miércoles, 15 de enero de 2025

Leyendo a Isabel Sifre Puig


Isabel Sifre
Caos
Tengo una habitación desordenada
repleta de papeles, de recortes,
de libros que no leo o leo a trozos.
De fotos, de mentiras, de rasgos que no veo
de líquidos presentes, de presentes
donde nunca estuve.
Si viviera mi madre me diría
que hay que tener un orden en la vida.
Que los hombres pretenden
a las mujeres recatadas
que saben cocinar, planchar, lucir
y que además de ser
tienen que parecerlo.
Así, tan desmedida, tan osada
tan sin esconder si lloras o si ríes
así, querida hija,
no alcanzarás las mieles del casorio.
Mamá llevó razón
una razón que yo no comprendía
y que aún llevo a cuestas
bajo el caparazón que viste
la inmunda desnudez de la babosa.
No he alcanzado la grada de los cirios
el anillo, las arras,
la promesa de un amor eterno.
Asoma la añoranza algunas noches
no tanto por las mieles anunciadas
me duele, me pellizca, me araña
una especie de espina intraducible,
un no sé qué, ya ves, qué tontería.
Hoy me duele morirme con los amores dentro
como quien tuvo los regalos prestos
y suspendieron el festín
sin más explicaciones.
Tratando a estas alturas
de morir pesadillas y recuerdos
he querido romper fotografías
que me visten de ayer cuando las miro
y me llenan de rabia y de preguntas.
No encajé en el carril marcado
y más me duele
que queriendo ser yo definitivamente
me ha faltado el valor de decidirme.
I. S.P

No me puedo marchar sin despedirme
de ti que apenas sé si existes
que no acierto a entender
si eres materia, sueño
o el paso inaudible
del amor presentido.
Tal vez seas la sombra que me abraza
cuando me quedo a solas
o no hay sombra ni brazos
o son un par de versos sueltos
que aún de soslayo reconozco
cuando la luz de las farolas
ensombrece el ruido de la calle.
Y porque estoy acostumbrada
a relatarme cuentos que no entiendo,
a creer en las cosas sin sentido
a olfatear a oscuras la copa del deseo
y esconderla después bajo la alfombra,
tampoco es nada extraño
que en esta noche quiera
compartir una música contigo
antes de que la guerra se desate
y me cerquen las garras del fantasma.
I.S.P.

A cuestas voy conmigo
y mi versátil paso.
Me divierte la pugna
que al fin nos hace mucho más leales.
Reconozco
que hasta el latir me aburre a veces
con su tic-tac pautado
pero también me tienta el pálpito
del ascua seductora
que al trote me cabalga hasta incendiarme.
Y copulo
con una o con todas las pasiones
que a tientas voy palpando
en las benditas horas de ceguera.
Quizá después me estorbe
el rescoldo de sábanas y labios
pero es mejor quemarse a ciegas
que no acercarse al fuego por si acaso
alguna chispa prende los encajes.
Pasar a la otra orilla es atreverse
con las aguas que uno desconoce
pensando que es posible
alcanzar la otra orilla braceando
aunque no haya baranda de juncos
ni senderos de araña que permitan
detener la andadura.
Agárrate a la espuma si te adentras
y escúrrete lo mismo que los peces.
Queda poco. La otra orilla se acerca
con el único fin de enamorarte.
ISP
(Del libro Boceto para una noche, premiado y publicado en el año 2000)

