Hola,
Ana. Bienvenida a este espacio de encuentro con los libros. Queremos
felicitarte por tu primera novela, publicada el pasado mayo, Un silencio de plomo (Éride Ediciones). Cuéntanos cómo estás viviendo la experiencia y las
impresiones que te hacen llegar sobre su lectura.
Quiero
agradecerte, en primer lugar, la lectura de Un
silencio de plomo, y en segundo lugar tu invitación a este encuentro
¡Muchas gracias!
La experiencia
que estoy viviendo es nueva, hay días que me aguarda alguna sorpresa
relacionada con la publicación de la novela, quizás esto sea lo habitual o no.
Es mi primera novela y lo desconozco.
Trabajo mucho
para que se conozca a un nivel muy básico y probablemente ingenuo, “el boca a
boca o boca-oreja” y ahí es donde de pronto me levanto y me encuentro con una
reseña fotografiada en el WhatsApp, de alguien que la ha colgado en Facebook,
digo texto fotografiado porque quien me lo envía sabe que no tengo redes y por
eso se toma el trabajo de hacer una foto y enviármela.
En cuanto a las
impresiones que me llegan, te digo que, a veces, quienes me leen parecen ir más
allá de lo que yo fui al escribirla, por ejemplo, me han dicho que la novela es
una guía para aquellas familias en las que cayó la losa del abuso infantil, que
da pistas, que también la ven útil para quien ha sufrido un revés en la vida y
tiene que reinventarse o buscar su lugar en el mundo, que trata de todos los
temas que nos golpean y atañen, que es feminista. El título y la reseña de Rosa
Montero en la portada la consideran muy acertada para introducir el tema
abordado. La verdad es que mi única pretensión al escribirla fue señalar el
silencio que hay alrededor del abuso a menores y sus consecuencias.
Háblanos sobre
la concepción de Un silencio de plomo. Se ha dicho sobre tu novela que
aborda un tema que es necesario visibilizar. ¿Piensas que, como sociedad, tenemos
una deuda pendiente respecto a la denuncia de los abusos infantiles y más
cuando suceden dentro del núcleo familiar? ¿Hay una especie de conspiración del
silencio basada quizás en ese pensamiento de falsa protección que lleva a creer
que lo que no se nombra no existe?
Efectivamente,
creo que tenemos una deuda pendiente con los abusos a menores dentro del núcleo
familiar y la deuda es grande, también lo es en la iglesia, ¿Cómo se entiende
que un niño haya sido abusado en reiteradas ocasiones y nadie se haya
percatado? Últimamente ha habido más denuncia social sobre el abuso infantil
en la iglesia, pero en las familias queda más difuso, ¿qué periodista se va a
meter con una familia? Eso le crearía problemas, a fin de cuentas “lo que pasa
en la familia debe de quedar en la familia”, eso nos han dicho siempre.
Hasta donde me
han contado las familias que han tenido conciencia de un abuso a sus niñas perpetrado
por otro familiar, la reacción unánime es una especie de cerrazón, que se
traduce en encontrar justificaciones para la inacción y el silencio, se dicen que “eso" no volverá a pasar y, curiosamente, también encuentran consecuencias catastrofistas para el abusador en caso de
denunciarle, con lo cual deducen que hay que dejarlo todo como si nada hubiera
sucedido. Si les dices que esto deja a esta niña y a otras posibles expuestas nuevamente,
lo niegan, porque explican que ahora la niña estará vigilada y así hasta
agotarnos. El hecho es, que
pocas familias denuncian o requieren al agresor que reciba tratamiento.
Incluso entre las pocas que denuncian hay un elevado número que retira las
denuncias; si les comentas que la agresión tiene que tener consecuencias para
el agresor, te explican: “no te preocupes que ahora estamos vigilantes". Yo me pregunto: ¿Es posible esa
vigilancia? Se sabe que no es posible, porque estos agresores son expertos en estar “al
acecho”.
