lunes, 10 de noviembre de 2025

'Contramater', de Ana Grandal: explorando las relaciones maternofiliales

Contramater (Ana Grandal)

·    Hola, Ana. Ante todo, queremos felicitarte por esta nueva criatura literaria, y agradecerte esta entrevista en el blog. En tu nuevo libro de relatos, Contramater, encontramos historias de mujeres que están lejos de ser madres o hijas felices y que viven la maternidad o el rol de hijas de forma ambigua, inmersas en conflictos, miedos e inseguridades. ¿Buscabas con este libro de relatos profundizar a través de los personajes en este tipo de relaciones?

·     Así es. Además de maternidades conflictivas y no maternidades, en el libro hay una importante presencia de las relaciones maternofiliales. Dentro de éstas, se incide en las diferencias entre géneros, dado que la relación con la madre no afecta de igual modo a los hijos que a las hijas.

·   Contramater rompe con los estereotipos establecidos, ¿crees que hay que desmitificar la maternidad?

·    Sí, no comparto el mandato de la maternidad como destino supremo de la vida de las mujeres ni su idealización como un estado de bondad y sacrificio absolutos. En mi opinión la maternidad es una elección, y es tan válido tomar esta decisión como no tomarla. Por otra parte, las madres, como personas que son, portan su propia mochila de contradicciones, inseguridades y errores. Pretender que sean ángeles caídos del cielo no es realista.

·     Háblanos un poco de la concepción y posterior realización de Contramater, de los relatos que la componen, su hilo conductor, y si los mismos corresponden a una determinada época o nacieron distanciados en el tiempo unos de otros.

·       Son nueve relatos, de los cuales siete los escribí tras un periodo muy difícil en mi vida. Aunque pasé por momentos amargos, también supuso un aprendizaje que, a día de hoy, considero muy valioso. Además, incluí un relato escrito mucho antes, Amor de hijo, que fue finalista del XIII Premio de Narrativa Miguel Cabrera, porque el tema se ajustaba al tono del libro. Por último, escribí Gato hará un par de años porque sentía que faltaba una pieza en el conjunto, que acabé colocando. 

·    ¿Cuál ha sido tu sensación, el poso que te ha quedado como escritora, tras la conclusión de este libro?

·     Yo suelo trabajar en torno a un proyecto, un tema que me interesa explorar, y hasta que no lo exprimo no lo doy por cerrado. Estoy muy satisfecha con Contramater, siento que he podido plasmar todo lo que quería expresar.

·  ¿Cómo está siendo la recepción de Contramater, tanto por la crítica, como por los lectores? Háblanos de las impresiones te están llegando sobre el libro.

·    Las lectoras y lectores me han dado muchas alegrías. A muchos les ha resonado íntimamente; cada persona me ha mencionado un relato en concreto (o varios) que le ha tocado. Algunos me han dicho que se engancharon tanto a la lectura que no pudieron dejarla hasta llegar el final del libro, y otros que las historias eran tan fluidas que se sumergían enseguida en los relatos. No puedo estar más contenta.

·       Cómo ves el avance de la sociedad en cuánto a la concepción de familia y roles establecidos. En tu libro la maternidad se contempla en los personajes desde la perspectiva femenina. ¿Crees que las mujeres siguen viviendo la maternidad como algo que se espera de ellas que suceda en algún momento? ¿O crees que ahora se van sintiendo libres a nivel social para elegir ser o no ser madres?

·       Creo que la opción vital de no ser madre todavía se contempla con recelo, como si fuera una tara o una tragedia, aunque, afortunadamente, vivimos en una sociedad cada vez más abierta a otras trayectorias de vida. Otra cosa es la presión que nosotras mismas nos imponemos, la autoexigencia de cumplir con las expectativas, pero también es verdad que ahora se habla con más naturalidad de la no maternidad.

·     La inclusión de un foro, como hilo conductor entre relato y relato, en el que hay diálogos sobre recetas de cocina y demás, ¿está previsto para relativizar y quitar hierro a la temática o más bien como un refuerzo de la misma y de los tiempos que corren?

·      La intención del foro Cocinantes es unificar aún más los relatos y traerlos a un ámbito, el mundo digital, que está muy presente en nuestras vidas. Pero también funciona como un paréntesis lúdico, un juego para intentar descubrir quiénes son los personajes que están detrás de los apodos que adoptan en el foro.

·    Una pregunta un tanto personal ¿Hay mucho o poco de las vivencias de Ana Grandal mujer en este libro?

·      En todos los relatos hay aportes de mis experiencias, aunque en diferente grado. Los hay en los que no son más que una breve pincelada y otros en los que la historia se basa en gran medida en episodios que he vivido, por ejemplo, el aborto espontáneo que sufre la protagonista en el relato final.

·         Algo más que te gustaría decirnos sobre el libro.

·      La ilustración de la cubierta ha sido una elección muy acertada, dos manos tendidas que no acaban de juntarse y que representan la desconexión entre los cuidados entregados y recibidos. El libro también incluye uno de los pocos poemas que he escrito y que también es una dedicatoria, A los hijos no nacidos. Y, por último, en la contracubierta aparece un código QR que te lleva a la banda sonora del libro, que disfruté mucho elaborando.