El toponano
Él no sabría definirse. No se ve desde fuera y lo que ve del interior es una masa agria.
Se arrastra por la orilla del bosque y va miedoso.
Yo, cansada de verlo cada día, lo he apartado de mi vista hasta hace un rato.
Como si de un freno de mano se tratara, se ha parado a mis pies esta mañana. Ya ves, un pedazo minúsculo de cosa, porque hay que agacharse para verlo de cerca y tratar de adivinar qué quisieron hacer cuando lo lanzaron, me estaba impidiendo el paso.
Yo, que soy milficciones, que tengo siempre preparada esa cosa que atraviesa el orbe en un momento, me he sentido poseída por una babosa inmunda, que me ataba el cuerpo y se apropiaba de mi manera de pensar.
Y me ha dolido el alma en un momento, porque la estaba bautizando sin saber de élla. Sin conocer su cara ni su sexo.
Me he agachado con un asco tremedo, para verlo de cerca sin ganas de tocarlo, con repulsión incluso, y esta actidud empezaba a pesarme cuando se ha vuelto, como si tuviera cara, pero no he visto ojos ni amago de labios ni pestañas ni cejas. No era nada más que lo que ya he dicho: una cosa rara.
Un algo extraño, una minucia , y sin embargo, me estaba cerrando el paso literalmente.
Armada de valor lo he levantado con la mano desnuda. me he sentado en el filo del murete y lo he puesto en mi falda.
Otra vez esa cara sin ojos y sin boca se ha vuelto hacia mí como pidiendo, y me ha despertado la ternura que dormía años.
Si acaricias un mal, hay que hacerlo despacio, he pensado, por sentirme buena. Y le he pasado la mano por la piel viscosa muchas veces, mientras élla o él, no sé su sexo, parecían calmar su sed de tacto.
Con el sol avanzando, el tono de su piel ha tomado algo de color y encogiendo la forma informe, ha soltado mi falda de un salto, se ha falcado, y ha escondido su masa pequeñita debajo de unas púas demasiado grandes.
Trenzados
Me miró un par de veces. Primero hizo un mohín como diciendo, perdón, y apartó el pie. Se acomodó, hice yo otro tanto y ambas miramos por la ventanilla buscando cada cual su imagen en la lejanía o un poco más cerca.
Después de la primera parada, al arrancar el tren de nuevo, apartó los ojos del paisaje y con una sonrisa muy bonita me dijo algo así como qué buen día.
Supe entonces que era parecida a mí y eso me dio confianza aunque no quise precipitarme y dejé que fluyese la conversación sin forzarla. Estaba convencida de que ocurriría.
Mis cuerdas grises habían madrugado y, hartas de que las abronque de buena mañana, porque su desmelene me pone de los nervios, las mayores se habían peinado con una sola trenza, gruesa y preciosa, por cierto. La más jóvenes lucían rastas.
Yo no sé cómo me las arreglo para tener la contienda como música ambiental. Ese día sería diferente. Me lo había propuesto.
Empezaron las cuerdecitas a enojarse, que si tienes cuatro pelos, que si andas de presumida, que si dicen de ti que eres alta y delgada como tu madre, morena salada.
Quietas o marcháis al parque de buena mañanita y que el relente os desmenuce los enredos.
Y se dieron la vuelta. Me conocen y saben que si las mando cumplo, así que buscaron su hueco y, si se pelearon, fue entre ellas y en modo bajo. Yo no me enteré.
Me sobraba la chupa y me la quité. Ella hizo lo mismo. Como si mi gesto le hubiese dado fuerza.
Y a la par, tal que de un acuerdo tácito se tratara, nos acomodamos y a mí me dio la sensación de que la comodidad nos daba sitio.
A veces suceden cosas que no estaban preparadas, pero las ves venir tan ordenadamente como si llevaran el plano abierto de mano a mano.
Sacó de su bolso un libro cuyo título no pude leer, pero lo volvió a cerrar para mirar de nuevo por la ventanilla.
Supe que quería decir algo.
De esto hace un par de años y no recuerdo con qué frase empezó la novela.
El trayecto era de hora y media aproximadamente.
Sara, dijo llamarse, y a partir de ahí, como si la conociese desde los zapatitos del número 23, me contó la vida. Un paso a paso de cuarenta y siete años que supe escuchar sin apenas intervenir.
Hubo pasajes duros, otros desternillantes, pero todo tenía tintes de verdad y de confianza en mí.
Yo le correspondí de una manera tan singular que me hizo entender que le estaba dando el lugar que otros le negaron.
Apenas hablé, si no fue para asentir o para responder si algo me preguntaba. Y yo no suelo estar callada. Me tienen que decir calla que es mi turno.
Y de esta manera supe que el día a dia es a veces un relato interminable y que, en ocasiones también, la vida se resume y dice FIN, al tiempo que la megafonía del tren repite en dos idiomas: próxima parada Valencia. Final de trayecto.






Estudió Magisterio y ha trabajado en el sector bancario. Escribe desde muy joven. En el año 99, después de una operación oncológica, la animaron a publicar y lo hizo en Ediciones OJOEBUEY, con el poemario Luz en la penumbra. En el año 2000 obtiene un primer premio de poesía en Aller (Asturias), cuya cuantía invierte en la publicación de Boceto para una noche, que contiene alguno de sus poemas premiados y con el que obtuvo el premio Elvira Castañón 2000. También cuenta con un libro de relatos, Destellos de Luciérnaga. Sigue escribiendo, aunque actualmente se dedica más a la prosa, consciente de que hacer un buen poema requiere mucho trabajo. Tiene en proyecto reunir varios textos, reflexiones y poemas en una nueva obra.




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