Con Motivo del 8 M, Día Internacional de la Mujer, un grupo de autoras nos hemos reunido en el blog para reivindicar el papel de la Mujer, a través de nuestros textos.
Autoras participantes:
Sol Gómez Arteaga, Jamila Al Hassani, Rosa Campos, Angélica Morales, Norma Yurié Ordóñez, Manuela Vicente Fernández, Belén Rodríguez, Matilde Tricarico.
Belén Rodríguez (Belén Mariah) |
LA HUIDA
―Y ahora, ¿podemos mirar por la ventanilla, mamá?
Me alargas con cuidado el bote con las cáscaras de los pistachos que has merendado.
―Y contamos los aviones, ¿vale?
Yo asiento escondida detrás de las gafas de sol mientras te doy la botella de agua que hemos comprado en la estación. Tú bebes, me la devuelves y pegas la nariz al cristal.
―¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! ¡Cinco!
―Cuatro, cariño.
―Cuatro, lo siento.
Me miras con insistencia, como tratando de escrutar algo que te diga que las cosas ya están bien, que ya podemos hacer ruido, equivocarnos. Yo me trago las lágrimas para sonreírte y te invito a sentarte encima de mis piernas. Tú lo haces casi de un salto y gritas “¡mira mamá!”. Entonces me coges la cara con las dos manos para que yo también vea el cielo.
―¡Mira ese qué cerca está! ¡A lo mejor es el nuestro!
Y yo miro, sin apenas ver con el ojo que no tengo hinchado, dejando que las lágrimas se derramen ahora que no me miras, apretando el bolso donde llevo los billetes del vuelo que nos llevará a donde él no nos encuentre jamás.
Belén Mariah
Matilde Tricarico |
NASHA
Aquel año se repitieron las lluvias torrenciales.
Las nubes enfadadas, enrabietadas, escupían agua y polvo a la vez. Nasha miraba al cielo y al suelo preocupada, no podría volver a clase.
El barracón donde se reunían para aprender francés, ella y cuatro niños más, tenía el techo de paja y adobe y tardarían en arreglarlo. Allí cerca estaba el riachuelo donde ella cargaba los cubos llenos de agua que pesaban más que su hermana Lewa.
Su madre estaría contenta, la necesitaba para cuidar de ella que había nacido con una malformación en la mano derecha. Los dedos de la mano estaban unidos como una palmera. No hacía caso al dolor de sus pies, deformados con callos, llenos de ampollas, rozaduras y heridas ni de la molestia en la cadera por el peso y los kilómetros que tenía que recorrer. Le pesaba más la culpa de haber hecho vudú para que no naciera el bebé, cuando le daba a su madre el té con moringa. No necesitaban otra boca para comer el pastel de fango, ni otro cuerpo que estrechase su espacio al dormir. Ella no quería, su madre sí, y si era una niña la llamaría Lewa, la guapa, y a ella le pusieron Nasha, nacida en la época de las lluvias. Por eso odiaba a las nubes y el agua que llevaban dentro. Las piedras se volvían lisas y ella resbalaba, algunas veces se caía, y no podía levantarse arrastrada por la fuerza del viento.
Su profesor la animaba, Nasha tienes talento y espíritu de superación, si sigues estudiando podrás ser lo que quieras, y le regalaba libros para leer y hojas para escribir. Serás una gran escritora, le decía, cuando la veía desanimada.
Su madre cuidaba solo a Lewa, excepto cuando le hacía las coletas para ir a la escuela. Se sentaban fuera y le decía algunas palabras en francés.
Le acariciaba el pelo áspero y lo desenredaba. En aquellos momentos se sentía la reina de la aldea.
Un día lo contaría todo para hacerse perdonar, pensó aquella tarde, y con las hojas en el regazo, cogió el lápiz y empezó su historia.
© Matilde Tricarico D’ Ambrosio
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