Ana Grandal

Biografía

Ana Grandal (Madrid, 1969), es traductora científica y editorial. Ha sido ganadora y finalista de varios premios literarios [XXXII Premio Ana María Matute de Relato (2020), V Concurso de Relato Corto del Ayto. de Monturque (2004), entre otros] y ha sido incluida en diversas antologías (Relatos nada sexisEsas, que también soy yo, Los pescadores de perlas y otras). Sus textos han sido publicados en revistas como Litoral, Quimera y El País Semanal. Obras publicadas: colección de textos breves Trampantojos (Editorial Nazarí, 2025), colección de relatos Contramater (Extravertida Editorial, 2024), trilogía Destroyer de microrrelato [Te amo, destrúyeme (2015), Hola, te quiero, ya no, adiós (2017), Microsexo (2019), Amargord Ediciones]. Toca la flauta travesera en el grupo de rock VaKa.
 

lunes, 13 de octubre de 2025

Haikus, poesía y microrrelato para el Día de las Escritoras

  Tres haikus de Pilar Alejos

Inclina el viento
las rojas amapolas
espigas verdes.

Nubes y árboles
reflejan en el agua
día otoñal.

Bajo la luna
maduras las cerezas
el prado verde.

Pilar Alejos

Pilar Alejos. Sensei (maestra) de poesía japonesa. Ha publicado poesía y microrrelato en varias antologías. Ganadora del I Concurso Literario del Movimiento Artístico de Mislata (MAM). Ganadora del VII Premio de Microrrelatos Manuel J. Peláez. Una de los doce autores ganadores de la II Edición del Premio de Relatos «Pienso en ti». Ganadora del VII Concurso de Microrrelatos de la Biblioteca Pública de Godella (Valencia). Accésit en el I Certamen Internacional de Microrrelatos “Ángeles Álvarez Arazola”. Ganadora del I Concurso de Microrrelatos de la Biblioteca de Humanidades “Joan Reglá” de la Universidad de Valencia. Publica relatos en webs, blogs y revistas digitales. En su blog Versos a flor de piel publica todas sus creaciones.

Tres haikus de Txaro Cárdenas

Tarde de otoño
la ciudad vertical
ama el bullicio.

Cerrada en verdes
la esperanza cautiva
el aire añora.

Sol que adormeces
en silencio el columpio.
Umbrío otoño.

Txaro Cárdenas Periodista freelance, propietaria y directora de Revista MoonMagazineLa Revista Lúdico-Cultural de los Lunáticos, publicación online de contenido cultural y social en la que prima el enfoque humano y se da visibilidad a nuevos talentos de la literatura y las artes.

Txaro Cárdenas ha prologado cuatro libros y el epílogo de un poemario; también ha intervenido en presentaciones literarias y ha organizado recitales poéticos.

En la actualidad escribe artículos y, cuando sus labores de edición se lo permiten, relato, poesía, haiku y microrrelato.

                                                   Un poema de Angélica Morales

Nos cuentan

las costillas

y los días nublados

los fiordos que están lejos

la nieve pálida

que un día cayó en la casa de la infancia

nos cuentan

un susurro de color azul

una herida que hace sus maletas

pero se queda

nos cuentan

una noche de lobos incompletos

de mujeres mansas abriendo sus piernas al diluvio

nos cuentan

roro

arre arre 

mumuuu

bla bla bla

como si fuésemos muñequitas lindas

inútiles persianas

agujeros con fiebre en el sexo de una lámpara

nos cuentan para hipnotizarnos y dejarnos fuera del mundo

para anular nuestro espírutu combativo

para que sigamos cargando a la espalda

culpa y jardines calcinados

para que arrojemos a la sartén  cabezas de hombre

para que sigamos repartiendo la soledad de los domingos,

 los barrotes desde los que Dios

nos mira en sueños.

Angélica Morales

Ángélica Morales Escritora y directora teatral. Ganadora, entre otros premios de poesía, del V Premio Internacional de Poesía «Gabriel Celaya» 2022, de la Diputación Foral de Guipúzcoa; del XXVII Premio Nacional de Poesía “Poeta Mario López” de Bujalance (Córdoba) 2019; el XVII Premio de Poesía Vicente Núñez, de la Diputación de Córdoba 2017; el XLVIII Premio Ciudad de Alcalá de Poesía 2017; el 42 Premi Vila de Martorell (poesía en castellano) 2017; Primer premio en modalidad de Poesía del IX Certamen Literario Internacional “Ángel Ganivet” de la Asociación de Países Amigos, (Helsinki, Finlandia) 2015; Finalista Premio Ausiás March al mejor poemario publicado en 2012 (“Desmemoria”); y el Premio Internacional Miguel Labordeta del Gobierno de Aragón 2011.

Tiene en su haber varios poemarios publicados. En marzo de 2023 publica su primera novela con la Editorial Destino (Planeta), con el título de “La casa de los hilos rotos”, premio al mejor libro altoaragonés del año otorgado en la Feria del Libro de Huesca. En junio de 2025 publica de nuevo con Editorial Destino la novela “Estás en mis ojos”.

