recuerdos de la niñez, ello lo salvará en las horas más negras. Ahora me cuesta respirar. El aire helado de la sierra me abrasa los pulmones, incide en mi rostro como cuchillos de cristal y siento su rigor que me recuerda que estoy viva y que por fin soy libre.

M.J. Triguero. 2017. Foto de Internet.




La imagen puede contener: nube, montaña, exterior y naturaleza

Incierto futuro

La sirena me despierta con su violento ulular. Escucho susurros y quejidos. ¿Donde estoy? Yo recorría amables prados al borde de un río y hacía acopio de piedras blancas, lisas, planas, oblongas, la forma ideal para lanzarlas contra la superficie del agua y provocar ese pequeño milagro de hacerlas rebotar, como hacía con Cris, mi pequeña. ¿Qué será ahora de ella? Me duele pensar, me quema el alma. Solo quiero quedarme aquí, en este austero camastro, enroscarme sobre mí misma como un gato. 
Tic-tac, tic-tac, el tiempo pasa pero yo me cubro totalmente, me escondo bajo la ropa de la exigua litera. Siento el tacto cálido, áspero, acartonado, de las sábanas y he decidido que voy a quedarme aquí. Quizás con algo de suerte mi ausencia pase inadvertida y podré volver al verde prado y a mi bello sueño, y la realidad será solo una pesadilla que pasará. Todo pasará. Seguro que mañana todo irá bien.
M.J. Triguero. 2018. Imagen de Internet.



La vasija de barro


El barro está blando. Está mojado, el barro es cálido, suave, moldeable, se estremece con regocijo a la cadencia del torno, se diría que tiene un corazón que late, que bulle, que trata de sacar a flote la vida que palpita muy dentro, esa vida que lucha y contribuye a adoptar esa forma que yo, jugando a crear, quiero infundirle con mis manos. Es como un niño recién nacido, la misma piel: pegajosa, húmeda, suave, rosada y cálida, el mismo peso, con fundamento pero liviano, no excesivo, cediendo a la gravedad, ley inherente a su condición terrestre, asumiendo su forma, su esencia, con orgullo, como carta de presentación al mundo, convencido de su lugar en el planeta.

Al conformar la vasija soy responsable de su esencia en este mundo. El niño, la vasija y yo, todos hemos partido del mismo origen: la tierra. Todos estamos sujetos a la misma gravedad y a la levedad del tiempo, ligados a la rueda de la vida, que al detenerse, suspende con ella el pálpito del ser y pasamos a otra dimensión, pero ¿Adónde? sólo queda el despojo, la corteza inerte, la escoria. Todos somos una amalgama de tierra, agua, fuego y aire y todo se convierte en nada y todo me da igual, me dejo llevar; el viento sopla fuerte y la energía creada vuelve a ser materia dotada de vida. Y así el ciclo vuelve a comenzar.

MJT. Fotos subidas de Internet.

La Carta de Aziz


A ti me dirijo, madre querida y añorada, más que las recompensas y delicias que Alá promete a sus fieles en el paraíso. Has de saber que me causó gran desconsuelo tener que abandonar nuestro amado pueblo, incluso arriesgando mi vida, al amparo de la oscuridad de la noche, mas no concebía otro proceder mi consternado juicio. La inesperada carga de otra familia sobre mis hombros y la perentoria necesidad de sostener nuestra ya mísera existencia, me llevó a tomar tan drástica resolución. 


No te importunaré demasiado con el relato de mi sorprendente y arriesgada aventura, atravesar las áridas montañas dejó en mi cuerpo la huella indeleble de lacerantes heridas en pies y manos debido a lo precario de mi humilde equipamiento. Agradezco al Altísimo que una piadosa mujer me las vendase por caridad.



Tampoco detallaré el trato humillante y vejatorio infligido por los amos del tráfico. Punzante sin duda, aguda y extenuante fue la batalla que debí librar con mis propios pares por un mísero hueco en la frágil embarcación. 

Pero eso no es nada, madre mía, comparado con el inaccesible muro de descomunal altitud provisto de múltiples hileras de rígido alambre de espino cuyas púas se clavaban sin piedad en nuestros magros miembros, ya debilitados por la ardua travesía. 

Con todo, ni las piedras del desierto, ni la crueldad de mis enemigos, ni el penetrante y frío azote de las olas en la noche y al riguroso sol, ni las punzantes púas del feroz guardián, serían comparables al trato inhumano de quienes se llaman mis semejantes. Tan terrible experiencia quedó clavada en mi alma y en mi cuerpo como el alambre espinoso y ojalá que cuando recibas esta carta aún viva para guardarla en mi memoria y pueda contarla a mis nietos, si Dios me permite algún día regresar a la tierra amada y verme rodeado de mis seres queridos.

Tu hijo que te ama con veneración,
Aziz.