Fuente de la imagen: elhogarnatural. com |
El otro día una mujer me recordó a Karen. Tenía los mismos ojos almendrados y se movía ondulando las caderas como ella. A punto estuve de preguntarle su nombre cuando oí que alguien la llamaba. No era Karen. No volví a verla después de aquel verano, en el que nos hicimos amantes bajo la morera que había en la finca de sus abuelos. Recuerdo el sabor de su boca, llena de azúcar, sus pechos que sabían a mermelada. Déjame coger las moras, pedía, riéndose bajo mis besos, mientras yo la besaba más todavía. Sus ojos eran dos brasas que incendiaban mis sentidos, su cintura un dulce veneno que me mataba. Morir. Resucitar. Sufrir. Amar. Tal era la noria en la que girábamos.
Todavía hoy, cuando llega el tiempo de las moras, se me estremecen las entrañas.
Todavía hoy, cuando llega el tiempo de las moras, se me estremecen las entrañas.
MVF
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