Un poema de Moncha Prieto

Noutrora

 Lobos con fame de séculos

ouvean na serra erma

na procura de alimentos

envelenados de medos.

Devecen os de noutrora

preñados de sangue quente

cando vivir era fácil

cando os soños eran nenos.

Saben ben que aquelas festas

non eran de carne aceda

saben que os que agora atopan,

por vivir han de comelos,

aínda que veñan envoltos

en coiteladas de ausencia

Moncha Prieto

Moncha Prieto Naceu en Gundivós, Sober. Dende os quince anos viviu en Barcelona, até 1995 que regresa a Galicia. Na Cidade Condal colaborou con revistas literarias como Alborada ou Lúa Nova. De 1985 a 1995 dedicouse o mundo da radio: puxo en antena o programa Galicia máis cerca emitido en galego en Radio Gramenet, Barcelona. Potenciou o nacemento de ERGAC (Espazos Radiofónicos Galegos en Cataluya), foi correspondente de Radio Progreso de Miami, sección noticias, participou en Radio Exterior da Radio Galega.

Participou en libros colectivos Voz e Voto, de homenaxe a Celso Emilio Ferreiro, Vivir en presente, Xosé Lois García 50 anos de cultura e vida. Na actualidade escribe na Revista Inviable 2.0. Ten acadado varios premios de poesía e relato. Alma de barro. Relatos da Ribeira Sacra (Xerais, 2021) é a súa primeira obra.

  Microrrelato de Marisa Martínez

                                                                DOLOR Y LÁGRIMAS

Me duele pero lo tengo que hacer, no debo olvidar el pasado. Voy a colgar sobre la chimenea mi retrato. Cuando lo miro veo a un ser con quien no me identifiqué nunca. Un cuerpo que me costó lágrimas y me produjo dolor.

Pienso que debería haber dado el paso años atrás. Lo principal es que al fin me veo como quería. Ahora sí que soy yo. El futuro es mío y me puedo enfrentar  a él con un par, pero de tacones.

Marisa Martínez

Marisa Martínez Arce. Graduada en Relaciones Laborales por la Universidad de Valencia. Ha participado en varias antologías de cuento y género breve (seis con el Colectivo literario Valencia Escribe, siete con Generación Bibliocafé), en varios proyectos editoriales y libros colectivos. Colaboradora habitual en la revista Valencia Escribe, así como en espacios web y blogs literarios. Ganadora y finalista en numerosos certámenes de relato y microrrelato, también en radio (ganadora del Concurso de la SER Castelló 2015). 

 Memorias de una portera es su primera novela en solitario.

Microrrelato inédito de Manuela Vicente Fernández

LA EXPERIENCIA

La experiencia es un sabio hecho a trompicones (Ramón María de Campoamor)

A trompicones tropecé con el sabio. «¿Dónde vas por ese camino tan escarpado?» me preguntó. «Ando en busca de la sabiduría» respondí, pensando que él, al ser hombre afamado, sabría darme indicaciones. «La sabiduría está sobrevalorada, solo te traerá problemas. Si la encuentras te volverás un solitario, no está bien vista en eventos sociales», explicó. Contrariada ante su respuesta, decidí volver sobre mis pasos y andar por el sendero marcado, pero ya era otra, los trompicones que había sufrido delataban mi condición.

 Ahora vivo sin grandes expectativas. Construí una ermita cerca de la ermita del sabio, por las tardes viene a mi casa a tomar café y juntos pasamos muy buenos ratos.

Manuela Vicente Fernández

Manuela Vicente Fernández Socia de AMEIS (Asociación de Escritoras e ilustradoras) y del colectivo REM (Red Internacional de Escritoras de Minificción). Escribe microrrelato, género que intenta difundir en charlas, talleres literarios y ejerciendo de jurado en concursos sobre el género. También escribe relato corto, poesía, ensayo breve, artículos y reseñas para revistas y webs literarias. Su obra ha obtenido diversos premios y parte de ella se ha recogido en antologías, revistas, proyectos y libros colectivos. Su poemario Piel Atópica fue finalista en el I Premio de Poesía Las Nueve Musas y fue publicado en 2021. Forma parte del equipo de redacción de la Revista Moon Magazine y escribe crítica literaria en Culturamas.

miércoles, 24 de septiembre de 2025

Ana Inclán, sobre Un silencio de Plomo: «Sepultar un suceso traumático tiene graves consecuencias»

Un silencio de plomo


Hola, Ana.  Bienvenida a este espacio de encuentro con los libros. Queremos felicitarte por tu primera novela, publicada el pasado mayo, Un silencio de plomo (Éride Ediciones). Cuéntanos cómo estás viviendo la experiencia y las impresiones que te hacen llegar sobre su lectura.

Quiero agradecerte, en primer lugar, la lectura de Un silencio de plomo, y en segundo lugar tu invitación a este encuentro ¡Muchas gracias!

La experiencia que estoy viviendo es nueva, hay días que me aguarda alguna sorpresa relacionada con la publicación de la novela, quizás esto sea lo habitual o no. Es mi primera novela y lo desconozco.

