Recuerdo el gorro rojo en la nieve. Un gorro tejido a mano, con
trenzas y borla. Fue lo primero que me llamó la atención. Después encontré la
muñeca. La recogí del suelo y le encajé el gorro en la cabeza. En su loca
huida, Griselda la había dejado tirada, igual que a mí. Todavía notaba la
sangre escurriéndose por mis labios. Su ensortijada lengua acariciando la mía
antes del mordisco. Las medias lunas de sus pechos sobre mis medias lunas. La
rabia, como el deseo, es de color rojo. Sabía que volvería, que el taller de
muñecas solo era una excusa y nuestra amistad, otra.
Fuente de la imagen: Pixabay
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