Cuando veo mi dolor reflejado en ese cielo lluvioso, me asomo por la pequeña rendija que la ventana de mi prisión me ofrece. ¡Qué cruel ilusión de libertad! Aspiro el olor a tierra mojada que, atravesando mis fosas nasales y deslizándose por todas las cavidades de mi cuerpo, llega hasta ese pequeño habitáculo de mi mente, donde atesoro mis escasos momentos de felicidad.
Por J.E.M. Celeste
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