Trabajo mucho para que se conozca a un nivel muy básico y probablemente ingenuo, “el boca a boca o boca-oreja” y ahí es donde de pronto me levanto y me encuentro con una reseña fotografiada en el WhatsApp, de alguien que la ha colgado en Facebook, digo texto fotografiado porque quien me lo envía sabe que no tengo redes y por eso se toma el trabajo de hacer una foto y enviármela.

En cuanto a las impresiones que me llegan, te digo que, a veces, quienes me leen parecen ir más allá de lo que yo fui al escribirla, por ejemplo, me han dicho que la novela es una guía para aquellas familias en las que cayó la losa del abuso infantil, que da pistas, que también la ven útil para quien ha sufrido un revés en la vida y tiene que reinventarse o buscar su lugar en el mundo, que trata de todos los temas que nos golpean y atañen, que es feminista. El título y la reseña de Rosa Montero en la portada la consideran muy acertada para introducir el tema abordado. La verdad es que mi única pretensión al escribirla fue señalar el silencio que hay alrededor del abuso a menores y sus consecuencias. 

Háblanos sobre la concepción de Un silencio de plomo. Se ha dicho sobre tu novela que aborda un tema que es necesario visibilizar. ¿Piensas que, como sociedad, tenemos una deuda pendiente respecto a la denuncia de los abusos infantiles y más cuando suceden dentro del núcleo familiar? ¿Hay una especie de conspiración del silencio basada quizás en ese pensamiento de falsa protección que lleva a creer que lo que no se nombra no existe?

Efectivamente, creo que tenemos una deuda pendiente con los abusos a menores dentro del núcleo familiar y la deuda es grande, también lo es en la iglesia, ¿Cómo se entiende que un niño haya sido abusado en reiteradas ocasiones y nadie se haya percatado? Últimamente ha habido más denuncia social sobre el abuso infantil en la iglesia, pero en las familias queda más difuso, ¿qué periodista se va a meter con una familia? Eso le crearía problemas, a fin de cuentas “lo que pasa en la familia debe de quedar en la familia”, eso nos han dicho siempre.

Hasta donde me han contado las familias que han tenido conciencia de un abuso a sus niñas perpetrado por otro familiar, la reacción unánime es una especie de cerrazón, que se traduce en encontrar justificaciones para la inacción y el silencio, se dicen que “eso" no volverá a pasar y, curiosamente, también encuentran consecuencias catastrofistas para el abusador en caso de denunciarle, con lo cual deducen que hay que dejarlo todo como si nada hubiera sucedido. Si les dices que esto deja a esta niña y a otras posibles expuestas nuevamente, lo niegan, porque explican que ahora la niña estará vigilada y así hasta agotarnos. El hecho es, que pocas familias denuncian o requieren al agresor que reciba tratamiento. Incluso entre las pocas que denuncian hay un elevado número que retira las denuncias; si les comentas que la agresión tiene que tener consecuencias para el agresor, te explican: “no te preocupes que ahora estamos vigilantes". Yo me pregunto: ¿Es posible esa vigilancia?  Se sabe que no es posible, porque estos agresores son expertos en estar “al acecho”.

En Un silencio de plomo aparecen dos voces narrativas. La de Ana, como terapeuta y coach emocional y la de Justi, compañera de Ana, pero a la vez víctima colateral y propia de la indefensión que provocan los abusos en la infancia.  ¿Te reflejas en la voz de Ana, como profesional que ejerce de coach? ¿Hasta qué punto lo profesional infiere o interfiere en la narrativa que has creado en Un silencio de plomo

Manuela, esta pregunta me parece relevante porque me da pie a aclarar que una coach no es terapeuta, ni tampoco Ana lo es en Un silencio de plomo. Ana es la coach asignada por la empresa de Justi para que esta haga un proceso de coaching, con el objetivo de mejorar algunas competencias en su posición de directiva, proceso que es interrumpido por el vaivén emocional que sufre Justi.

Justi es una mujer un poco hermética, y para que se abriera, para que sacara tantos silencios, apareció Ana que, al dedicarse al coaching, podía aportar su entrenada escucha, fue la estrategia narrativa que encontré. Después, me pareció que Ana podía mirarse en el espejo de Justi y mostrarnos sus diálogos internos, busqué invisibilidades que compartían, pérdidas… quizás este juego de espejos con las dos voces narrativas, ha ayudado a las identificaciones de las que han hablado algunas y algunos lectores. Un lector dijo: “Me ha movido muchas emociones, he recordado vivencias de mi infancia en el internado, aunque yo no sufrí abusos” 

Esta pregunta tiene relación, en cierto modo, con la anterior. En el prólogo de la novela dices que te han sugerido que la misma puede verse como una guía de autoayuda. ¿Es realmente una guía, no solo de autoayuda respecto al tema que nos ocupa, si no también respecto al mundo de los profesionales y sus carencias al abordar temas poco visibilizados?

Mi intención era poner sobre la mesa el silencio alrededor de los abusos a menores y sus consecuencias, no sólo para la menor que sufrió el abuso, sino también para la familia. Ocultar un trauma ocasionado por alguien cercano,  tiene sus efectos.

