jueves, 23 de abril de 2020

El caballero, la princesa, la rosa y el dragón


Cuentan que existió vez un pueblo que vivía aterrorizado por un dragón. Nadie sabía cómo aplacar el fuego de la bestia y, para intentar ganar tiempo, pactaron entregarle en sacrificio cada día a un habitante del lugar. La elección era aleatoria y mientras se llevaba a cabo todos pensaban en hallar una solución.

El día de los hechos que voy a narrar y que marcarían para siempre un antes y un después, el caballero estaba sentado en sus aposentos, meditando en el número de las víctimas y en la tristeza que asolaba al reino. Había jurado, al ordenarse como caballero, servicio y lealtad. Observaba su armadura, su espada reluciente y su escudo y se preguntaba si esas armas bastaban para enfrentarse a un dragón.

Mientras el caballero pensaba, los gobernantes se reunían para hacer su elección del día sacando al azar un nombre delante del pueblo.

Alejada de los pensamientos del caballero y la decisión de los gobernantes, una princesa paseaba en el jardín, deteniéndose en admirar a las fragantes rosas y admirándose para sí de su extraña perfección. Extraña por contener en sí  misma, conviviendo en armonía, tantos elementos contrarios, como eran la suavidad de los pétalos y la amenaza hiriente de las espinas. Se le ocurría a la joven que esto era particularmente llamativo en las rosas rojas cuyo color se asociaba,  aún sin quererlo, con la espina atravesando el tejido y haciendo brotar la sangre que cubría de color los pétalos. ¿Como algo tan suave y frágil como una rosa puede recordarnos a la vez nuestra fragilidad?

Ajeno a todas estas meditaciones y vivencias paralelas, el dragón despertaba al bostezo de su estómago, y comenzaba a imaginar y a saborear de ante mano el pequeño manjar que los lugareños estarían preparando para él. Los primeros días del juego le costó dominar su gula y conformarse con la dosis pactada, pero a medida que pasaban los días el dragón comenzó a vanagloriarse de sí mismo por su capacidad de contención y autocontrol. ¿Puede haber algo más satisfactorio que ser dueño del miedo y de la libertad de los demás? pensaba para sí mismo.

Cuando la suerte estuvo echada y se anunció el nombre de la elegida en sacrificio, todo el reino se conmocionó. Los gobernantes palidecieron  hundidos en sus asientos, y el caballero, ocultando su rostro  entre las manos, lloró de impotencia ante su escudo y su lanza maldiciendo esta situación.

Solo la joven al oír su nombre por el altavoz del reino, mimetizada cómo estaba con la rosa, aparcó el miedo mientras cortaba con cuidado la flor más alta  del rosal.

En el cruce de caminos se encontraron: la princesa, el caballero con su lanza, y el dragón. La joven detuvo al caballero con un gesto y avanzó ante el atónito dragón que contemplaba un espectáculo tan bello que detuvo el reloj de su estómago y aceleró el de su corazón. Por primera vez en sus siete mil años, veía un ejemplar humano sin miedo alguno avanzando,  con la sola arma de una rosa, hacia él.

--Huélela --dijo la joven al acercarse-- aspira con tu olfato el placer húmedo y suave de su frondosidad.

A partir de aquí, surge la leyenda. El caballero y la princesa se casaron y el pueblo habló de una bestia derrotada por una lanza, pero lo cierto es que el dragón, una vez apagado su aliento de fuego entre la rosa, murió de amor.


(Dedicado a todos los valientes)

2 comentarios:

  1. La rosa fue un arma inesperada, el dragón no estaba preparado para luchar contra ella ni contra la determinación de la princesa. El elemento más importante de la literatura, de todo el Arte, la sorpresa. El cocodrilo que nos espera sobre la cama para que reparemos en ella. La rosa no es más que una excusa para que veamos que ella también puede ser valiente sin caballeros que luchen para defenderla. Para meditar mil años.

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    1. Muchas gracias, Luis, por tu certero análisis y reflexión. Un abrazo.

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