Mujer en el tocador (Gustave Caillebotte) |
Ya estaba hecho y, ahora que había sucedido, lo olvidaría. Como se olvida un dolor de muelas o el ardor de estómago de una mala cena. Se lavó deprisa y se vistió procurando concentrarse en el instante siguiente. Sin mirarse al espejo, para no ver indicios en su rostro de lo que sentía, se abrochó la falda y recogió el dinero. Nunca había tenido en sus manos tantos billetes y, sorprendida de la frialdad y aspereza de su tacto, no pudo resistirse al impulso de olerlos. No olían a tinta ni a papel, sino a la soledad de aquel cuarto. A la necesidad y al dolor.
Recogió todos los restos y la ropa sucia en un hatillo para enterrarlo en el huerto de la parte de atrás de la casa. No quería llevarse con ella el olor de aquellas cuarenta y ocho horas de trabajo y sufrimiento. Salió despacio, tras comprobar que la respiración de la joven era serena. Lástima que al despertarse no pudiese contemplar, ni por un breve momento, el bello fruto de sus entrañas; el mismo que a otra madre, sin sangre ni dolor, se le daría.
© Manoli VF
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Qué crudo relato en tan pocas palabras sobre el tráfico humano que nos ha azotado toda la vida. Muy bueno Manoli. Saludos.
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