En mi mente no estaba la idea de que sirviera de guía. Es cierto que Un silencio de plomo está basada en hechos reales y fui muy escrupulosa en plasmar las situaciones que me habían narrado en mi desempeño de coaching o después, en mis investigaciones. Tenía muy marcado incluir en la novela lo que todas o casi todas las víctimas me habían manifestado, como necesidades, heridas o aspectos importantes para ellas.

El abuso a menores es algo estructural, creo que hay que abordarlo desde esa perspectiva. Afrontarlo es difícil para todas las personas: familia, profesorado, amistades, profesionales, instituciones… Una causa de esta dificultad es la invisibilidad a la que hacías referencia. Pienso que hemos de empezar tomando conciencia de la existencia de abusos dentro de la familia, tenemos que ponerle palabras y a partir de ahí empezaremos a afrontar estas situaciones. ¿Cómo se va a tratar algo de lo que no se habla…?

Como te decía yo no soy terapeuta, nunca he tratado estos traumas, que corresponden a profesionales de la psicología, pero al trabajar con la palabra, entre los muchos sucesos que han llegado a mis oídos, están los abusos sexuales a niñas causados por el entorno más cercano. 

Un silencio de plomo es la historia de dos mujeres que dialogan entre ellas, que reflexionan sobre sus vivencias, establecen paralelismos y recorren las sendas nada fáciles de la ayuda mutua y del autoconocimiento, pero también es la historia de una sociedad marcada por un modelo de hetero-patriarcado heredado que marcó la ruta de las generaciones pasadas y del que arrastramos consecuencias que no son fáciles de transcender. ¿Es una novela también de denuncia social en ese sentido?

Sí lo es. Escribí desde la indignación de no comprender como ocurren estos sucesos, y, menos en sociedades como la nuestra.

Sabemos que, nosotras, las mujeres, estamos en un ranking desfavorecedor respecto a los hombres en pobreza, analfabetismo, invisibilidad, brecha salarial, cargos de responsabilidad en empresas u organizaciones, etc. La desigualdad está bien patente y empezó cuando éramos niñas.

Según la estadística, una de cada cuatro mujeres fuimos abusadas de niñas en el entorno familiar, allí se nos cosificó utilizándonos para su placer y dejándonos con secuelas para siempre. Si una de cada cuatro empezamos así nuestra andadura por la vida, saquemos conclusiones…Y lo lamentable es que las cifras no mejoran; por todo esto escribí la novela. Sentí la necesidad de cuestionarnos como sociedad, en la que me incluyo. Una lectora me ha dicho: “La he leído poco a poco a pesar de que me enganchaba, porque lo duro era ver con claridad nuestro comportamiento generalizado de ocultamiento y de no querer ver”. Si esa fuera una conclusión extendida para quienes la lean,  me sentiría  contenta…

Novelar hechos tan duros es sin duda una forma de empatizar con los personajes. Tu narrativa es íntima y cercana, consigue abrirnos los ojos a una realidad que muchas veces se ha intentado pasar por alto por los propios adultos que debieran proteger a la infancia. Al respecto me han llamado la atención, por su claridad, dos párrafos de tu novela:

¡Cuánta confusión con esta maldad…! ¡Vaya carga sentir que encima del abuso serás señalada! Lo malo es que, al no denunciar, es como si el abuso no existiera, ni siquiera para las estadísticas. Y podríamos decir que el silencio protege al depredador y abandona a las víctimas, aunque ese no sea el propósito. 

No solo es culpable el que nos agredió sino todo el círculo que, a pesar de saber que existe el delito lo silencia y lo encubre. También la sociedad es responsable. No hablan para no dejar en evidencia al adulto que, normalmente, es alguien respetable. Yo se lo conté a mi madre y me dijo que lo dejáramos estar para no joder la vida a mi primo y, claro, para no joderle la vida a él yo tengo que vivir con todas mis heridas que, como no sangran ni tengo moratones, nadie las ve.

El tema del silencio es el eje central de la novela, en el que hace hincapié ya desde el mismo título. ¿Crees que hay un momento en el que la víctima puede victimizarse doblemente si intenta dar el paso hacia la denuncia? Sentirse víctima dos veces, por haber vivido el acoso y por ser señalada, ya no ante la sociedad, sino ante el propio núcleo familiar por destapar el delito… 

La víctima sufre al traer a su memoria un suceso tan traumático, bien para denunciar o bien para contarlo a familiares, amistades o profesionales, pero sepultarlo sabemos que tiene consecuencias muy, muy graves, que es quedarte con secuelas lacerantes de por vida. La revictimización se produce cuando la víctima vuelve a ser lastimada o le añaden sufrimiento adicional por parte de quienes deberían protegerla o apoyarla, como instituciones públicas, privadas  o personas, ahora bien, si consiguiéramos protegerlas, escucharlas, acompañarlas, serían protagonistas no víctimas por segunda vez.

 Curar una herida duele, pero no por eso dejamos de curarla, sabemos que cuando esté curada y seca dolerá menos o no dolerá.