En Un
silencio de plomo aparecen dos voces narrativas. La de Ana, como terapeuta
y coach emocional y la de Justi, compañera de Ana, pero a la vez víctima
colateral y propia de la indefensión que provocan los abusos en la
infancia. ¿Te reflejas en la voz de Ana, como profesional que ejerce de
coach? ¿Hasta qué punto lo profesional infiere o interfiere en la narrativa que
has creado en Un silencio de plomo?
Manuela, esta
pregunta me parece relevante porque me da pie a aclarar que una coach no es terapeuta, ni tampoco Ana lo
es en Un silencio de plomo. Ana es la
coach asignada por la empresa de
Justi para que esta haga un proceso de coaching,
con el objetivo de mejorar algunas competencias en su posición de directiva,
proceso que es interrumpido por el vaivén emocional que sufre Justi.
Justi es una
mujer un poco hermética, y para que se abriera, para que sacara tantos
silencios, apareció Ana que, al dedicarse al coaching, podía aportar su entrenada escucha, fue la estrategia
narrativa que encontré. Después, me pareció que Ana podía mirarse en el espejo
de Justi y mostrarnos sus diálogos internos, busqué invisibilidades que
compartían, pérdidas… quizás este juego de espejos con las dos voces
narrativas, ha ayudado a las identificaciones de las que han hablado algunas y
algunos lectores. Un lector dijo: “Me ha movido muchas emociones, he recordado vivencias
de mi infancia en el internado, aunque yo no sufrí abusos”
Esta pregunta
tiene relación, en cierto modo, con la anterior. En el prólogo de la novela
dices que te han sugerido que la misma puede verse como una guía de autoayuda.
¿Es realmente una guía, no solo de autoayuda respecto al tema que nos ocupa, si no también respecto al mundo de los profesionales y sus
carencias al abordar temas poco visibilizados?
Mi intención era
poner sobre la mesa el silencio alrededor de los abusos a menores y sus
consecuencias, no sólo para la menor que sufrió el abuso, sino también para la
familia. Ocultar un trauma ocasionado por alguien cercano, tiene sus
efectos.
En mi mente no
estaba la idea de que sirviera de guía. Es cierto que Un silencio de plomo está basada en hechos reales y fui muy
escrupulosa en plasmar las situaciones que me habían narrado en mi desempeño de
coaching o después, en mis
investigaciones. Tenía muy marcado incluir en la novela lo que todas o casi
todas las víctimas me habían manifestado, como necesidades, heridas o aspectos
importantes para ellas.
El abuso a
menores es algo estructural, creo que hay que abordarlo desde esa perspectiva.
Afrontarlo es difícil para todas las personas: familia, profesorado, amistades,
profesionales, instituciones… Una causa de esta dificultad es la invisibilidad
a la que hacías referencia. Pienso que hemos de empezar tomando conciencia de
la existencia de abusos dentro de la familia, tenemos que ponerle palabras y a
partir de ahí empezaremos a afrontar estas situaciones. ¿Cómo se va a tratar
algo de lo que no se habla…?
Como te decía yo
no soy terapeuta, nunca he tratado estos traumas, que corresponden a
profesionales de la psicología, pero al trabajar con la palabra, entre los
muchos sucesos que han llegado a mis oídos, están los abusos sexuales a niñas
causados por el entorno más cercano.
Un silencio
de plomo es la historia de dos mujeres que dialogan entre ellas, que
reflexionan sobre sus vivencias, establecen paralelismos y recorren las sendas
nada fáciles de la ayuda mutua y del autoconocimiento, pero también es la historia de
una sociedad marcada por un modelo de hetero-patriarcado heredado que marcó la
ruta de las generaciones pasadas y del que arrastramos consecuencias que no son
fáciles de transcender. ¿Es una novela también de denuncia social en ese sentido?
Sí lo es.
Escribí desde la indignación de no comprender como ocurren estos sucesos, y,
menos en sociedades como la nuestra.
Sabemos que,
nosotras, las mujeres, estamos en un ranking desfavorecedor respecto a los
hombres en pobreza, analfabetismo, invisibilidad, brecha salarial, cargos de responsabilidad
en empresas u organizaciones, etc. La desigualdad está bien patente y empezó
cuando éramos niñas.
