Imagen: viviendoelcampo.com |
Las manos de Eloísa estaban rojas e hinchadas. Había olvidado traer los guantes para lavar la ropa del abuelo. Las vecinas charlaban y reían contando los últimos chismes, mientras enjabonaban y aclaraban su prendas respectivamente, en el lavadero comunal.
Eloísa se sentía como un personaje de época. En la ciudad no pasaban estas cosas. Las vecinas se veían en la escalera o, si acaso, al tender la colada y, como mucho, hablaban del tiempo, pero aquí en la aldea... todo era diferente y demasiado engorroso. Intentó convencer al abuelo, cuando supo que tenía que operarse de la vesícula, de que se fuese con ella. Pero el viejo era terco. "Ven tú, Marisita, reina, yo te doy el dinero" pero no era cuestión de pasta, diantre, sino de ritmo de vida. Así que Eloísa, que aquí sigue llamándose Marisita desde que el abuelo se empeñó en cambiarle el nombre de niña, no ha tenido otro remedio que viajar atrás en el tiempo, y llegar al momento de nuestra historia.
--Marisita, se te están quedando moradas las manos ¿quieres que acabe yo de aclarar tu ropa?--Pregunta Mari Pepa.
--No, no, gracias, ya estoy terminando ---responde Eloísa, mientras sumerge en el agua helada la camiseta interior de felpa del abuelo.
--No, no, gracias, ya estoy terminando ---responde Eloísa, mientras sumerge en el agua helada la camiseta interior de felpa del abuelo.
MVF
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