Dicho todo esto, Tengo mucho respeto por las víctimas que deciden callar. Un trauma de este tipo, hoy por hoy, creo que no es opinable si debe callar o no. Sólo la víctima es la que puede decidir al respecto, tal vez en ese momento prefiera callar y después esté en una disposición más fuerte, que le ayude a hablar y afrontar su dolor.

Me entristece cuando se critica a una mujer por denunciar a un maltratador pasado un tiempo, no entiendo cómo se les enjuicia con esa facilidad sin estar dentro de su piel…

En el abuso a menores hay un problema añadido y es que su cerebro, al no entender lo que  ha sucedido, no puede ni explicarlo, nos corresponde a las personas adultas preparar a la infancia para que nos avisen ante cualquier abuso y después actuar en consecuencia, no mirar hacia otro lado, como si no pasara nada. 

Algo más que quisieras decirnos sobre Un silencio de plomo.

Gracias por traer a este espacio Un silencio de plomo. Gracias  por tus preguntas. Gracias por hacerte eco del tema que denuncia la novela. Millones de gracias!

 

 Sobre la autora 

 Ana Inclán es coach personal, de organizaciones y social. En ámbitos relacionados con su profesión tropezó con mundos desconocidos y oscuros que solo reconocía de lejos, como la violencia sexual infantil. Esta realidad la llevó a hacerse preguntas para las que no encontraba respuestas: ¿Cómo conseguían los agresores sexuales a menores no ser vistos la mayoría de las veces?, ¿o se hacía la vista larga? Las preguntas crecían y las respuestas no llegaban. Comenzó a tirar de notas de los casos que le habían contado y a documentarse al respecto. Con la llegada de una enfermedad que le impedía continuar ejerciendo su profesión, se encontró escribiendo y escribiendo, a pesar de no ser escritora. Se lanzó al vacío durante varios años que duró la creación de Un silencio de plomo. Es su primera novela. Está basada en hechos reales, sin embargo, tanto la historia como los personajes han sido creados por la autora y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

 

 

 

 


lunes, 30 de junio de 2025

Paula Castillo: A través de la literatura me he conocido y tolerado

Paula Castillo

Nos visita en el blog en estos primeros días de verano, la escritora Paula Castillo cuya narrativa nos fascina y atrapa cuando nos habla de su pasión por la escritura y sus inicios en el mundo de las letras. Cedemos la palabra a Paula, excelente contadora de historias, a la que agradecemos confidencias, así como el aporte de su cuento Tierra roja.

Son muchas las veces que me pregunto por qué y para qué escribo. Ahora, desde esta edad, a la que considero “tremendamente adulta” y sin remedio, siento la misma excitación que hace muchísimos años al sentarme ante el ordenador o coger el bolígrafo para hacer cualquier anotación en mi libreta. De niña me castigaban porque estaba siempre en las nubes, allí sigo. Me gusta imaginar mundos distintos al mío, atravesar las ventanas e imaginar quién vive allí, y si está feliz o mantiene ese poso de amargura que a veces se nos engancha como las lapas a la roca. Imaginar sus deseos y sus fracasos. Imaginarlo todo, construir una historia y contarla. Me encanta sentarme sola en los bares, sobre todo por la mañana; allí permanecen los rezagados de la noche y los que recién lavados, comienzan el día. Se conocen muchas historias y muchas vidas entre el ruido de los cafés tempranos. La hora del aperitivo también es una buena hora, el aperitivo madrugador, el de las doce, cuando las campanas anuncian que ya no está mal visto tomarse un vino y hablar. Son charlas de recuerdos, de lo que hicieron y de gente que conocieron, de fútbol, cada vez menos de política. A veces me río sola escuchándolos, tienen miles de historias. Siempre me ha gustado imaginar las historias de los demás. El ser humano me parece fascinante. Nuestras emociones, nuestra mente, la forma que cada uno tenemos de afrontar la vida, la mística y la alquimia que nos hace superar lo vivido. Nuestros placeres y vicios. Nuestras soledades y miedos.

El problema viene cuando me siento a escribir y de pronto me entra el pánico y entonces tengo que levantarme y marcharme físicamente de lo escrito. Es como si la historia o los personajes me invadiesen y tuviese que alejarme de ellos. Siento palpitaciones y a veces caigo en una ansiedad tremenda. Me ocurre sobre todo cuando voy llegando al final del relato. Y no es hasta el final, con ese punto último, cuando me siento relajada y muchas veces emocionada. Quizás esta sea la razón por la que escriba relatos y cuentos y que si pienso en una novela empiece a dudar de mí misma.

El momento de la corrección es lo que más disfruto. Quito de aquí, pongo allí, leo en voz alta para ajustar el ritmo. Me siento una alquimista y eso me hace poderosa. A través de la literatura me he conocido y tolerado. Amo mis soledades, y a través del amor, mi mundo se ha ensanchado y enriquecido. He descubierto vidas pegadas a la mía y otras tan distintas, que han contribuido a que saliera fuera de mí, a no tener ideas inalterables, ni a poner límites, ni a juzgar. A vencer el miedo al otro y el mío propio. Me gustaría que mis relatos denunciaran los abusos, la violencia, el machismo, el edadismo, el maltrato a los ancianos. No creo en los extremos, sí en la tolerancia. Estoy especialmente sensibilizada con las enfermedades mentales como el Alzheimer y con las personas dependientes, con las mujeres ancianas abandonadas en las residencias o en sus casas.

