Lo sé, amor,
este golpe ha sido descomunal. Nuestra pasión se quemó en su propia llama. ¿Cómo
podría describir nuestro encuentro? Me envolvió como un torbellino tu mágica
sonrisa, me capturó como un hechizo
el rayo de luz de tus ojos, quedé atrapado para siempre en la red de tu
presencia cautivadora. Después de una corta relación decidimos unir nuestros
caminos a partir de aquel día aciago. Sí, digo bien, aciago porque nuestra
situación sería diferente de no haber
tomado tan vital y trágica decisión. Primero fue la ilusión del matrimonio,
luego la esperanza de los hijos, la proyección de nuestro amor hacia el futuro.
No cabía mayor contento en nuestras vidas, me sentía tan feliz que a ratos
consideraba si realmente merecía tanta dicha. Ya lo sé, amor. Nada de
esto estaba previsto, nunca lo está. La vida es siempre un libro en blanco que
nos sorprende con un borrón en la página más insospechada. Y de pronto todo se truncó. Fue una puñalada que nos hirió de muerte. La
pregunta se precipitaba como una losa sobre nosotros: ¿Por qué?, sin saber que
no era esa la cuestión a plantearnos, sino ¿Cómo íbamos a vivir con esa carga
sobre nuestros hombros?
Ahora nos
planteamos la huida hacia ninguna parte, como si huyendo pudiéramos salvarnos
de la desgracia, como si corriendo en direcciones opuestas pudiéramos matar el
amor que nos unió para crear esas nuevas vidas que ahora forman parte de nuestra
existencia, como si pudiéramos matar también nuestro amor hacia ellos, esa
llamada que desde dentro nos atrae con una fuerza arrolladora. ¿Quién vencerá? ¿Nuestro
yo-escaparate, imagen hueca, forjada a base de convencionalismos, y ahora
abatido ante la prueba que la vida nos ofrece?,
o ¿nuestro pequeño yo-niño interior, luz y latido de nuestra existencia más
auténtica? Toma sus manitas, míralos a los ojos, son tus hijos ¿Acaso has
sentido alguna vez un estremecimiento
más impetuoso?
María José Triguero Miranda
No hay comentarios:
Publicar un comentario