María se sueña todos los
días en la estación. Sueña que espera un tren y llega otro. Se ve caminando
entre los vagones, buscando un rostro entre los viajeros. Pero ningún rostro es
el rostro que está buscando. Ningún tren va en la dirección que ella quiere. Se
despierta envuelta en sudores e inquietudes; se prepara un tazón de leche
caliente y vuelve a acostarse para soñar de nuevo con la estación. Una noche,
harta del bucle, decide cambiar el rumbo de su sueño. Cuando se duerme y ve
llegar el tren sube tranquila y toma asiento junto a la ventana. Esta vez
renunciará a la búsqueda; irá donde el tren la lleve.
Manuela Vicente Fernández ©
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