Cada vez que escribo, aunque sea mínimo, me acerco a los demás y a mi propio silencio; y hasta me permito jugar conmigo y con los personajes. Descubrir mundos y cambiarlos. Vencer los miedos y alargar la vida todo lo que nos sea necesario. Me gustaría a través de pequeñas historias ampliar nuestra concepción del mundo y de los otros.

Esto es escribir para mí.  Es lo que me gustaría que fuese.

He escrito desde siempre: me castigaban por mis escritos. Y he leído muchísimo, era mi pasión. En casa había una biblioteca bastante grande con los libros ordenados por edades, según el criterio de mi madre. Cada cumpleaños me permitía acercarme a una balda nueva y explorar los libros que allí encontraba. Era un mundo fascinante. Leía a los clásicos, a Proust, a Thomas Man, Bécquer, Neruda, Jane Austen, Emily Brontë. Después crecí y aparecieron Carmen Martín Gaite, Josefina Aldecoa, Matute, Zambrano, Soledad Puértolas, Cristina Fernández Cubas, García Márquez, Carlos Fuentes…


 TIERRA ROJA 

(Cuento) 

Quieta sobre el suelo de piedra. Con los zapatos blancos en la mano y los pies manchados de barro, espero temerosa escuchándome por dentro. No encuentro nada, solo sogas amarradas al estómago que me sostienen la lengua y me sujetan los párpados.  El cuello cae vencido por la vergüenza. Solo el murmullo de voces que hablan de mí me acompaña en esta noche acusadora.

Al entrar al patio contemplo de nuevo la escena con los ojos secos. Veo los limones esparcidos por el suelo brillar en lo negro.  Nadie los recoge ya, yo tampoco.

 Cuando era muy niña, antes de que muriese mi hermana Teresa, me gustaba observar cómo cambiaban las ramas de los limoneros de espinas a brotes de color morado. Y los pétalos de la flor, también amoratada, se convertían en óvalos con la piel gruesa y amarilla.  Cada día vigilaba que estuviesen maduros con un único propósito: llevárselos a mi madre.  Era la hora de la ofrenda.  No podía volver a casa con las manos vacías.  En la feria, los cucuruchos de altramuces; los domingos, el corte de nata y fresa, y cuando regresaba del campo con mi padre, el ramo de flores silvestres.  Todo era para ella.

 Rememoro el momento en el que curvo los pies descalzos para no sentir el frío de los cantos de piedra que mandó colocar mi padre. Él mismo eligió la piedra. Disfrutaba al cruzar el patio de un lado al otro caminando de puntillas con el dedo índice sobre los labios. Sabía que a mi madre le molestaba cualquier ruido. Miraba hacia un lado y hacia el otro para comprobar que no hubiese nadie, y fingía que tropezaba y se caía. Yo me reía desde mi escondite.  A mi padre le gustaba hacer el payaso conmigo.

Todavía siento las yemas de los dedos frías colgando a ambos lados del cuerpo. Rezaba y pedía indulgencia por algún pecado cometido. Asustada intentaba mantenerme erguida cubierta de polvo y de miedo. Cerré los ojos para quedarme a oscuras. Temía que la mirada de mi madre rozase mi cuerpo sucio de la tierra roja. Miedo a que me mandase lavar sin verme. Sin reparar en que el rojo era el de la tierra que tanto amaba, no el de mi pecado. Rezaba para que fuese ella la que me adecentase, la que cogiese la esponja y arrancase mi inocencia. No otro sino ella, y así, despellejada, comprobase que estaba limpia.  

Nos gustaba escaparnos a las viñas las noches en las que la luna iluminaba las vides como si fuese de día.  Mi primo y yo.  Quedábamos en la casa encalada que desaparece en la curva y aparece de nuevo junto a la Ermita de San Antonio.  Siempre nos persignábamos, aunque pasásemos por allí corriendo.  Mi primo y yo.  Cogíamos las bicicletas del pajar de su padre y nos íbamos al campo. Nos tumbábamos entre las cepas vestidas de agosto con sus trajes de volantes y los adornos de plata. Nos contábamos nuestros sueños arropados y mecidos por el viento de las noches claras, y bebíamos del silencio.  «Todo es más intenso a tu lado», me decía. De la mano, tendidos el uno junto al otro, nos rozábamos. Nos sacudíamos las hormigas que se nos subían por el cuello. Yo le soplaba en su oreja para espantarlas y él lo hacía en la mía. Cuando se nos agotaba la risa escuchábamos cómo subía del regato el canto de las ranas.  Mi primo y yo. Qué extraños los recuerdos que vienen de lejos para convertirse en nuestro presente. Los que dejamos ir se pierden. Los otros, los que transformamos, se nos quedan pegados.