Según la
estadística, una de cada cuatro mujeres fuimos abusadas de niñas en el entorno
familiar, allí se nos cosificó utilizándonos para su placer y dejándonos con
secuelas para siempre. Si una de cada cuatro empezamos así
nuestra andadura por la vida, saquemos conclusiones…Y lo lamentable es que las
cifras no mejoran; por todo esto escribí la novela. Sentí la necesidad de
cuestionarnos como sociedad, en la que me incluyo. Una lectora me ha dicho: “La
he leído poco a poco a pesar de que me enganchaba, porque lo duro era ver con
claridad nuestro comportamiento generalizado de ocultamiento y de no querer
ver”. Si esa fuera una conclusión extendida para quienes la lean, me sentiría contenta…
Novelar hechos tan duros es sin duda una forma de empatizar con los
personajes. Tu narrativa es íntima y cercana, consigue abrirnos los ojos a una
realidad que muchas veces se ha intentado pasar por alto por los propios
adultos que debieran proteger a la infancia. Al respecto me han llamado la
atención, por su claridad, dos párrafos de tu novela:
¡Cuánta confusión con esta maldad…! ¡Vaya carga sentir que encima del abuso
serás señalada! Lo malo es que, al no denunciar, es como si el abuso no
existiera, ni siquiera para las estadísticas. Y podríamos decir que el silencio
protege al depredador y abandona a las víctimas, aunque ese no sea el
propósito.
No solo es culpable el que nos agredió sino todo el círculo que, a pesar de
saber que existe el delito lo silencia y lo encubre. También la sociedad es
responsable. No hablan para no dejar en evidencia al adulto que, normalmente,
es alguien respetable. Yo se lo conté a mi madre y me dijo que lo dejáramos
estar para no joder la vida a mi primo y, claro, para no joderle la vida a él
yo tengo que vivir con todas mis heridas que, como no sangran ni tengo
moratones, nadie las ve.
El tema del silencio es el eje central de la novela, en el que hace
hincapié ya desde el mismo título. ¿Crees que hay un momento en el que la
víctima puede victimizarse doblemente si intenta dar el paso hacia la denuncia?
Sentirse víctima dos veces, por haber vivido el acoso y por ser señalada, ya no
ante la sociedad, sino ante el propio núcleo familiar por destapar el delito…
La víctima sufre al traer a su memoria un
suceso tan traumático, bien para denunciar o bien para contarlo a familiares,
amistades o profesionales, pero sepultarlo sabemos que
tiene consecuencias muy, muy graves, que es quedarte con secuelas lacerantes de
por vida. La revictimización se
produce cuando la víctima vuelve a ser lastimada
o le añaden sufrimiento adicional por parte de quienes deberían protegerla o
apoyarla, como instituciones públicas, privadas
o personas, ahora bien, si consiguiéramos protegerlas, escucharlas,
acompañarlas, serían protagonistas no víctimas por segunda vez.
Curar una herida duele, pero no por eso
dejamos de curarla, sabemos que cuando esté curada y seca dolerá menos o no
dolerá.
Dicho todo esto, Tengo mucho respeto por las
víctimas que deciden callar. Un trauma de este tipo, hoy por hoy, creo que no es
opinable si debe callar o no. Sólo la víctima es la que puede decidir al
respecto, tal vez en ese momento prefiera callar y después esté en una
disposición más fuerte, que le ayude a hablar y afrontar su dolor.
Me
entristece cuando se critica a una mujer por denunciar a un maltratador pasado un tiempo, no entiendo cómo se les enjuicia con esa facilidad sin estar dentro de
su piel…
En el abuso a menores hay un problema
añadido y es que su cerebro, al no entender lo que ha sucedido, no puede ni
explicarlo, nos corresponde a las personas adultas preparar a la infancia para
que nos avisen ante cualquier abuso y después actuar en consecuencia, no mirar
hacia otro lado, como si no pasara nada.
Algo
más que quisieras decirnos sobre Un silencio de plomo.
Gracias
por traer a este espacio Un silencio de
plomo. Gracias por tus preguntas. Gracias por hacerte eco del tema que denuncia la novela. Millones de gracias!
Sobre la autora