De pronto, los faros de una camioneta nos cegaron, el claxon hizo que nos levantásemos de un salto y que sacudiésemos la ropa.  Mi tío se quedó sentado al volante y fue el mozo de mi padre quien salió a preguntarnos que hacíamos. Sus palabras eran gruesas y sus manos se movían como poseídas en la claridad de la noche. El río brillaba negro y vacío. Echamos a correr, pero no avanzábamos. Los pies hundidos en el barro que nos engullía. Nos metió a empujones, su mano nudosa me aprisionaba el brazo. Mi primo delante y yo detrás. Mi tío al volante.  El Mulas —así le llamaban—, el que se tuvo que casar con Fuencis porque la dejó preñada, sudaba a mi lado con olor a cabra. En silencio los cuatro.  El secreto de la noche nos excedía a todos. Los sueños atropellados como lunares de tierra roja estampados sobre el parabrisas.  El pueblo vacío. La camioneta se llevó por delante la curva de la iglesia. Mi primo arrojado a su casa y yo empujada a la mía.  Me dejaron sola en el patio.  Yo, como ofrenda.

Las voces que denunciaban nuestra historia callaron de pronto, y el viento se retorcía anunciando el crepúsculo. La puerta vidriera golpeaba una y otra vez contra el pestillo atascado. Desde el piso de arriba bajaba sin fuerza el llanto de Teresa que Fuencisla, la niñera, intentaba disimular con sus rezos. 

—Me lo ha contado todo tu tío —dice mi madre sin mirarme—. Sube a lavarte, estás llena de barro. 

—¿Qué es lo que te ha contado? —le digo sin comprender.

—Ya he hablado con el padre Agustín. Mañana irás a confesarte —sentencia.

—¿A confesarme de qué? —le respondí sin voz.

—Sube a lavarte. —Un acceso de tos le sacude el cuerpo que se dobla en los brazos de mi padre—. Voy a acostarme.

Mi madre está enferma. Así me ha dicho mi padre que, aunque es médico no puede curarla. Fuencis dice que es por tristeza. Se pasa días enteros sin salir de su habitación.  A veces la observo mientras duerme. Fuencis tampoco habla mucho desde que se le murió la hija, solo con Teresa que se cree que es suya. Mi madre no cocina, no limpia, no se ocupa de nosotras. Tiene la piel blanca y los labios rojos como mi hermana. A veces, cuando está a solas con mi padre, ríe. Solo entonces es capaz de hablar sin parar toda la noche. Dicen que no me parezco a ella. Sola en el patio, continúo con los zapatos blancos en la mano. Se han marchado todos. Yo, como ofrenda.

 Me lavé entera, me arranqué las uñas para quitarme el barro que le robé a la tierra que era mía; me froté hasta que desaparecieron las huellas que dejaron los sueños, me limpié la lengua para no quedara nada de que hablar y, cuando estuve lista, dormí para borrar las noches junto a las vides. No nos volvimos a ver.  Mi primo y yo.

En aquella época pasaba los días encerrada en casa. Alerta y sin hablar, no me pasaban desapercibidos los besos excesivos de mi padre, ni que mi madre apenas me mirase. Los oía cuchichear, aunque Fuencis intentara distraerme. Mi padre me dijo que solo pasaría un año en el internado, mientras mi madre se recuperaba del todo, pero pasaron muchos más. Me dijeron que conocería a otras niñas de mi edad con las que jugar hasta que Teresa fuera mayor. Nunca llegó a serlo. Las dos nos perdimos la infancia tan expuesta a perderse.  Me pasó la juventud, la madurez, los desengaños y los pecados.

Ahora vuelvo dos o tres veces al año a esta casa vacía con limoneros llenos de espinas.  Regreso a casa con las manos llenas de regalos para ella. Mi madre no me las quiere soltar; le da miedo irse. Unas veces me cuenta que sueña con dos niñas que van de la mano vestidas de organdí, pienso que para alegrarme. Otros días me dice que en el sueño llevaba en brazos a Teresa, pero al partirse la barca la perdió. En su afán de salvarla, se ahogaron las dos.

—Pero ¿cuándo tuviste tú una barca? —le digo para consolarla.

Sentada junto a mi padre que ya no puede moverse, hurgo con los pies descalzos en la tierra roja empapada de la mañana. Es septiembre y voy cortando los racimos que las vides me dan como ofrenda.

 

 BIOGRAFÍA

 Paula Castillo Monreal es escritora. Estudió Arquitectura Técnica.  Se ha formado en Escritura Creativa y Relato Breve en la Escuela de escritores de Madrid, ciudad en la que nació y reside. Ha publicado los libros de cuentos Sacudiendo moscas (febrero de 2024) y Ciudad de mar (mayo de 2025). Ha participado con los relatos Tierra roja y La semilla voladora en las antologías: Letra impresa y El verdadero nombre de las cosas. Varios de sus relatos se han publicado en la revista literaria Quimera. Colabora con varios medios literarios y compagina su labor como cuentista con la de asesora de arte en Marcos Analcai, artesanos.


Libros de la autora (hacer clic en el título):

Sacudiendo moscas



Ciudad de mar